Que Televisión Española haya querido homenajear a la desaparecida actriz Verónica Forqué (Madrid 1955-Madrid 2021) entra dentro de la lógica habitual del pequeño Star-system que tenemos construido entre nosotros y entre galerías de mitómanos. Premiar con el recuerdo recuperado a alguien conocido –que según contaba, exageradamente, en el previo del homenaje de TVE el crítico de cine Luís Martínez ha sido parte de nuestras vidas pasadas– puede entrar dentro de los ritos de paso del mundo de espectáculo. Pero, a veces, el homenaje no funciona.
Hacerlo, por otra parte, con la película elegida en memoria de Forqué, con la pieza de Pedro Almodóvar, Kika (1983) es asestar una puñalada al pretendido homenaje. Y todo en la medida en que la citada película –o cualquier otra de Almodóvar– no es materia para un homenaje a terceros; ya que las películas de Almodóvar sólo son materia para un homenaje a sí mismo como puede deducirse de su filmografía titubeante.
El carácter de la trayectoria de Verónica Forqué, según el relato de Martínez –que forma parte de nosotros mismos– es similar a algunos tramos de la historia del cine español –desde el cine de La movida, al conocido como Cine del Destape–, que se supone que reflejan lo que no querían o que manifiestan ser lo que no pretendieron. Y ello resulta relevante y en la misma medida en que lo resulta el discurso de la identidad anamórfica de la política. Como reivindican algunas fuerzas políticas que se consideran a sí mismas como un reflejo real de la sociedad española.
Y esta circunstancia de que una parte de la política o del espectáculo se erija en argumento de la totalidad, resulta desequilibrante y desternillante con el paso del tiempo. Destripar el cine pasado desde las orillas del presente comporta un enorme trabajo de desmitificación de ese pasado en que la obra y el autor fueron mitificados –de manera incomprensible, aun contando con el apoyo de los medios más descollantes e influyentes– hasta extremos inusitados. Como acontece con buena parte de la filmografía de Almodóvar: elevado a los altares, por su supuesto carácter transgresor, su aire innovador, su fusión del castizo progresista y sus valencias modernas. Por ello la pieza elegida –la repetida Kika como emblema– como homenaje a una actriz –más de reparto que de papeles protagonistas– opera como agravio más que como un ejercicio de reconocimiento a un trabajo profesional significativo, y consigue que se vuelque con tino la pieza elegida en el homenaje fallido. Que ya actúa como un espejo desviado de obsesiones sexuales, martirios modernos, excesos locuaces, transgresiones consentidas, populismo colorista y chabacanismo pop, y como espejo absoluto de unos años cruciales y cruzados. Por más que el comienzo de Kika sea un alusión indirecta a El Sur de Víctor Erice, rodada diez años antes y con intenciones muy otras en el empleo de Andaluza de Enrique Grabados. Pero el efecto, por medio de la utilización musical de la pieza nuclear de El Sur, en Kika es muy otro. Sobre todo, si a continuación se desarrolla un tema de flamenco de carretera.
Es decir, la mejor manera de entender de dónde venimos –y entender la España de exaltación almodovariana de esos noventa colmados y atónitos– es contemplar una película del peculiar mundo del director de Calzada desde el contexto de la Movida y de la primera adoración crítica, con la salvedad reseñable de Carlos Boyero. Otra cosa será aceptar el valor del testimonio de la cinta Kika en la peculiar trayectoria de Verónica Forqué. Secundaria de lujo en películas de ese tramo temporal que discurre entre las elecciones de octubre de 1982 y las Olimpiadas de Barcelona 92, y donde reúne un conjunto de papeles de mujer atormentada, acosada, violada, prostituida y destruida por la fuerza de los hechos comediables y al amparo de su desarrollada vis cómica. Situaciones que hoy, lo políticamente correcto llevaría de la mano de la cancelación y de su rechazo.
Otra cosa diferente, será aceptar el valor del testimonio de la cinta Kika en la peculiar trayectoria de Pedro Almodóvar. Con todo tipo de sobresaltos, pero incapaz de sobreponerse al paso del tiempo. Como demuestran las revisiones de muchos de sus trabajos aclamados ayer y puro polvo hoy. Por mucho que se esfuerza ahora con su testamento actual de Madres paralelas y su representación por reescribir la historia común.
Y es que eso es lo que había bajo la figura de la chica sexy, encantadora, fácil y un poquito atolondrada: un boquete de inseguridad tremendo, una incapacidad total para vivir si la tutela de un hombre, y una vejez solitaria y triste. Razón de más para ser feministas…
Eso que puede producirse cuando deja de calentar el sol de la primera juventud donde todo se ve tan fácil y parece que todo es posible o está permitido, cuando emergen cualidades que se acoplan al aire de una época o de una generación que parece ponerse el mundo por montera y sale mucho por las noches y tiene una banda sonora y recibe aplausos del mundo entero que parecen que van a ser infinitos.
Pero el tiempo pasa y a veces hiela las sonrisas tan cálidas y encantadoras que parecían que iban a resolver todos los dilemas con el Flower Power y las cosas se tuercen aunque parezcan ir bien y las emociones se disparan y no se acierta a embridarlas con todo eso que parecía que iba a ser la solución del mundo nuevo. Y los cuerpos que son traicioneros, que tienen límites, líneas de fractura que no permiten llegar a descubrir el interruptor de la luz para que ilumine los escombros de lo que va quedando, de lo que ha podido irse de las manos poco a poco casi sin darse cuenta, de lo que permitiría cierta serenidad a pesar de la edad, a pesar de todo.
Y luego el precio de la fama, de la necesidad de seguir estando y por tanto existiendo y el riesgo estúpido que tiene ahora hasta un banal concurso de cocina donde alguien puede estar jugándose la vida, sangrando por heridas que alientan a los tiburones que habitan en los retretes de las redes sociales o en los despachos donde la audiencia lo justifica todo.
Aquella chica que nació dentro del cine, que parecía tan divertida y tan benigna y quizá tan ingenua como Chusa, ese personaje que interpretó en “Bajarse al moro”. La actriz tan característica de “La vida alegre” o “El año de las luces” o “Matador” o tantas películas de una cierta época del cine español donde parecía calentar el sol antes de que llegara el invierno.
La mujer que me da mucha pena que se haya ido así
Rivero, enhorabuena. Menos mal que alguien se atreve a decir alto y claro lo mismo que siempre he pensado. Lo de Almodovar es otra exaltación del cutrerio nacional didgrazada de falsa originalidad y creatividad. Me pregunto si además de una pelicula repetida hasta la saciedad sabrá hacer alguna más.
Mi amigo Sergio me arrastraba al cine a.ver estas películas, que eran como italianas, que parecían como malas aposta, pero donde el director sin duda se lo pasaba teta. Ella hacía como de extranjera, como de tentación pelirroja, y ya se le adivinaba la fragilidad. De Almodovar recuerdo Berlín, en 1999: media ciudad llena de cartelones con un “Alles uber meine mutter”, y pese a que tampoco es santo de mi devoción, no me parece ahora logro pequeño….