Crónicas de covilandia

Arnold Böcklin. “Autorretrato con la muerte tocando el violín” (1872,

Covilandia es un planeta por fin globalizado. Tiene guasa que haya tenido que ser una minucia biológica, una precariedad venenosa por si misma inválida y dependiente, la que haya logrado un efecto tan pomposo, aunque, también tan inestable como una burbuja histérica. En ese mundo hinchado y líquido, además de miedo, muerte y miseria, también hay lucros perversos y grandezas caritativas. Pero todo eso se sale de la caja de estas cuatro líneas. Los próximos renglones son menos enjundiosos, simplemente curiosidades y anécdotas de la vida en Covilandia, detalles que no conviene dejar en el olvido sin dedicarles al menos unas cuantas breverías.

Ojos de mascarilla

¡Oh, la mascarilla!, ese símbolo ingrato que a todos nos igual. Que más que prevención es gesto y rito social. Que se te olvida y vuelta a por ella; que olvidas que la llevas y bebes y te manchas; que la llevas de collar y la buscas despistado; que no te entiendo, que con ella oigo peor que antes; pues yo no veo nada, se me empañan las gafas y me escuecen las lentillas; a mí me falta aire, será asma; a mí me protege del aire frío; ves a mil con ella y no te enteras, ves a uno sin ella y te da aprensión; la mascarilla no te cura de la neurosis de distancia… Adapto una coplilla de mi pueblo, “A la gente la careta / le sirve de conveniencia / de día le quita el virus / y de noche la vergüenza”. Pero también tienen sus cosas buenas.

Con la mascarilla vemos ojos que antes no veíamos. Ojos que miras y te miran. Ojos bellos que antes solo eran bonitos. Ojos trigueños que antes eran pajizos. Ojos de miel que antes eran claros. Ojos negros que antes eran pardos. Ojos verdes, azules bellísimos, redondos, grandes, pintados, que te tientan a retirar de su dueña la mascarilla, o de su dueño. Ojos claros serenos, que miráis altivos. Ojos que me miráis con ira, pero miradme al menos. Ojos verdes, verdes como la albahaca. Ojos negros, apasionados y hermosos. Ojos hechiceros, que vendo a quien los quiera comprar. Ojos que son poesía, que eres tú. Ojos que se abren a la luz primera, ojos que me los cierres tú. Ojos fatigados de soledad. Ojos inflamados de llanto. Ojos que son ojos porque te ven, y otros por que los miras.

Quizá podamos aprender a mirarnos mejor a los ojos, a conocernos y reconocernos, a respetarnos y consolarnos, para que cuando todo esto pase, aquellos ojos verdes, bellos, tristes, negros, airados, los ojos de mil canciones y poemas, los del amor y la alegría, los del miedo y la tristeza, los de la luz primera y la última, no vuelvan a ser ojos tan solo porque te miran. Con la mascarilla he visto ojos que antes no veía.

Arritmia en covilandia

La risa tiene su ritmo, ja ja ja, la carcajada aún más. El llanto puede ser melodioso, pero es imposible ponerle ritmo. Hasta en el wasap basta un je je je para la risa, pero no hay manera de escribir el llanto. Si pones mua, mua, mua más que sollozo parece gracioso. La alegría es rítmica, como la música y el baile, pero la tristeza es plana, como el silencio y la soledad. Y la peor de las arritmias, la definitiva, es la muerte. En el infierno no hay ni música ni baile, en el cielo dicen que hay coros celestiales.

Y es que la vida es ritmo: el día y la noche, las estaciones, los años, los plenilunios y las mareas. Hay ritmos naturales y otros artificiales que nos hemos inventado. Nuestro propio cuerpo es una caja de ritmos, el sueño, el metabolismo, las comidas, las excreciones, hasta las manías de cada uno tienen sus propios ritmos. Y cuanto más rítmica es la vida mejor, todo es más fluido, más acoplado, más seguro, más cómodo. Por eso nos sentimos mal cuando nos cambian los ritmos, los turnos de trabajo, los viajes, el absurdo cambio de hora, hasta las visitas pesadas que alteran nuestros hábitos. Qué mal llevamos los humanos las arritmias. No hay más que escuchar a nuestro pobre corazón, cómo se queja en las cuestas arriba, con los sustos, el estrés, las pasiones acaloradas o un simple exceso de cafeína.

Por eso, ahora, tras meses de desastre, que nos ha descolocado todo… trabajo, tareas, relaciones, viajes, diversiones, comidas, sueño, deporte, hormonas… nos sentimos tan mal. La pérdida de la ritmicidad de la vida es fatigosa, no solo mental, sino física y biológicamente. Sin ritmo se es más vulnerable a las enfermedades, más débil frente el esfuerzo, más triste e irritable, todo se tolera peor, una simple contrariedad, una pequeña discusión, un disgusto de nada, se elevan a categoría de conflicto, riña o depresión. La arritmia causada por el Covid -en masculino-, es malísima para la vida humana.

Luego, contra la arritmia del Covid, por favor apague el telesusto y la radiopánico, pase de largo por las páginas funestas del diario, y ponga en su vida más música, salsa o rock, flamenco o jazz, o música clásica alegre, como esos valses y polcas que te mueven los pies y se te suben a la cabeza.

Richard Gerstl. Autorretrato

Labios de covid

El denominado “Lipstick Index” es un indicador económico que se asocia a tiempo de crisis. Consiste en un aumento de la venta de barras de labios que se produce cuando hay grandes crisis, catástrofes, amenazas globales. Lo acuño en 2001 Leonard Lauder, CEO de Estée Lauder, aunque ya se conocía desde mucho antes, siempre asociado a grandes crisis sociales, guerras, etc., hasta el punto de ser un marcador muy fiable del estado emotivo-económico de las poblaciones.

Pero ahora, como consecuencia del Covid, se ha detectado que no se cumple. Por primera vez falla este fiable predictor. La casusa es evidente: las mascarillas, pero también que no estamos para muchas fiestas, y lo que antes era adorno, atracción y protección, ahora es incordio, molestia y borrón. Total que nuestros labios salen perdiendo. Esos labios rojos carnosos y sensuales, dónde estarán; esos señuelos que anuncian otros labios para el placer y el erotismo, dónde se ocultarán. Ahora tenemos labios agrietados, sosos, secos, tristes… Pobres labios, qué culpa tendrán.

Los teóricos tratan de inventar otro indicador fiable para controlar la evolución de la crisis económica, y han propuesto dos, el rímel index, (la venta de lápices de rímel ha aumentado mucho) y el skin cream index (la venta de cremas faciales se ha disparado), pero al parecer éste es el único que se sostiene.

Luego, conclusión, qué pena me da que esos maravillosos instrumentos multiuso que los humanos tenemos en la puerta de la vida, que saben hacer cosas maravillosas, como mamar, chupar, gesticular, silbar, hablar… pero sobre todo besar, no los cuidemos como se merecen. Esos labios de mamá que se comen a besos al bebé; esos labios ancianos que achuchan las tiernas mejillas de los nietos; esos labios míos que buscan con ansia los tuyos, para cuidarte, consolarte y apaciguar las quimeras de la vida; esos labios de otros días, que se ensamblan con los tuyos para amarte y compenetrarte…, que todas esas cosas tan buenas se las haya cargado el maldito virus, eso nunca se lo deberíamos perdonar.

Sabes qué te digo, que mañana mismo voy a una perfumería y compro media docena de barras de labios para ti y una para mí, que también las hay para hombres, de bálsamo labial protector e hidratante para besarte mejor.

Vivir de los pelos

Mi peluquero, que tiene la mente tan ágil como las manos, asegura que él vive por los pelos. Antes vivía de ello, pero en tiempos de Covid malvive por ellos, y como él todas las personas peluqueras: Miedos, mascarillas, distancias cortas, desinfección, mil gaitas y cuatro perras. Son otro de los muchos colectivos silenciosos que nos han salvado la vida.

Pero volvamos a los pelos. Primera pregunta. ¿Los pelos albergan el coronavirus?, pues no, pero como nunca han tenido buena prensa en materia higiénica es inevitable que los asociemos con miedo al cortarlos o tocarlos. Mi peluquero ya no me da un masaje tónico al acabar. ¿Será por miedo?

Muchas personas, sobre todo mujeres, vienen a las consultas despeinadas, desteñidas, más desgreñadas que de costumbre y eso las hace parecer más tristes y desconsoladas, me entran ganas de subirles las dosis: ¡Sí, doctor, es que entre el reparo y la desgana, no me da ni por mirarme al espejo! Pues ¡hala!, a la peluquería y la próxima si viene hecha un pincel le bajo el tratamiento.

Con la Covid todos hemos vivido un poco por los pelos, y todos hemos perdido pelo, algunos por la enfermedad y otros por estrés, cansancio, nervios, fatiga. ¡Pelillos a la mar!, diríamos, si no fuera porque a cierta edad no hay forma de recuperarlos y te quedas con esas guedejas lacias e impeinables.

Guedejas es una palabra extraña, que trae recuerdos de fealdad y brujería. Pero también se asocia a la diosa Fortuna, que según dicen solo tenía una guedeja de cabellos enredados, para que los espabilados, los que están al loro y prestan atención a la vida, y no se amilanan ni sobrecogen, la pillen por los pelos cuando pasa por su lado. Son los que ven menos tele y leen más, los que escuchan más música y menos noticias, los que hacen ejercicio y bailan sacudiendo con gracia sus melenas, o sus cuatro pelos.

La próxima vez que vaya se lo voy a contar a mi peluquero a si ver si vuelve a darme el masaje sin miedo. A cambio le voy a poner en el móvil la famosa aria Largo al factótum, del Barbero de Sevilla, la ópera de Rossini que acaba: ¡Ah, bravo Figaro! Bravo, bravissimo; a te fortuna non mancherà.

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2 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Bravo, bravísimo también para ti, sobre todo por la alabanza del baileloco y menosprecio del telesusto, aunque en relación a la guedejas, también las luciera el padre de los dioses, en traducción de aquel filólogo trotaconventos al que tanto le gustaba, como a tí, mezclar palabras:

    Dijo, y dio Zeus con el negreante cejo su seña,
    que al dios se le desparcieron las ambrosiales guedejas
    en torno a la testa inmortal, y tembló el Olumpo a su fuerza (…).

    Homero, Ilíada (Versión rítmica de Agustín García Calvo en Lucina)

  2. says: Pablo

    Enredando un poco más en el tema capilar yo sería de los pesimistas. Digo esto por aquello de representar a la diosa oportunidad calva. Si ya los romanos que la adoraban aplicaron el láser a su nuca, la fortuna que hoy podemos agarrar…

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