¿Por qué experimentamos la moralidad como algo objetivo y externo?

Fotografía de Marc Asnin

En este artículo voy a comentar el artículo de 2018, The difference between ice cream and Nazis: Moral externalization and the evolution of human cooperation, de P. Kyle Sta nford (aquí tenéis acceso al pdf), que toca el que es, para mí, uno de los misterios más intrigantes de la moralidad humana. Vamos a ver primero cuál es la pregunta o el problema y luego veremos la respuesta que da el autor. El artículo es uno de esos artículos diana que se consideran importantes por lo que se invita a expertos en el campo a comentarlo y dar su opinión y luego, al final, el autor responde a todos ellos. Yo me voy a centrar en el planteamiento y la propuesta de Stanford.

La cuestión es que la moral lleva asociada un sentimiento subjetivo de obligación o externalización, es decir, ¿por qué los humanos tendemos a externalizar u objetivar las demandas y obligaciones morales. En otras palabras, ¿por qué experimentamos las demandas de la moralidad como algo impuesto externamente a nosotros y por qué las consideramos obligaciones incondicionales no solo para nosotros mismos, sino para cualquier agente, independientemente de sus preferencias y deseos? Por un lado, vemos la moral como algo objetivo y universal, de eso ya hemos hablado en otro artículo cuando tratamos las características psicológicas de las convicciones morales. Pero lo intrigante no es solo eso, lo misterioso -a mi modo de ver- es que sentimos una sensación subjetiva, tenemos una intuición/sentimiento/feeling de que la moral nos obliga… Es decir, los juicios morales no es algo racional y punto sino que es algo emocional que lleva incorporado un profundo “sentimiento” subjetivo emocional.

Lo misterioso del asunto desde el punto de vista evolucionista es que aparentemente no es necesaria esa sensación subjetiva. Este problema creo que nos remite o conecta con el de la conciencia en el sentido del famoso robot filosófico que podría funcionar sin subjetividad y la pregunta de por qué tenemos sensaciones subjetivas. Sería un poco lo mismo que ocurre con el dolor, ¿por qué el dolor duele subjetivamente? Podría ser simplemente una información tipo “tome usted medidas está sufriendo un daño de 9,5 en los tejidos de la mano”…O el hambre: “vaya usted a recargar nutrientes porque está bajo de calorías…”. Pero tranquilos que no voy a seguir por ese laberíntico camino de la conciencia, era sólo un apunte.

Os extraigo algún párrafo del texto para intentar apuntalar o explicar muy bien cuál es la pregunta:

Fotografía de Marc Asnin

“No sólo disfrutamos o preferimos actuar de forma que satisfaga las exigencias de la moralidad; nos vemos obligados a hacerlo independientemente de nuestras preferencias y deseos subjetivos, y consideramos que tales exigencias imponen obligaciones incondicionales no sólo a nosotros mismos, sino también a todos y cada uno de los agentes, independientemente de sus preferencias y deseos”.

Después de todo, desde un punto de vista evolucionista, tal externalización u objetivación es profundamente desconcertante incluso en nuestro propio caso: Parece que las meras preferencias subjetivas por las interacciones sociales con quienes son amables, generosos, justos, leales, etc., y por evitar a quienes son crueles, egoístas, engañosos, explotadores, etc., nos guiarían con la misma eficacia hacia las cosas que son buenas para nosotros y nos alejarían de las que son malas, al igual que ocurre con nuestras preferencias subjetivas por mantener la cabeza seca, la barriga llena, los orgasmos frecuentes y por la gran mayoría de otros comportamientos que mejoran la forma física y en los que nos involucramos de forma rutinaria. Desde un punto de vista evolucionista, el verdadero reto no es explicar por qué preferimos interactuar con congéneres amables y generosos que con otros crueles y egoístas, sino por qué tratamos las exigencias y obligaciones morales como algo más que tales preferencias, como algo más que la forma en que nosotros mismos queremos comportarnos y/o lo que encontramos atractivo en los demás. Es decir, ¿por qué nuestra actitud hacia los nazis o los esclavistas es diferente de nuestra aversión a la col rizada o de nuestra preferencia por el helado de chocolate frente al de vainilla?”

La cuestión sería que proyectamos cualidades morales en el mundo y que tenemos un sentimiento subjetivo de obligación para nosotros y para los demás cuando aparentemente esto no seria necesario para comportarnos moralmente. Con que tuviéramos una fuerte preferencia por colaborar con sujetos cooperadores, por ejemplo, pues ya tendríamos suficiente motivación para actuar de esa manera. Pero insisto un poco más. Imaginaos que habéis hecho algo malo o que estáis pensando en hacerlo. Experimentamos una “sensación en las tripas” (puede ser culpa, vergüenza, o culpa anticipada, pero no me interesa el nombre que les demos a estas emociones morales, me interesa la sensación…es incluso como si notaras una presencia, como si te sintieras observado incluso. Y todo esto me parece muy interesante porque creo que hay un paso nada más desde esa sensación a la idea presente en muchas culturas y religiones de que la moral viene de Dios. Creo que esa sensación subjetiva es tan profunda y la experimentamos con tal intensidad que no me sorprende que hayamos considerado a Dios como el origen de la moral. Bueno, no sé si he conseguido transmitiros cuál es la pregunta. Vamos a ver ahora cuál es la respuesta de Stanford.

Fotografía de Marc Asnin

La respuesta de Stanford a por qué externalizamos las demandas morales es su Teoría de la Externalización de la Moralidad. Esta teoría sostiene que la tendencia humana a experimentar las demandas morales como objetivas e impuestas externamente evolucionó porque facilitó una forma de vida social mucho más cooperativa y protegió a los individuos prosociales de la explotación. Como decíamos, Stanford parte de la idea de que es desconcertante desde una perspectiva evolucionista por qué tratamos las demandas morales de manera diferente a las preferencias subjetivas. ¿Por qué sentimos que ciertas acciones son inherentemente incorrectas, independientemente de nuestros deseos, y esperamos que otros también lo reconozcan?. Las explicaciones evolutivas existentes, según Stanford, no logran explicar adecuadamente esta característica distintiva de nuestra cognición moral. Simplemente tener preferencias subjetivas fuertes o emociones morales podría motivar la conducta, pero no explicaría por qué sentimos que las demandas morales son externas y obligatorias para todos.

Así que propone que externalizar las demandas morales, es decir, experimentarlas como si provinieran de fuera de nosotros y como obligaciones incondicionales para todos, estableció una conexión crucial entre la propia motivación de un agente para seguir una norma moral y el grado en que ese agente utiliza la conformidad con esa misma norma para evaluar a otros como socios deseables en la interacción social. Al experimentar una norma como moralmente obligatoria (externalizada), un individuo no solo se siente motivado a cumplirla, sino que también espera y exige que otros la cumplan. Esta expectativa se convierte en un criterio para elegir con quién interactuar socialmente. Aquellos que no cumplen con la norma externalizada son considerados menos deseables como socios. Esta conexión automática entre la motivación propia y la evaluación de los demás protege a los individuos que adoptan normas prosociales (cooperativas, altruistas) de la explotación por parte de aquellos que no las adoptan. Si mi motivación para cooperar fuera solo una preferencia subjetiva, no tendría la misma razón para exigir que otros también cooperen y, por lo tanto, sería vulnerable a la explotación (los demás podrían no cooperar y aprovecharse de mí). La externalización asegura que si yo me siento obligado moralmente a cooperar, automáticamente consideraré menos deseables a aquellos que no lo hacen.

Los beneficios de la externalización serían por tanto a) La protección contra la explotación: La externalización garantiza una “interacción correlacionada” entre individuos que comparten las mismas motivaciones y compromisos morales, incluso cuando se introducen nuevas normas o se aplican las existentes en nuevas situaciones. Esto permite la expansión de comportamientos prosociales sin un riesgo constante de ser explotado; b) Facilita la cooperación novedosa: Al establecer este vínculo entre la motivación personal y la evaluación de los demás, la externalización permite a los humanos explorar y aprovechar nuevas oportunidades de cooperación productiva de manera segura. Se pueden adoptar o modificar normas y, al externalizarlas, se crea automáticamente una presión social para su cumplimiento entre aquellos que las internalizan; c) Explica características de la cognición moral: Stanford argumenta que su teoría explica por qué las demandas morales tienen una combinación de elementos objetivos y subjetivos. También ayuda a entender por qué invertimos esfuerzo en “anunciar” nuestros compromisos morales, ya que esto influye en cómo otros nos perciben como socios sociales.

Fotografía de Marc Asnin

En resumen, la teoría de la externalización de Stanford propone que experimentamos las demandas morales como externas y obligatorias porque esta forma de cognición evolucionó como un mecanismo para fomentar y mantener la cooperación, protegiendo a los individuos prosociales de la explotación al vincular su propia motivación moral con su evaluación de la confiabilidad moral de los demás.

Mi valoración es que estoy muy de acuerdo con la explicación que plantea Stanford. Si nos tomáramos las normas morales como las convenciones morales y las preferencias, la moralidad no podría funcionar como el pegamento social que es, un pegamento que evita que los grupos humanos colapsen. Si yo pensara que matar está mal moralmente pero que es algo subjetivo y que el que quiera matar pues allá él, no habría manera de coordinar el funcionamiento del grupo. Por lo tanto, estamos diseñados para considerar – y lo que es más importante, “sentir”- las normas morales como objetivas (externas) y universales.

La selección natural funciona así con muchas otras cosas. Pensemos por ejemplo en el enamoramiento. La causa última del enamoramiento vamos a aceptar que es unir a una pareja para que procree y para que se mantenga unida el tiempo suficiente para criar al hijo. Bien, aquí también hay un fuerte sentimiento. No es sólo que pensemos que la persona amada es la más adecuada para nosotros y tengamos una preferencia cognitiva o racional por ella que nos motive, sino que “sentimos” que es única en el mundo, diferente a todas las demás, y “nos morimos” si estamos lejos de ella. Eso sí, cuando llega la ruptura amorosa o el divorcio nos damos cuenta de que esa sensación subjetiva de que todo lo que sentíamos era objetivamente cierto pues igual resulta que no era tan así y que tal vez nuestras sensaciones subjetivas estaban equivocadas después de todo. Tal vez todo lo que sentíamos fue en realidad una locura transitoria. Ya sabéis, love is a drug.

Bueno, no lo he dicho explícitamente antes pero que nosotros estemos diseñados para sentir que las normas morales son objetivas y universales obviamente no quiere decir que realmente lo sean. Espero que el tema os haya parecido tan fascinante como a mí y agradezco todo lo que se os ocurra comentar sobre este asunto.

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