Pompa y circunstancia

Son pocos los que eligen la libertad, la mayoría prefiere un amo justo.

Salustio

Debo confesar que me he emocionado un poco viendo en los informativos la liturgia de los ingleses despidiendo a su anciana reina con todo el vetusto boato de antaño y saludando al nuevo rey como si fuera algo más que un cretino con suerte. No ignoro que se me acusará de ingenuidad, o lo que es peor, de rancio conservadurismo o de inclinaciones medievalizantes (por cierto que la hora de oro de las grandes monarquías absolutas en Europa tuvo lugar tras el Renacimiento), pero lo cierto es que me alegro de mi trasnochada sensibilidad. La filosofía contemporánea, que es un poderoso disolvente, o el cinismo del mercado omnimodo, que todo lo banaliza, no han matado del todo en mí el sentido de la admiración por todo aquello que fue, en efecto, admirable, por mucho que sepamos hoy que toda grandeza histórica está sustentada sobre una capa freática de sangre -la Historia, como disciplina, no es más que el intento de potabilizar la sangre, decía El Roto en una viñeta hace ya 20 años. No obstante, eso no ha escandalizado a nadie durante mucho, mucho tiempo. La Biblia, por ejemplo, es el texto más salvaje que yo conozca, en el que una deidad aquejada de todos los defectos posibles exige contínuas masacres en su nombre que además ha de ser llevadas a cabo de la más cruel de las maneras1 (echas un vistazo al Antiguo Testamento y te resulta incomprensible entender cómo los paganos fueron derrotados por los teólogos con el argumento de que los dioses del panteón antiguo eran arbitrarios y amorales: en realidad, eran unas hermanitas de caridad en comparación con Yahvé, y ese es el motivo por el que nadie tradujo la Vulgata hasta Lutero). Sin embargo, la Biblia sigue siendo adorada como un libro sagrado y fuente de sabiduría práctica en los países más presuntamente avanzados y democráticos como Estados Unidos…

Con la monarquía británica ocurre algo parecido. Naturalmente, la institución monárquica está tan totalmente secularizada como la Santa Madre Iglesia, y no hay temor alguno a que nadie se la tome más en serio de lo que se pueda tomar a su equipo de fútbol, peña taurina, cuadrilla o cantante favorito. Cuanto estos días los londinenses dicen que Carlos III es “mi rey”, debe asumirse del mismo modo que cuando Torrente dice “mi Atleti” o cualquiera de nosotros dice “mi tierra” o “mi madre” (de ahí lo de la “matria”…): ese posesivo significa que el Atleti me pertenece en el mismo sentido y simétricamente a como yo le pertenezco a él, pero no ya, a día de hoy, que esa mutua posesión me lleve a matar o morir por él -a no ser que se esté como un rebaño de cabras, y desde luego que hay gente para todo. Es difícil, por ejemplo, tomarse muy en serio al príncipe Carlos como rey, teniendo en cuenta todo lo que sabemos de él, como por ejemplo que hace décadas nos enteramos de que lo que más deseaba en la vida era ser un támpax. Pero esa es la gran diferencia con el nacionalismo patriótico que defiende en la actualidad en Rusia un demente peligroso como Alexandr Duguin. El tal Duguin, con su barba de mujik, lo que pretende es que sus conciudadanos crean de verdad en la Madre Rusia con la solemnidad y la reverencia de una religión, y además quiere que la abracen como un Destino, el destino histórico del paneslavismo, o algo así. El término “destino” aplicado a la filosofía es ya un espanto, una forma poco solapada de no pensar, pero encajado en un proyecto político es la fórmula inequívoca y precisa del Mal. Se invoca el Destino en contra de un adversario que te impide apropiarte enteramente de él -Occidente, así, en general-, y lo te dicen es que sólo serás completamente libre cuando encarnes tu destino, algo que no es ya que sea una paradoja manifiesta, es que es una paradoja heroica, irracionalista, perfectamente ajustada como una bomba de relojería para las cabezas más obtusas del llamado “pueblo llano” -porque no hay “pueblo”, ¿qué es “el pueblo”?, tan sólo hay dóciles televidentes de spots comerciales y políticos…

Decía el muy reaccionario Joseph De Maistre en el s. XXI que una patria es una asociación, sobre el mismo suelo, de los vivos y los muertos con los que están por nacer, y desgraciadamente es cierto, tanto para la monarquía inglesa como para el oscurantismo ruso. Una nación es el concepto de que los muertos gobiernen sobre los vivos, siempre y cuando un vivo especialmente “vivo” se erija en portavoz del espesor de rico compost de los cementerios. No obstante, me ha parecido que en las conmemoraciones de estos días en Reino Unido ha habido menos odio asesino a lo Duguin (un señor que no se corta en convertir en mártir a su propia hija reventada el día anterior) y más orgullo por el orgullo, más de eso que Ortega y Gasset defendía como el primer derecho de todo pueblo, sea lo que sea eso, que es el derecho a la continuidad. A eso viene, creo, toda la absurda pompa y circunstancia tan anacrónica de estos días…

1 Y para colmo, un inmenso fake, donde ninguna fecha o lugar coincide y todo está deliberadamente tergiversado, algo que el clero católico no puede dejar de saber, y de ahí que en la mayor parte de los casos se comporten peor que los ateos.

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