Si durante 2020 llegaron a nuestros oídos diversos grandes lanzamientos en medio de la tormenta fue porque estaban ya terminados esperando ver la luz. Sin embargo, el enorme frenazo mundial durante la segunda mitad del año y gran parte del presente se ha dejado notar durante un 2021 que no nos ha tenido huérfanos de música en ningún momento, desde luego, pero sí parecía condenado a quedar reducido al pequeño formato, al bedroom pop, al álbum de confinamiento. Afortunadamente, la recta final del curso se ha plagado de nuevo de diversidad y ha recuperado brillo para rematar una cosecha más jugosa de lo que apuntaba en un principio.
La fragilidad del estrellato
Los tiempos cambian continuamente, por eso la imagen que hasta hace no tanto se transmitía desde la fama era la de una seguridad total, un permanente comerse el mundo que la mayoría de las veces no se correspondía con los miedos reales de quienes ostentaban esa fama. Ahora la tendencia es a la inversa, cuanto más al descubierto se manifiesten esos miedos más parece identificarse el público con sus ídolos. Y eso no solo se da de cara a las redes sociales, sino que se nota (y mucho) en la música producida por esas grandes frágiles estrellas. La más reciente incorporación al Olimpo es la de Olivia Rodrigo, que en su debut Sour da por cada ración de pop tontorrón otra de balada intensa o de rabia grunge (sí, hay una cierta vuelta del género). Aunque se queda muy lejos de la desnudez emocional de Billie Eilish, que con 20 años parece haberse saltado cualquier fase de euforia juvenil a tenor de lo mostrado en Happier than ever. La jugada de la honestidad no le ha salido bien a Lorde, que se ha quedado corta en su primer tropiezo, un Solar Power paradójicamente opacado por su pretendida luminosidad.
Si alguien abrió el camino hacia este nuevo pop es Lana del Rey, que está exultante en la madurez compositiva y vocal de su mejor periodo creativo, como atestiguan sus dos maravillosos discos de este año, Chemtrails over the country club y Blue Bannisters, su confirmación definitiva como una cantautora a la altura de sus clásicas referentes.
Pero si hablamos de altura, nadie llega a la de Adele, que después de 6 años de silencio no pierde la capacidad de lucir unas cifras de mercado propias de otra época manteniéndose fiel a su fórmula pero con los pertinentes retoques de producción que hacen de 30 su colección más lustrosa de canciones, siempre con su voz como total y absoluta protagonista.
El estrellato de cristal no es solo cosa de mujeres, aunque lo cierto es que quienes más se han destacado este año entre los artistas masculinos no están precisamente en esa esfera. Quizá Lil Nas X sea el más propenso a mostrarse emocional en un futuro, pero de momento disfruta las mieles del descomunal éxito de Montero, su muy estimable debut. Ed Sheeran tampoco ha escondido nunca sus sentimientos, aunque sean tan planos y predecibles como de costumbre en =. Pero no creo que encontremos nunca a gente como Drake en una posición semejante (reconozco que ni me he molestado en tratar de escuchar los 86 minutos de su Certified lover boy), ni mucho menos a Kanye West, que sigue convirtiendo en genio y figura cada segundo de su vida y en Donda entrega hora y tres cuartos de su cuerpo y sangre. El conjunto es lógicamente irregular y también excesivo, a pesar de que la producción es la más minimalista de su carrera. Aun así, no son pocos los momentos brillantes donde hay que rendirse a la evidencia: ye (oficialmente su nuevo nombre legal) sigue en buena forma a pesar de sí mismo.
Por supuesto, no hay que olvidarse de hacer una parada en el panorama patrio, que este año ha tenido un indudable dueño del cotarro: C.Tangana se ha transmutado en El madrileño. Reclutando a una nutrida tropa de nombres bien conocidos de España y Latinoamérica, ha apostado decididamente por lo de toda la vida: rumba, son, bachata, pop-rock latino. Las reacciones han sido de todo pelaje, desde críticas por rancio (le perdonaremos lo del Yate) o por misógino (solo hay una aportación femenina en el álbum, aunque Ateo, el posterior single junto a Nathy Peluso debería redimirle de sus pecados), hasta elogios por revitalizar las viejas glorias de Eliades Ochoa o Kiko Veneno (quien, por cierto, también ha sacado álbum propio, Hambre), y por demostrar que no todo es trap, éste puede hermanarse muy bien con la tradición. Lo cierto es que Antón deja tras de sí un buen puñado de canciones y vídeos que ya están incrustadas en el imaginario colectivo panhispánico.
En segundo plano
Sin llegar a las cotas de celebridad de los personajes antes nombrados, hay otro buen número de artistas que se mueven en coordenadas similares, esto es, cercanos al gusto del gran público, en equilibrio entre clasicismo y modernidad. Es el caso de las sólidas cartas de presentación de Celeste (Not your muse), Joy Crookes (Skin) y Arlo Parks (Collapsed in sunbeams, galardonado con el Mercury Prize); de Genesis Owusu en el atrevido Smiling with no teeth; de Valerie June en The moon and stars: prescriptions for dreamers; de Jorja Smith en su sofisticado EP Be right back; de Laura Mvula, entregada al synth ochentero en Pink Noise; de Self Esteem, tras las huellas de Dua Lipa en Prioritise Pleasure; de Spellling y su tan ambicioso como satisfactorio The turning wheel; del siempre fiable y elegante Curtis Harding, ya por su tercera entrega de soul retro en If words were flowers. El género está afortunadamente en boga, ya que además de fieles continuadores como el propio Harding o Durand Jones & The Indications (Private Space), se han subido al carro, con muy buenos resultados, Bruno Mars y Anderson .Paak, los Silk Sonic de An Evening with silk sonic.
En la órbita más alternativa están tótems como Nick Cave, esta vez junto a Warren Ellis en Carnage, u otro dueto, el formado por Bobby Gillespie y Jehnny Beth para Utopian Ashes; además de sospechosos habituales como Lucy Dacus (Home Video), Brandi Carlile (In these silent days), o John Grant, más artie que nunca en Michigan Boy, constituido por temas de formato largo y digestión lenta. No faltan continuadores de esta escuela como la recién llegada Tamar Aphek, sobrada de personalidad en su debut All bets are off.
Entre los espíritus más libres nos encontramos al siempre agradecido Gruff Rhys, con Seeking new gods. Y a Matthew E. White, que da una vuelta de tuerca a su peculiar universo en K Bay, disco que vino preludiado por el más experimental Broken Mirror: a selfie reflection, junto a Lonnie Holley.
Está también el siempre reivindicable Jesse Woods, de vuelta con el brevísimo y precioso Wimberley. Y el desarmante y precioso intimismo de Cedric Burnside en I be trying. Mención especial para Ángel Stanich y su exuberante psicodelia (lírica, vocal e instrumental) en Polvo de Battiato.
Hay en este apartado tres trabajos que destacaría justamente por encima de los demás. Mencionaba antes al soul vintage y a la banda de Durand Jones, pero ha sido su batería Aaron Frazer quien en solitario se desmarcaba a principios de año con una verdadera joya del género llamada Introducing…
Por su parte, Israel Nash ha dado con su mejor disco en Topaz, excelso tratado de americana que sintetiza todas las virtudes que había ido atesorando en sus trabajos previos.
Y fijándonos en el hip hop moderno, Little Simz ha conseguido por fin la relevancia que merecía gracias a Sometimes I might be introvert, disco largo y prolijo que sin embargo se mantiene casi siempre a la altura gracias al enorme talento de una autora expandiendo sus horizontes.
Oscuridad y post-punk
Cuando al principio de este artículo hacía referencia a lo mucho que 2021 ha tardado en arrancar, lo hacía especialmente pensando en el aluvión de discos oscurísimos y ferozmente vanguardistas que desde el ámbito del post-punk coparon su primera mitad. Daba miedo pensar que todo el panorama fuera a permanecer así de cenizo. Abrieron la veda Viagra Boys en Welfare Jazz. Les siguieron Shame en Drunk Tank Pink. Y poco después doblaron la apuesta Black Country, New Road con For the first time, un festival de ritmos abruptos y vientos distorsionados con temas en el entorno de los 6 minutos. La cosa no iba a quedar ahí. A los pocos meses aterrizaban Squid, con temas aún más largos, violentos y excesivos en el sobrevalorado Bright Green Field. Y como colofón llegaba a finales de mayo Cavalcade, de Black Midi, una absoluta locura de disco tendente hacia el prog extremo y el rock-in-opposition, tan tremendo a todos los niveles como para pasar tranquilamente por encima de todos los anteriores. Después la cosa se ha serenado y salvo los Idles de Crawler, no han aparecido más propuestas dementes. Hasta nuevo aviso.
Otras vanguardias, otras tradiciones
Al lado de la tacada anterior, puede parecer que los discos que conforman la siguiente son de easy-listening, pero simplemente juegan en otra liga de experimentación.
Véase el caso del jazz combativo de Sons of Kemet en Black to the future, la third stream de Floating Points, Pharoah Sanders y la London Symphony Orchestra en Promises, o los magníficos ejercicio de fusión a cargo de BADBADNOTGOOD en Talk Memory, de los mexicanos Rostro del Sol, en su debut homónimo, o los suecos Agusa en En annan värl, que podría haber venido firmado por el mejor Mike Oldfield.
En el lado del post-rock, topamos con dos viejos conocidos: Mogwai (sorprendentemente frescos en As the love continues) y Godpeed you! Black emperor, a lo suyo en G_d´s pee AT STATE´S END.
Es muy celebrable que Nicolas Jaar y David Harrington hayan recuperado Darkside, su dúo de mixtura electrónica y psicodélica, para una segunda y muy digna entrega llamada Spiral. O que otro dúo, Low, siga en su inquieta búsqueda de nuevas sonoridades en HEY WHAT. Lo mismo podemos decir de Arab Strap, de regreso tras un largo paréntesis, con As days get dark. Y de inquietud artística entiende mucho Damon Albarn, quien sin embargo ha preferido esta vez abandonarse a la quietud paisajística y espiritual de varios lugares del mundo (pero principalmente Islandia) en el ambiental The nearer the fountain, more pure the stream flows.
Precisamente entre los dos polos de la electrónica, la más desenfadada, agresiva e industrial, y la sosegada e introspectiva, viaja Arca en los cuatro discos que han convertido su proyecto Kick en (de momento) pentalogía, donde su paseo por el reggaeton deconstruido se va diluyendo poco a poco en favor de piezas cada vez más abstractas y conceptuales, alejadas a su vez del ruidismo atronador de sus inicios. La mezcolanza resulta fluida y estimulante, en consonancia con la visión que su autora pregona tanto dentro como fuera de su obra.
Donde la electrónica encuentra hoy un lugar natural es en su papel como elemento modernizador de música que reformula el folclore más tradicional, algo que ha arraigado bien en España gracias a trabajos como el de Baiuca (Embruxo), o más especialmente, Maria Arnal i Marcel Bagés, deslumbrantes en Clamor; pero también en otras partes del mundo, dando lugar a discos tan especiales como Vulture Prince, en el que Arooj Aftab nos acerca al ghazal y el qawwali indostaníes.
Grupos. No todo está perdido
Siguen siendo tiempos difíciles para la música de grupos. En primer lugar porque sus discos son caros de producir (sale más a cuenta montar un par de bases con el ordenador para un cantante solista). En segundo lugar porque siendo bastante fácil montárselo uno consigo mismo, ¿para qué formar una banda?. Y tercero, porque se escuchan notablemente menos que los cantantes individuales.
Coldplay, la banda más grande del mundo a día de hoy, llevan algo más de dos décadas en activo, una de ellas dedicada a dilapidar su legado con discos que inexplicablemente siguen triunfando como Music of the spheres. No hay nadie más nuevo para hacerles sombra.
Pero lo cierto es que los grupos siguen ahí. No hay más que ver a Måneskin, flamantes rockeros ganadores de Eurovisión y proyectados internacionalmente como hacía tiempo que no le sucedía a nadie salido del festival. Teatro d’ira – Vol. I es su puesta de largo.
Lo mejor para una banda a día de hoy es encontrar un nicho de seguidores fieles que te permitan seguir adelante. A veces, con discos de puras píldoras de rock tan atractivas como las de Cooler Returns, de Kiwi Jr. o Written & Directed, de Black Honey. Otras, exhibiendo capacidad para facturar ese tipo de rock adulto basado en canciones de composición e instrumentación esmeradas y desarrollo lento, por desgracia tan poco abundante ahora mismo, con exponentes tan magnos como los Killers de Pressure Machine, The War on Drugs en I Don´t live here anymore, Morgan en The river and the stone y los delicadísimos Elbow de Flying Dream 1.
O demostrando veteranía y una inagotable capacidad para seguir aportando nuevas ideas a su consolidada maestría en arreglos vocales e instrumentales, como ocurre en Endless Arcade de Teenage Fanclub, Coral Island de The Coral u Old sounds of modern music de Stay; o forjándose esa maestría en el caso de formaciones herederas como los Quivers de Golden doubt.
Hay también quienes se mantienen en su línea pero evitan el estancamiento gracias a no descuidar los detalles, como Wolf Alice en Blue Weekend, Manchester Orchestra en The million masks of god, The Hold Steady en Open door policy o Jungle en el fabuloso Loving in stereo. Y quienes están aún conformando esa línea y creciéndose en ella, como los Derby Motoreta´s Burrito Cachimba que miran de tú a tú al viejo rock andaluz en el magnífico Hilo Negro.
Por último, hay quienes hace muchísimo que no tienen nada que demostrar, que simplemente disfrutan de seguir activos haciendo discos como y cuando quieren, sin importarles ya que reciban menos difusión de la que merecen. A veces los resultados son notables y otras son más modestos, pero siempre aseguran valer lo suficiente como para merecerse su hueco (Iron Maiden en Senjutsu, Yes en The Quest, Dream Theater en A view from the top of the world, Santana en Blessings and miracles, Strabws en Settlement).
El regreso de Abba
Delicias como Magic Mirror, de Pearl Charles, dejan bien claro que el legado de la mítica banda sueca sigue muy vivo, pero cuando los auténticos ABBA deciden ponerse sus estrafalarios monos de trabajo tras un parón de 40 años, es normal que tanto los admiradores de su época como todos los que no han dejado de ganar durante esas 4 décadas de ausencia se hayan sentido afortunados partícipes de un momento que parecía irrepetible, el de revelar nuevas canciones por su parte. Las 10 que conforman Voyage las hemos recibido con los brazos abiertos y se han sumado con naturalidad a la ingente lista de éxitos del cuarteto. Los singles de adelanto dispersaron pronto cualquier temor a que hubiesen tomado una dirección equivocada, y a pesar de la esperable sobredosis de azúcar (es uno de sus signos de identidad, al fin y al cabo), el disco contiene todo lo que se le pedía. ABBA no estaban dispuestos ni a traicionarse ni a fallar, solo a sonar como si nunca se hubieran ido.
La vigencia de lo clásico
Y es que hay cierta clase de música que nace imperecedera. Lo repito prácticamente en cada resumen anual. Entiendo y comparto que los medios especializados procuren destacar aquellas obras que mejor reflejen las tendencias artísticas y sonoras de la actualidad, que ahora más que nunca tanto van de la mano de las vicisitudes sociales y políticas. Pero casi siempre me acabo quedando con otras que nada tienen que ver con eso, sino que pueden ser escuchadas con el mismo entusiasmo hoy y dentro de 50 años.
En esta ocasión, me rindo ante dos trabajos que han recibido una atención entre moderada y nula por parte de la prensa, y que por tanto no estarán presentes en la gran mayoría de listas con lo mejor de la cosecha. Trataré desde aquí de enmendarlo. Yolanda Quartey, que se abrevia artísticamente como Yola, despegó hace un lustro en solitario defendiendo una propuesta de soul clásico puro. En Stand for myself ha conseguido sacar todo el brillo a esa propuesta gracias a un extraordinario tacto en la composición y a sus generosas cualidades vocales, herederas de las grandes figuras del género. Si añades a la ecuación a Dan Auerbach como productor, termina de cuadrarse el círculo.
Por su parte, The Shivas eran hasta ahora uno más de esos grupos anclados en el garage rock psicodélico, disfrutables pero no especialmente notables. Hasta que han dado con la inspiración que necesitaban para completar un álbum absolutamente irresistible lleno de gemas. Lo son todas las canciones que conforman Feels so good // feels so bad, un punto y aparte en su carrera que espero que tarde o temprano los lleve hasta un mayor y merecido reconocimiento.
Mi Nick, cuánto más mayor y más teñido, más genial y siniestro… (es un decir…)