Orígenes.
Estamos en Londres. Corren los primeros años ochenta. Chipperfield (Londres, 1953) ha dejado de trabajar para Richard Rogers y Norman Foster–los adalides destacados del High Tech en sus dos versiones colorista y elegante, tan publicitado y afamado en esos días–, tras terminar sus estudios en 1977, primero en Kingston y luego en la AAA. Y sabe que ese camino tecnológico y acelerado no puede ser su camino. Corre 1984 y Chipperfield abre su propio estudio en Camden. Y no está cómodo con la esencialidad de construir con vidrio y acero en exclusivo. Surge otra posibilidad, a raíz del montaje de una exposición que realiza sobre la obra del arquitecto portugués Álvaro Siza Vieira. Eso es lo que descubre en el portugués, y lo que a él le interesa: la plasticidad de la forma; la adecuación al lugar y sus raíces, frente a la abstracción de la imagen multiplicada y la materialidad consecuente, como puede apreciarse en la visión retrospectiva de su obra, donde transita la madera, la piedra, el ladrillo cocido y el vidrio y, sobre todo, el respeto a los materiales existentes, como se reflejan en sus intervenciones en Berlín, en Venecia o en Atenas. Y ese dato inicial será fundamental a pesar de sus comienzos trabajando en diseño de interiores y en una escala menor. “No fue una elección. Vivíamos una recesión. No había trabajo. Entendimos que nuestra generación no construiría aeropuertos y hospitales. Y no despreciábamos el encargo de una tienda”. No despreciar nada por su tamaño. El diseñador de moda japonés Issey Miyake lo contrata para hacer su tienda en Chelsea. Y Chipperfield viaja a Japón para prepararse y situarse. “¿Qué puedes darle a Japón?”, pregunta a modo de explicación. Esa entrada profesional definirá las otras dos patas de este creador: el contacto y cuidado del espacio interior y la vía austera y exigente japonesa. “No minimalista, precisa”, insiste. Hoy Chipperfield y su estudio han firmado las tiendas de Valentino por todo el mundo, desde una simplicidad que choca con el glamour de las ‘grandes marcas’. Lo han hecho sublimando un material a veces denostado: el terrazo que cubre, como una piel fresca y renovada, las boutiques del diseñador italiano. Ese carácter de la obra menor y del material a respetar, trae consecuencia de su reconocimiento en 1999, con la Medalla de Oro, Heinrich Tessenow. Tessenow arquitecto fuera del plano de la hoguera de las vanidades, pero de un honda influencia en muchos casos determinantes de arquitectos diversos: desde Giorgio Grassi a Juan Navarro, desde Aldo Rossi a Víctor López Cotelo, o al mismo Chipperfield. No olvidemos que la obra central de Tessenow de 1919, responde al título de Trabajo artesano y pequeña ciudad. En 2000, Chipperfield representa a Gran Bretaña en la Bienal de Venecia, con lo que se define un movimiento preciso que tendría posteriores desarrollos: de Berlín a Venecia.
Pritzker
Ya hemos dicho en estas páginas, el carácter de los premios Pritzker que formulan lecturas de la arquitectura premiada en claves extradisciplinares. Y así se produce el repertorio de nacionalidades y de presencias diversas en un movimiento no siempre coincidente. Como quedaba claro en pasado año con el premio de Francis Keré y las arquitecturas del Tercer Mundo, como ya ocurriera en 2018 con Balkrishna Doshi y la arquitectura de la India; el de 2021 con Lacaton y Vassal, reconociendo figuras fuera del estrellato y volcadas en la sostenibilidad y la rehabilitación; o los otorgados a figuras incipientes como en 2016 al chileno Aravena y en cierta medida a los RCR españoles en 2017. Ahora en 2023, con Chipperfield se vuelve a la imagen de un premiado con obra reconocida y una trayectoria solvente que no sólo se ha cimentado en obras de nueva planta, sino que ha operado en intervenciones singulares como las ampliaciones y rehabilitaciones en Berlín –tanto en el Neues Museum de Schinkel, (1993-2000) como en la Neues National Gallery de Mies van der Rohe (2020-2022). También en Venecia con la ampliación del cementerio de la Isla de San Michele (1998) y las Procuradurías Viejas (2017) en la Plaza de San Marcos. Por ello, Zabalbescoa manifestaba en 2022 a propósito de esta últimas. “Con ampliaciones sobrias (como la que perpetró en Estados Unidos en el Saint Louis Art Museum) ha demostrado su capacidad para dialogar con la historia, manteniendo una voz propia, pero sin elevar el tono por encima de quien llegó antes. Al firmar reordenaciones (como la del Cimitero San Michele, en Venecia) el arquitecto ha atendido a la vez a lugar, mito y arquitectura. Tal vez por eso, su intervención en las Procuratie Vecchie –las procuradurías que construyen el perímetro de la plaza más famosa del mundo— se siente más que se ve. El trabajo, concienzudo y sereno para la sede de una ONG y para las oficinas de la aseguradora Generali, es un trabajo de recuperación de la historia y los oficios artesanos. Se trata más de limpiar y reordenar para deshacer el destrozo y llevar luz que de marcar el territorio. Una intervención tan capaz de potenciar lo existente que convierte a Chipperfield en el guardián de la arquitectura que no debe perderse”.
España
Chipperfield acumula un grupo de obras en España que le dan visibilidad y reconocimiento como pocos casos de los premiados con el Pritzker, que no fueran nacionales. Desde las viviendas para la EMV en Fuencarral (2003), a la Ciudad de la Justicia en Barcelona (2008), pasando por la pieza de Valencia, Velas i Vent (2007) y la muy singular actuación en Teruel con el Paseo del Ovalo (2001-2004) junto a Fermín Vázquez –igual que ocurriera en la obra de Barcelona–. Sin olvidar la casa propia de Corrubedo (1996-2000). Fue la afinidad con un arquitecto español –Manuel Gallego– lo que lo llevó hasta La Coruña. Y ha sido la fuerza del lugar –una constante, como ya vimos antes–, de su geografía y de su historia, lo que ha hecho que tanto él como su mujer, la argentina Evelyn Stern, y sus hijos se impliquen en la vida del pueblo, al que han donado una escultura que parece flotar en la playa. “Nuestra casa en Corrubedo es mi manifiesto de lo que entiendo por arquitectura, algo que mejora las cosas, pero no las somete. Una intervención no minimalista pero sí precisa a la que nada le sobra y nada le falta”.
Galicia
Desde que Chipperfield se asentara en Corrubedo en 1996, sus afinidades con Galicia no han deja de crecer. No sólo con la casa –en la que colabora su hijo, el también arquitecto, Gabriel Chipperfield– también con la serie de cerámica Redes, diseñada para la histórica casa Sargadelos, como un homenaje marinero. Y, finalmente con la donación de la escultura Grip, obra de Antony Gormey.
Silencio
Chipperfield, dice Anatxu Zabalbescoa, “no es un arquitecto económico. Necesita manos para construir y tiempo para entender, indagar y supervisar. Es así. Todavía trabaja para la eternidad” mantiene la autora. ¿Construye para la eternidad? “Toda la arquitectura busca inevitablemente ese fin: la permanencia a través de la estabilidad y la fiabilidad. Incluso cuando levantamos un castillo de arena en la playa lo protegemos para que dure. Eso desde el punto de vista pragmático. Desde el representativo: la arquitectura son marcas que simbolizan esa permanencia. El espectáculo del poder no me ha interesado nunca. El poder de la permanencia, sí”. Una eternidad invisible, como también afirmaba sobre su trabajo en Teruel, Adela García Herrera, al decir que el trabajo de Chipperfield “era un proyecto invisible”. Esto es, que no se ve. También una eternidad silenciosa, como citaba Zabalbescoa a propósito de la ampliación de la Royal Academy de Londres (El País, 26 junio 2018): “Saber decidir cuándo desaparecer como autor es como saber manejar el silencio en una composición musical. Y Chipperfield ha demostrado que sabe callar y hablar en un mismo proyecto”. O incluso, la afirmación de su jefe de estudio en Berlín, Alexander Schwarz cuando citaba el trabajo realizado en Paderborn, que lo describió como un proceso de “obras de demolición casi escultóricas”.