Fernando Fernán Gómez y la herida amarilla

100 años del nacimiento de Fernando Fernan Gomez

En 1981, la revista Triunfo –tras una de sus múltiples suspensiones administrativas y censoriales– volvía a la calle en el mes de enero (número 6, sexta época y año XXXIV) con una nueva sección que denominaba de forma genérica, Autobiografía. La entradilla del artículo ofrecido a los lectores, fijaba la gran ausencia de textos memorialísticos en las letras españolas contemporáneas –circunstancia que bien merece algunas otras reflexiones sobre ese vacío de la literatura del yo y sobre el peso de cierta formación nacionalcatólica en la conciencia de los españoles poco dados a contar lo personal y lo próximo– con el comentario siguiente: “España donde todo el mundo habla de sí mismo, es país de escasos autobiógrafos, muy particularmente en memorialistas. Se ha vivido, sin embargo, mucho en las últimas décadas, y la historia ha percutido con fuerza sobre todos nosotros. Poco espacio puede ofrecer una revista para el desarrollo de una autobiografía; pero nosotros creemos que con esa condensación se puede reflexionar sobre lo vivido, y sobre la circunstancia. Esta sección que comienza hoy tiene ese propósito”.

La pieza que habría la nueva sección respondía al nombre de El olvido y la memoria– puro oxímoron, ya que si hay olvido falta la memoria, y si hay memoria se debilita el olvido–, y pertenecía a la mano ajetreada de Fernando Fernán Gómez, que en esos momentos se aprestaba a cumplir los sesenta años y nos ofrecía un destilado de los escritos memorialísticos que estaban en curso de elaboración y de maduración. Y aquí surge una primera extrañeza sobre la temprana edad de esa escritura memorialística. No solo la dualidad esgrimida de olvido versus memoria, que en el límite imposibilitan sus desarrollos y dan cuenta de las enorme dudas sostenidas por FFG en el curso de la redacción de sus recuerdos y destilados. Por otra parte, el momento biográfico en que se acometen esos trabajos de excavación del pasado resulta revelador. ¿A qué edad pueden y deben realizarse los trabajos memorialísticos? Hay quien piensa –con alguna razón escasa– que deben aplazarse hasta el límite vital, con el riesgo añadido de no contar con el tiempo preciso y necesario para contarlo y plasmarlo. Hay, por otra parte, los que aconsejan la paciencia de la anotación anticipada, a lo Trapiello, –que es, de suyo, un ejercicio tan prematuro como invalidante–, que podrá desarrollarse más tarde en secuencias ampliadas y nunca concluidas. Y junto a ello, la creencia de que el ejercicio de memorialismo es un tanteo a la vida –un pulso entre lo vivido y lo recordado, no siempre coincidente– que se da por agotada y presta para ser contada. Ese texto de 1981 de Triunfo suponía el proyecto concluido a esa altura del tiempo, y que años después FFG retomaría y dilataría en lo que ya conocemos como El tiempo amarillo (primera edición en 1990) y luego, El tiempo amarillo. Memorias ampliadas (1921-1997) en 1998. Donde llega a citar en la página 504 el carácter específico de ‘breve autobiografía’ del trabajo de 1981. De todo ello puede concluirse el grado de insatisfacción obtenido con el texto breve y la necesidad de proseguir tanteando esos recovecos de los recuerdos desiguales, buscando una mejora o un principio de autenticidad.

Balarrasa

Trabajo posterior de reelaboraciones cuya responsabilidad imputa FFG, al regalo que le hiciera el compañero director José Luís García Sánchez en 1986, con el texto de Tomás Álvarez Angulo, Memorias de un hombre sin importancia (página 477). Donde FFG da a entender las dudas sobre la idoneidad del trabajo en curso, y el impulso otorgado al proyecto por el descubrimiento de cómo un hombre sin importancia –como el citado Álvarez Angulo– puede disponerse a contar su propia vida sin más cortapisas que su propia voluntad. Y no es que FFG se tuviera por un hombre sin importancia –cuando ya a la altura de los ochenta había cuajado una ejemplar trayectoria como actor, autor y director teatral y cinematográfico– sino que reflejaba tanto su personal carácter tímido y dubitativo y la incertidumbre del carácter literario a otorgar a ese ejercicio de rememoración.

Si con 59 años FFG ya nos ofrecía materiales elaborados de sus memorias, no es que diera por cerrada su trayectoria de actor y director, sino que verificaba ‘un alto en el camino’ desde donde sopesar los hilos que venía tejiendo, para bien y para mal, como acabaría ocurriendo con su propia trayectoria humana. Pero eso, son otras cuestiones que requerirían análisis diferentes. Es de suponer, además, que algunos de esos materiales procedieran de años anteriores, justo en momentos de plenitud profesional y no de bajura anímica; incluso en el cuerpo de texto de los posteriores desarrollos memorialísticos citados, reconoce haber practicado con frecuencia las anotaciones puntuales de sucesos y ocurridos, que más tarde, darían pie a desarrollos ampliados en un ejercicio postergado. Anotaciones, no sólo como estrategia de escritura, sino como parte de ciertos propósitos vitales. Igualmente, que FFG reconoce las posibles influencias de algunos trabajos memorialísticos de actores y directores (página 65), como parte del análisis del fenomenal desdoblamiento de personalidad que soporta todo actor avezado.

Yo, por mi parte, enlazo algunos aspectos expositivos y narrativos de El tiempo amarillo, con las piezas de Eduardo Haro Tecglen (1924-2005), El niño republicano (1996) e Hijo del siglo (1998), que vienen a tener una coincidencia no sólo en algunos de los tramos más destacados –los años de República y las vicisitudes de la Guerra en Madrid– sino en la cronología de la publicación. En otros aspectos –sobre todo los referidos al tiempo republicano y al tiempo de la guerra y la posguerra– enlazo con el proyecto de Juan Benet, Otoño en Madrid hacia 1950 (1987). Por más que haya grandes diferencias formales y estilísticas de FFG con JB, que formula un proyecto maduro de escritura de la memoria, por más que Benet tuviera serias dudas sobre el procedimiento otorgado al espacio literario del memorialismo. En el cuerpo de las memorias de FFG queda claro que su pretensión temprana es la de ser, ante todo, escritor y secundariamente actor; por lo que el acopio de materiales escritos daba cuenta de esa pretensión sentida tempranamente por la escritura. La vena actoral es fácilmente creíble desde los antecedentes familiares –sobre todo, desde la madre Carola Fernán Gómez–, el resto de los perfiles de FFG son fruto de un encadenado de circunstancias complejas, como no podrían ser de menos en un Niño de la guerra. Un tiempo amarillo el relatado que verifica una doble mención específica: tanto al gafe del color amarillo en el mundo teatral –igual que en el mundo del toreo–, como el color desvaído de cierto periodo de la vida de FFG, que ocupa un espacio primordial en su vida. Aunque la cita primordial provenga del poema de Miguel Hernández:

“Pero yo sé que algún día
se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía”

Me refiero particularmente a todos los años que van desde 1931 a 1945, es decir desde la proclamación de la II República, los días lentos y sospechosos de la Guerra civil y la amarilla libélula de la posguerra. Piénsese que FFG es un adolescente en el primer tramo de esos años y que se encuentra en periodo de formación en los años republicanos y siguientes. Sobre todo, los referidos al cine. Por más que a él llegue de forma oblicua.

Hay que hacer constar que más allá de todo ello –en el momento de la publicación de la pieza de Triunfo del año 1981, FFG reconoce haber acabado la gira de la obra teatral El alcalde de Zalamea y finalizado el rodaje de Maravillas, película dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón– FFG era conocido y reconocido, fundamentalmente como actor de cine y de teatro –y en ese orden, por cierto–. Fuentes nutricias de su vivir habitual, como reconoce en el repetido texto –donde late alguna obsesión por la difícil supervivencia de los llamados cómicos, que darían carrete y salida a la gran película final, El viaje a ninguna parte (1984), tenida por el diario El País como “una de las obras mayores de la historia del cine español”. Producción de Julián Mateos y Maribel Martín, por más que se adviertan las dificultades sostenidas en el estreno en el festival de San Sebastián y que empieza a dar forma a lo que diez años más tarde se publicaría como El tiempo amarillo. Las dificultades de El viaje a ninguna parte en distribución y difusión que enlazan con los problemas sostenidos con las mejores realizaciones cinematográficas de FFG, que dieron comienzo con El malvado Carabel (1956). Como ocurriera con piezas valiosas como La vida por delante (1958), La vida alrededor (1959) y El extraño viaje (1964). Donde habría que citar la nunca estrenada El mundo sigue (1963), que adaptando un relato de Juan Antonio Zunzunegui, no fue estrenada nunca (página 453). Y esa es parte de la anormalidad cinematográfica española, que condena a hombres como FFG o como Víctor Erice a ciertos patios traseros del espectáculo.

Todo ello para dejar constancia de cómo la parte más auténtica de las películas dirigidas por FFG, pasaron con más pena que gloria ante público y crítica. Y ello contrasta con la solvencia y con el éxito popular obtenido como actor en diversos trabajos y papeles que irían desde las tempranas Botón de ancla (Ramón Torrado, 1946) a Balarrasa (Nieves Conde, 1951), donde habría que hacer un inciso para capturar Esa pareja feliz (Bardem y Berlanga, 1953), momento culminante de la experiencia neorrealista en España. Experiencia en la que el propio FFG desempeña un papel importante desde la plataforma del Instituto Italiano de Cultura, desde 1949. Plataforma ideada para representaciones teatrales, que fueron complementadas con proyecciones de cine italiano de la época y que puede explicar el interés de algunas realizaciones españolas de esos años. Desde los citados Bardem y Berlanga, hasta obras de Nieves Conde, Manuel Mur Oti o Francisco Rovira Beleta. Momento de fertilidad creativa y profesional que transcurre entre las relaciones con CIFESA, Sevilla Films y Alba Films; y con personajes centrales en la historia de FFG, como José Luís Saénz de Heredia, Edgard Neville y Wenceslao Fernández Flórez, quien al verificar FFG la compra de derechos de El malvado Carabel, les espetó aquello de que “el cine español huele a cocido” (página 382). Olor que, por otra parte, a FFG le parecía natural y necesario. Un debate que volvía a enfrentar las valencias del casticismo y la vanguardia, y que en esos años abriría de nuevo las vías del debate entre el social realismo y el formalismo.

Algo parecido podría decirse en la alternancia de los papeles desempeñados por FFG como actor, donde hay una temprana anotación, realizada en 1952, durante el rodaje de El camino de la esperanza en Roma donde FFG, deja caer: “Volví a tener la impresión –que empecé a tener al comenzar aquel año– de que mi carrera como actor cinematográfico había terminado” (página 398) Una carrera como actor en la que destacan los trabajos realizados “con Jaime de Armiñán, Víctor Erice y Carlos Saura, en El amor del capitán Brando, El espíritu de la colmena y Ana y los lobos, películas que en la intención y en el logro nada tenía que ver con las que me habían ofrecido, y había aceptado, en la etapa anterior” (página 475). Donde el propio FFG señala ya la diferencia de cometidos entre los dos tramos de su carrera, pese a que algunas piezas previas no merecieran la descalificación otorgada desde el filo de los años 80. Y donde sólo faltó, a mi juicio, un proyecto de colaboración con Luís Buñuel, para redondear el trabajo de FFG con los mejores realizadores españoles del siglo XX. Un trabajo con Luís Buñuel, como lo habían tenido Paco Rabal y Fernando Rey. Que junto a FFG componen lo mejor y más solvente de nuestros actores.

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