Resulta sorprendente y llamativo que, en la muerte de uno de los máximos estudiosos de la disciplina –hoy algo desplazada de los anaqueles y d ellos estudios– conocida como Semiología por unos, y como Semiótica por otros –por más que sean evidentes sus diferencias metodológicas y programáticas–, como resulta ser Jorge Lozano (La Palma 1951-Madrid 2021), se recuerde más el perfil mundano de su hermana Lydia Lozano, periodista y colaboradora del programa televisivo y culebrón, Sálvame, que el propio perfil científico y académico del desaparecido. Como si el imperio de los signos efímeros se vengara postreramente de la gran banalidad contemporánea, donde prevalece más la espuma que el rigor y donde manda el espectáculo por encima del estudio.
Perfil de Lozano pospuesto por esas simplificaciones del presente, donde cuenta más un presentador de relumbrón de cualquier programa y formato, que un estudioso de la comunicación misma desde su vertiente semiótica. Perfil de Lozano, donde destaca tanto por su catedra de Teoría General de la Información, en la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid, como por otros destinos, como el puntual sostenido en la Universidad de Venecia. Destinos tan singulares como la Secretaría de Revista de Occidente – donde había sucedido a Vicente Verdú, otro fino analista del mundo de los signos y de la sociología del consumo– y por la presidencia de la Academia de España en Roma, situada junto al templo bramantesco de San Pietro in Montorio. Academia romana que ha recogido por sus estancias y patios a lo mejor de la cultura española del siglo XX, desde la lejana presidencia sostenida por Ramón María del Valle Inclán –coincidente en el tiempo con los becados Gregorio Prieto y Chicharro– hasta la actualidad más próxima de pintores, arquitectos y escultores que han resuelto con su estancia el puente de intereses y afectos entre Roma y España entera.
Otro aspecto por retener de Lozano es su papel de introductor de estudios y estudiosos de la Semiótica, como cita en su obituario en El País, Javier Martín-Domínguez, que denomina no sin razón, Jorge Lozano, una vida en la semiótica. Una vida que retoma su papel como introductor español de la obra de Umberto Eco –que compartiría con el papel desempeñado por Esther Tusquets, como editora de toda la obra del boloñés–, y que recuerda en su texto, sobre todo, con la presentación madrileña de la obra de Umberto Eco Tratado de Semiótica general en 1980 (edición italiana de 1975). Al cual había conocido en su estancia en Bolonia en los años setenta.
Años en los que Eco verifica el desplazamientos en el enfoque metodológico de sus trabajos, pasando de planteamientos críticos con la sociedad de masas – en 1965 había publicado su obra que retoma esos problemas, bajo el nombre de Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas, siendo la edición española de 1968–, para comenzar a verificar enfoques alternativos en los que la teoría de la comunicación cuenta tanto como la teoría de la significación, por más que La estructura ausente. Introducción a la semiótica, fuera de 1968. Años, además corridos y recorridos por la colmatación de estudios sobre Semiología y Semiótica, marcando la divisoria entre los seguidores de Roland Barthes y los estudiosos franceses –más próximos a planteamientos de lingüística y por ello de la Semiología– y de defensores de una concepción extralingüística, como ocurriría con todos los avalistas de la Semiótica, preferentemente italianos, aunque no todos, como recuerda María Luisa Scalvini que verifica su trabajo con la dupla Arquitectura y semiología (1974). De ello da cuenta la avalancha de estudios de esos años, presididos por la obsesión monográfica que, del Estructuralismo, pasaba a la Semiología, para crear ciertos absolutismos intelectuales.
Baste recordar que el trabajo Programación social y comunicación de Ferrucio Rossi-Landi, aparecido bajo la rúbrica de Semiótica y praxis –traducido ligeramente de la edición cubana de Semiótica y Marxismo– fijaba: “Todo lo que los individuos hacen o padecen está programado por la sociedad a la cual pertenecen”. Por ello cobraba valor la definición de Eco de La estructura ausente que oponía a la absoluta evidencia de estructuras deterministas que condicionaban la historia y la sociedad de forma invisible, a otras alternativas a ese proceso. Absolutismos semióticos y semiológicos, como reflejaban las publicaciones de comienzos de los setenta, donde cabía todo; desde el arte a la moda, a la cinematografía misma. Y así, los Elementos de Semiología de Roland Barthes, se publican entre nosotros en 1970, por Alberto Corazón en Comunicación Serie B; al año siguiente se presenta Arte y Semiología de Jan Mukarovsky; en 1972 aparece Semiología del mensaje objetual de Corrado Maltese y en 1973, el citado trabajo Semiótica y praxis. Por recordar sólo algunos trabajos destacados.
Una presentación madrileña, por tanto como onomástica de un triunfo, en el Instituto Italiano de Cultura en donde, junto a Umberto Eco y Jorge Lozano, comparecieron el referido Martín-Domínguez y dos autores de peso en el momento del debate: Juan Cueto y Valeriano Bozal, que han desfilado en algunas notas de Hypérbole. Pese a ello y al papel de Lozano como introductor del texto Semiótica de la cultura, la partida del significado profundo en la hora de la muerte de Jorge Lozano, la ha ganado el atropellado mass-media de la programación inconsecuente de su hermana, frente al rigor intelectual. Como si hubiera batallas que se pierden hasta en la muerte.
Precisamente esa preponderancia de la telebasura (que no durará mucho tiempo en el actual formato: https://humorextrane.wordpress.com/2021/03/26/la-television-en-trance-de-muerte-o-el-fin-de-la-santa-iglesia-catodica/) sobre la alta cultura debiera poder ser objeto prioritario de interés semiótico. Mi impresión es, no obstante, la misma que movió a los estudiantes levantiscos del 68 a escribir en los pasillos de la universidad, sospechosamente cerca del despacho de Barthes, aquello de “las estructuras no salen a la calle”…