Vargas Llosa, una coda político-literaria

De la crónica de Carlos S. Maldonado Mario Vargas Llosa Una vida en ocho escenas (El País, 14 abril), la numerada como tercera pieza, Romance y desilusión con la Revolución cubana, supone a mi juicio una singular inflexión en la trayectoria literaria del escritor peruano y quizás, también, un campo menos explorado, como fuera el de la escritura y el del compromiso político del escritor; cuya lección había aprendido, anteriormente, en el Paris de los sesenta de mano de Jean Paul Sartre, al cual –pese a lo desandado en los últimos años, siempre acabó reconociendo como uno de sus maestros–. Compromiso político de la literatura y sus límites, que ha acabado recorriendo buena parte –aunque de manera no tan explícita en el campo de la ficción– de la obra de MVLL. Mucho más evidente esos debates político-literarios en los 33 años de colaboraciones con el diario El País, en su imprescindible Piedra de toque. Que ya incomodaba a muchos ortodoxos de la nueva Normalidad y que pedían el desalojo de esa tribuna a un MVLL en función de mosca cojonera. De todas las otras escenas acuñadas, desde el Colegio Leoncio Prado a la tía Julia Urquidi Ilianes, desde el desencuentro con García Márquez a su paso activo por la política, han tenido su plasmación en alguna escritura más o menos ficcional y rememorativa (La ciudad y los perros, La Tía Julia y el escribidor, Historia de un deicidio y El pez en el agua). Mientras que del transito del amor/desamor cubano, no nos ha dejado más que algunas reflexiones sueltas, piezas en entrevistas y las cartas de 1971 que luego comentaremos.

Mario Vargas Llosa –nos cuenta Maldonado en ese texto– viajó a Cuba en 1962, en medio de la tensa relación entre Washington y Moscú que puso los pelos de punta al planeta entero, la llamada Crisis de los misiles, que se desató cuando Estados Unidos descubrió que la Unión Soviética mantenía en la isla caribeña bases de su Ejército con misiles de alcance nuclear. Pura Guerra Fría en las barbas del Imperio. La Revolución había triunfado en 1959 y todavía lograba el apoyo de los progresistas de todo el mundo. Escritores e intelectuales visitaban La Habana en apoyo a la revolución y Vargas Llosa decidió viajar en medio de aquel vendaval diplomático. “Yo estuve aquí por primera vez cuando la crisis del Caribe. A partir de ese contacto me sentí algo más que solidario, comprometido. A ningún latinoamericano escapa que la Revolución cubana inaugura la transformación de América.Hay poetas herméticos y poetas abstractos. Cuba es un modelo”, dijo el escritor en una entrevista concedida en La Habana en 1965 al diario Revolución, en un segundo viaje invitado para formar parte del jurado del premio literario Casa de las Américas. Vargas Llosa rompería dos años después con la revolución tras el encarcelamiento del poeta Herberto Padilla. Desde entonces mantuvo una postura crítica contra el régimen y cuando falleció Fidel Castro afirmó a El País: “A Fidel Castro no lo absolverá la historia. Espero que esta muerte abra en Cuba un periodo de apertura, de tolerancia, de democratización. La historia hará un balance de estos 55 años que acaban ahora con la muerte del dictador cubano. Él dijo que la historia le absolverá. Y yo estoy seguro de que a Fidel no lo absolverá la historia”.

Vargas Llosa y García Marquez en 1967

Por más que la ruptura –como se cita antes– no se produjera en 1967, los documentos que se publican en 1971 así lo señalan, en el primer número de la revista Libre (nacida en París en 1971, pero volcada mucho en las vicisitudes latinoamericanas y con un consejo de redacción poblado de latinoamericanos), dejan otras referencias, como las de 1971, algo más tarde de lo señalado y lejos de lo que pudiera haber sido una reacción precipitada y urgente. La ruptura –muy velada y condicionada– no es, por tanto, de 1967, sino de 1971. Una vez que se ha visto el papel de las revueltas de 1968 y el papel condicionado de las izquierdas oficiales. La reedición facsimilar de Libre de 1990 cuenta con un prólogo de Plinio Apuleyo Mendoza, que deja ver la fragilidad de su tripulación recién embarcada. Y así, señala: “Apenas Libre publicó su primer número, en septiembre de 1971, se hizo evidente que sus colaboradores no compartían una misma visión política…El llamado Caso Padilla acabó dividiendo en dos al numeroso e importante grupo de colaboradores de la revista”. 

El llamado Caso Padilla, surge con la detención de  Padilla que, desde 1967, trabajaba en la Universidad de La Habana, y que fue detenido el 20 de marzo de 1971 a raíz del recital dado en la Unión de Escritores, donde leyó Provocaciones. Con anterioridad había publicado en 1968, Fuera del juego, interpretado como una crítica encubierta de los límites de la libertad de expresión dentro del cauce de la Revolución cubana y que difícilmente puede anticiparse a 1967, como hace Maldonado. Como así consta en la carta de MVLL, dirigida desde Barcelona el 5 de mayo de 1971 a Haydée Santamaria, directora de la Casa de Las Américas, a la que se dirige como ‘compañera’. Donde presenta su dimisión del comité de la revista homónima, puesto que desempeña desde 1965. Y donde, además, señala a la directora Santamaría: “comprenderá que es lo único que puedo hacer luego del discurso de Fidel fustigando a los escritores latinoamericanos que viven en Europa… ¿Tanto le ha irritado nuestra carta pidiéndole que esclareciera la situación de Heberto Padilla? Como han cambiado los tiempos”. 

Por más que días más tarde –el 19 de mayo– insistiera MVLL en términos cuasi revolucionarios y poco disidentes: “Cierta prensa está usando mi renuncia al Comité de redacción de casa de las Américas para atacar a la Revolución cubana desde una perspectiva imperialista y reaccionaria. Quiero salir al frente de esa sucia maniobra y desautorizar, enérgicamente, el uso de mi nombre en cualquier campaña contra el socialismo cubano y la revolución latinoamericana…Pero que nadie se engañe: con todos sus errores, la Revolución Cubana es, hoy mismo, una sociedad más humana y más justa que cualquier otra sociedad latinoamericana”. Entre ambas fechas del 5 de marzo y de 19 de mayo, se había producido un movimiento general, que concluyó con sendas cartas de intelectuales europeos y latinoamericanos (Duras, Enzensberger, de Beauvoir, Calvino, Sartre, Maurice Nadeau, Octavio Paz, Luigi Nono, Jorge Semprún) al Comandante Fidel Castro. “Agradeciendo la atención que concede a este pedido, le reafirmamos nuestra solidaridad con los principios que guiaron la lucha en la Sierra Maestra”. Ni contigo ni sin ti, Fidel. Cerrando todo el proceso de cartas, manifiestos y adhesiones la pieza conocida de Julio Cortázar, Policríticas en la hora de los chacales, escrito en mayo de 1971 en Paris y claramente militante y procastrista. “Es la hora del chacal, de los chacales y de sus obedientes” dice Cortázar. “Fidel, buenos días, Haydée buenos días, mi Casa mi sitio en  los amigos y en las calles”.

Las conclusiones que de todo el proceso extraería MVLL, dejarían aparcado de forma definitiva su apoyo a las llamadas ‘causas revolucionarias’ que florecieron en los sesenta entre Argelia, Cuba, Vietnam o el Congo. Causas que acababan cargándose de argumentos extraliterarios, pero revestidos del verbo acaramelado como se desprende del texto cortazariano citado, Policríticas en la hora de los chacales.

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