He leído últimamente alguna autobiografía, algunas memorias que incluyen fragmentos de diálogos de hace muchos años que asumo casi sin dudas, en una suspensión de la incredulidad que de pronto me inquieta. Si trato de recordar fragmentos concretos de mi vida, incluso de esos que podria juzgar importantes soy incapaz de de tener algo más que una idea nebulosa, un rastro emocional de lo que pudo ocurrir, me es imposible recordar palabras o frases concretas, si acaso una imagen o una luz o un momento del día, A veces cuando releo diarios de hace años donde traté de reflejar alguna situación que ocurrió me doy cuenta de todo lo que he olvidado, como si encontrara un documento de alguien ajeno que por otro lado sé lo simple o lo alejado de los hechos que podría ser.
Oigo decir a Marguerite Yourcenar que hacer la biografía de un emperador puede ser similar a intentar hacer la historia de nuestro padre o de nosotros mismos. Creeríamos recordar fragmentos de esas vidas pero enseguida tendríamos que cotejarlos con las opiniones de otras personas, buscar documentos, fechas, nombres, intentar ser conscientes de las grandes zonas de sombra que inevitablemente tendríamos que reconstruir desde el presente, con el sesgo de de los prejuicios o de lo que tuviéramos tendencia a proyectar en esos pasados. Aunque quizá no todas las memorias sean iguales y no sea igual la capacidad para recordar que tenemos cada uno o las cualidades de la memoria o quizá el momento en que podemos hacerlo. A veces una magdalena abre una puerta y entonces es posible vislumbrar con minuciosidad un paisaje que creíamos olvidado.
Esos sábados de invierno en que se puede leer en la cama al despertar, o comprar tomates y aceitunas en un mercadillo o ver un documental de Apostrophes con Marguerite Yourcenar tan cerca, como si se la conociera de siempre y se pudiera conversar con ella, justo antes de salir a dar un paseo entre la niebla con un frío muy agradable en la cara…