Exordio
Estamos hartos de tristezas, necesitamos recuperar la alegría, pero ¿cómo lo hacemos?
Por ejemplo, en estas fechas navideñas…
“el milagro de la alegría, es que te toque la lotería”.
Pero, ¿y si nunca te toca?, ¿cómo conseguirlo si tú eres de esas personas que siempre suspenden el máster de buena suerte?
Sencillo, no dejando la alegría en manos del azar. Trabajando duro para tenerla y mantenerla, pues, como bien sabemos…
“la alegría es estupenda, pero nunca es gratis”.
Defensa de la alegría
Alegría es una palabra bonita y corta, con cuatro vocales sonoras y tres consonantes limpias, que cuando la poseemos nos aligera la vida. Por cierto, no sé si se había fijado que alegría y aligera tienen las mismas letras. Curioso.
La palabra alegría nació hace miles de años en el mismo país que los Reyes Magos. Allí se pronunciaba algo así como altres (*al-3), y significaba andar, ambular, darse un garbeo, como los Reyes andarines, que salieron de Oriente y llegaron a Israel y se la regalaron al Niño envuelta en luz, calor y risa. Pero como la cosa se ponía difícil por culpa de Herodes el Triste, salieron pitando y acabaron en Roma, donde se la enseñaron a los ricos beatos, palabra que viene del latín beautus, que significa colmados de bienes, gentes dadas a los placeres de la vida. De este modo la alegría y el placer intimaron, y de esa mezcla nacieron las amenidades, palabra que resulta de juntar otras dos griegas, una que significa las cosas buenas y otra las cosas bellas de la vida, belleza y bondad, el atributo de los héroes felices, dos cosas que, andando el tiempo, los italianos perspicaces y mercantiles del Renacimiento convirtieron en arte, comercio y lujo. Por eso ahora asociamos la alegría con compras, regalos o belleza.
Una rama pobre de la alegría llegó a Hispania, concretamente a Sevilla, donde un obispo alegre llamado Isidoro, santo patrón de las palabras, la cantó en misa y allí la oyeron los gitanos, gente ingeniosa y hábil, que la adornaron con su gracia y su salero. Así acabó infiltrándose en el ingenio de las coplillas, meciéndose al compás de los cantes y bailes flamencos, cosas que, a falta de riqueza, compartían en sus noches de corrala para aliviar los ayes de sus vidas hambrientas.
Esa es, con alguna licencia, la bella historia de esta palabra tan bonita y tan buena para la vida, que, curiosamente, también comparte sus letras con alergia, una palabra adversa que no se parece en nada a la alegría.
Aunque, bien pensado, alguna relación mantienen. En efecto, nunca he conocido a nadie que sienta alegría por tener alergia, pero si he conocido a muchas personas que tienen…
Alergia a la alegría
Son personas de suyo tristes, de temperamento adusto y carácter mohíno, que siempre van como a la contra, muy hábiles encontrando los disgustos de la vida pero torpes detectando sus amenidades. Las hay de dos tipos. Unas son tendentes a las melancolías oscuras, lánguidas y nostálgicas, afines a la lamentación pero no a la queja ofensiva. Estas son poco peligrosas, pues suelen convertir sus anemias en poesías.
Pero también las hay enojadas, quejumbrosas, con tendencia a la crítica y la cólera, a la rabia insatisfecha y a la furia acerada. Estas son peores, pues lejos de conformarse con sus morriñas pretenden que la vida de los demás también se enturbie.
De las primeras como mucho aprovechar sus bellas poesías, de las segundas no aprender nada, solo esquivarlas y huir con pies ligeros, como debería haber hecho el héroe más veloz y feliz de todos los tiempos, el valiente Aquiles, que triunfó en vida y glorió en muerte, pero que murió tontamente, por dejar su talón quieto un instante.
La lección de la alegría
Convengamos pues que la alegría es la virtud más amena de la vida, el pulimento que suaviza los filos de la angustia, el espíritu que aligera la gravedad de la existencia. La alegría es como un…
“sabroso condimento que ameniza todos los alimentos”.
Hasta la felicidad sin alegría en una serena sosería, una ataraxia aburrida, pero con ella es delicia y gozo, la…
“chispa de la vida”.
Pero la alegría es delicada, necesita arrumacos y caricias, no basta con disfrutarla, hay que atenderla, si no le haces cosquillas, si no le acaricias las caderas se larga con otros. Mejor retenerla en casa a que se pire y no vuelva. ¡Ojo con lo que dice esta coplilla flamenca!:
Por tu puerta la alegría
pasó diciendo,
como aquí no hago falta,
no me detengo.
Luego la lección que nos da la alegría para estos tiempos tan tristes y sombríos, o quizá mejor para todos los tiempos de la vida, es que tenemos que escapar por pies de la molicie, la estulticia y la insensatez, y siempre, o al menos mientras se pueda, hay que seguir caminando con garbo y ligereza, pues…
“la alegría es la gracia que aligera la vida”.
II. —La alegría es el paso del hombre de una menor a una mayor perfección.
III. —La tristeza es el paso del hombre de una mayor a una menor perfección.
EXPLICACIÓN: Digo «paso», pues la alegría no es la perfección misma. En efecto: si el hombre naciese ya con la perfección a la que pasa, la poseería entonces sin ser afectado de alegría, lo que es más claro aún en el caso de la tristeza, afecto contrario de aquélla. Pues nadie puede negar que la tristeza consiste en el paso a una menor perfección, y no en esa menor perfección misma, supuesto que el hombre, en la medida en que participa de alguna perfección, no puede entristecerse. Y tampoco podemos decir que la tristeza consista en la privación de una perfección mayor, ya que la «privación» no es nada; ahora bien, el afecto de la tristeza es un acto, y no puede ser otra cosa, por tanto, que el acto de pasar a una perfección menor, esto es, el acto por el que resulta disminuida o reprimida la potencia de obrar del hombre (ver Escolio de la Proposición 11 de la Parte 3). Por lo demás, omito las definiciones del regocijo, el agrado, la melancolía y el dolor, porque se refieren más que nada al cuerpo, y no son sino clases de alegría o tristeza.
Ética more geométrico demonstrata, Baruch Spinoza.