Partheeeenope… con su bolso de piel marrooón…
Ya en serio. Tras ver Parthenope, la película de Paolo Sorrentino que se estrenó el año pasado y fue nominada en el Festival de Cannes (lo he mirado y no acuden perretes…), confirmo la impresión que ya tuve en La gran belleza, en el sentido de que Sorrentino podrá ser un esteta, sí, pero también es un moralista: Nulla aesthetica sine ethica. Porque de lo que trata Parthenope no es en absoluto del amor, la juventud y la dolce vita, como ha repetido hasta la saciedad la crítica, sino de todo lo contrario, es decir, del por qué tenerlo todo es insuficiente para alguien despierto y consciente como es la protagonista de esta historia. Si la crítica, al menos la que yo he leído, no ha visto esto caben dos hipótesis: o bien que se salieron del cine en mitad de la película, lo cual no hablaría muy bien de Sorrentino, o bien es que un fuerte prejuicio machista les impidió ver en la guapa nada más que la guapura. Para explicarme necesito hacer algunos espoilers, pocos pero de los gordos, no sin castellanizar un tanto el término…

Parthenope es una chica de papá que no ha roto un plato en su vida, que nació de las aguas como Venus, y que parece que está encantada de la vida porque todos la adoran como una diosa -millonarios de piel bronceada y mandíbula bruñida de tiburón incluidos, como diría Manuel Vicent-, pero ni mucho menos. Primero porque ama leer a John Cheever, que no era precisamente la alegría de la huerta, y luego porque una temprana tragedia familiar que no voy a revelar le hace comprender que su belleza puede ser también horror, como los ángeles de Rilke. A partir de ese momento, Parthenope busca su camino a solas, al margen del paraguas familiar y del dinero paterno, y lo que descubre es que la vida de las divas tocadas por la gracia de Venus es amarga, dura y no poco envilecida. Y ahí está el quid de esta preciosa película, preciosa plano por plano y preciosa también por la Bildungsroman de su protagonista. A la inversa que el patito feo del cuento, “Parte”, como la llaman, decide no utilizar su belleza para poner de rodillas al mundo, que es lo que hasta el propio Cheever le indica que podría conseguir sin tener que mover ni media pestaña. Se determina, pues, a ser una intelectual, precisamente porque puede elegirlo de modo responsable, mientras que su angelical palmito le ha sido concedido por pura chiripa genética, esa misma que de modo claramente injusto no han tenido los demás. Cada uno juzgue tal plot twist como le parezca mejor, pero no se puede negar que Sorrentino no nos ha invitado ni mucho menos a “un florido ejercicio de la nada”, como escribió en su momento Carlos Boyero.

Porque, por si fuera poco, Parthenope es también, por sobre una historia de empoderamiento femenino como jamás se ha escrito (tal vez la Medea de Séneca, pero por la vía brutal), un homenaje a la ciudad de Napoles muy bien pensado. “Parthenope”, de hecho resulta que es el nombre antiguo de Napoles, pero con “antiguo” tan sólo se quiere decir más alejado en el tiempo de nosotros, siendo como es más cercano al origen, y por tanto más auroral, más niño. Ahora véase qué maravilla: el personaje de Parthenope es Napoles cuando era nueva y resplandeciente, en la antigüedad; pero para que llegue a ser la populachera, hacinada y caótica ciudad-barrio que conocemos hoy es preciso que Parthenope madure y deje voluntariamente su frívola juventud atrás. “Parte”, por ejemplo, cuando era joven y libre apenas se involucraba en política. De señora mayor y exiliada, en cambio, recibe la alegría básica y gañana de los hinchas del Napoles de Maradona como un soplo de aire fresco. Hay que alejarse para aprender, y el momento en que Parthenope es bendecida por su viejo y sabio maestro es justo cuando confirma que la belleza de la que carece actualmente Napoles es superficial, y que hay mucha más verdad en un obeso y pueril mar viendo la tele mala. Para llegar hasta eso, sin embargo, Sorrentino nos ha mostrado maravillas a cual más original y atávica que no debo ni rozar aquí. Pues eso: que qué buena y sin embargo mal comprendida ha sido esta película, que ni siquiera recibió la Palma de Oro de Cannes. Le pasa exactamente igual que al patito feo: que pocos han conseguido ver el cisne que llevaba dentro…
Opino exactamente igual… Voy a Nápoles dentro de unos días y la veré de otro modo.
Mi piace, caro…