Françoise Hardy y la otra melancolía

Escribe el siempre preciso y atento, Marc Bassets, –El País, 13 junio– a propósito de la desaparición de la cantante y compositora francesa, Françoise Hardy que “Françoise Hardy, que saltó a la fama internacional al mismo tiempo que los Beatles y marcó a lo largo de medio siglo la canción francesa con un pop elegante y melancólico, ha muerto este martes a los 80 años”. Elegancia y melancolía en una vida complicada. Y esta circunstancia cronológica –la de simultanear éxitos con los chicos de Liverpool–, no permitió que el clásico trabajo de 1973 de Jordi Sierra i Fabra, 1962/1972 Historia de la música pop. De los Beatles a hoy, de apenas cuenta de su presencia tímida y cortés, poseído como estaba Sierra i Fabra por el furor anglosajón que había desplazado tantos otros universos canoros y melódicos y que había monopolizado la expresión de la también llamada ‘música juvenil’ como equivalente al Pop y al Rock. Y es que esos años fueron monopolizados por la expresión musical dominante anglosajona a partir de las transformaciones emprendidas por Dylan y por The Beatles.

Lo dice el mismo, en el apartado dedicado a Francia (página 193): “No todo es de cariz negativo al hablar de Francia. Cuando me refiero a que no ha habido grupos, me refiero a grupos con un mínimo interés”. Las razones –más allá de la pasión roquera de JSF, las expone el mismo, en el debe explícito de sus omisiones con el particular listado onomástico de la obra y que denomina, Los nombres que hicieron la historia. Donde junto a toda la aristocracia del Golden Gotha roquero incluye al hispano Miguel Ríos –que también cumple ahora 80 años y los entona en Granada–, pero no a Françoise Hardy, ni a otros compositores y cantantes franceses atacados de melancolía y de textualidad. Y es que, según JSF: “La música francesa ha visto desde el comienzo muy supeditada la melodía al texto…por otra parte, Francia ha dado en estos años sesenta varios de los compositores más interesantes del mundo, lo cual evidencia una fuerza musical oculta…El glamour, la Charme, son términos afines a una idea, a una forma de ser: el romanticismo francés, algo que ha hecho de los franceses una especie de constructores de poesía armónica”.

De un plumazo JSF establece la condición textual, y en el límite intelectual, de la canción francesa, como hecho invalidante frente a la gestualidad primaria de todo el rock –que aún no había llegado a ser duro o hard, al gusto de algunos–. Aunque esa condición textual de la música que rechaza JSF, desmontaría buena parte de muchos otros grandes que escribían textos y melodías: desde Dylan a The Beatles, desde Simon&Garfunkel a Bruce Springsteen. Y es que en el agitado deposito de las aguas musicales hay algo más que ‘solo música’. La ilustración que acompaña esos comentarios sobre músicos galos, está formada –como una contradicción de todo lo anterior– por un collage de imágenes de autores, visibles a su juicio pese a todo, de todo el entramado entre el Pop y la Chanson. Y así desfilan Becaud, Aznavour, Brel –por más que sea belga–, Georges Moustaki, Adamo, Michel Legrand, Francis Lai, Johnny Halliday o Serge Gainsbourg. Para concluir con los precedentes de toda esa trayectoria compleja, ahormados por Edith Piaff, Jean Ferrat, Juliette Graco y George Brassens: pura textualidad cantable. Y los consecuentes de las chicas –las llama, directamente, copains, al modo de la revista musical de esos años Salut les copains, que sería tanto como llamarlas colegas– donde aparecen Françoise Hardy, Marie Laforet, Silvie Vartan, Sheila o Mirelle Mathieu.

Pee a todas las simplificaciones de JSF, aquellos garçons y filles, chicos y chicas que pasean de la mano, viven los años duros de la reconstrucción francesa de posguerra y fueron rompiendo los moldes que los mantenían fijos a los valores sociales de la Cuarta República, que declina en 1958 y que resume todo el legado de posguerra francesa. Igual que en esos años de cambio, irrumpe la Nouvelle Vague y se identifica la Internacional Letrista y luego Situacionista, también los aficionados musicales dejaron de lado la solemnidad de la canción existencialista e importaron los sonidos del rocanrol y el twist a Francia y Europa tras, justamente, los años dorados de la chanson de la posguerra que coincidieron con la construcción del Estado del Bienestar. Y alumbraron otra era dorada en la música en francés, a juicio de Marc Bassets. “Fue un momento único: la cultura popular ya estaba plenamente bajo influencia anglosajona, pero Francia encarnaba con ella ―los yeyés, la nouvelle vague― la modernidad”. Y este es caso preciso de Hardy: moderna, pero sin estridencias, pese al episodio de su encuentro con Bob Dylan, que produjo más confusión que evidencias.

El destilado de esos años centrales y cruciales, anticipan toda la melancolía del futuro por venir, del mayo por asaltar y de la vida por gastar. Y eso que Hardy era capaz de auto reconocerse con precisión en sus memorias, de ensortijado y sugerente título, Le desespoir des singes et autres bagatelles: “Mi conciencia política era nula. Pasé de largo del feminismo”. Pasó de largo de otras tantas cosas, hasta de los requiebros de Dylan, solo Jacques Dutronc ocupó parte de su corazón. La otra parte se llenó de suave melancolía que se enfría al atardecer y que no dejar de interpelarnos sobre nuestra condición otoñal. Si tuvo una causa, fue la de la defensa de la legalización de la eutanasia, a la que trató de acogerse desde su larga enfermedad de más de 20 años.

Colaboró con algunos de los mayores compositores pop en Francia, como Serge Gainsbourg (L’anamour) o Michel Berger (Message personnel). Finalmente, entrevistada con El País, en 2018, tras publicar su último disco, dijo rotunda y clara: “Toda mi música es triste, pero esta vez lo es un poco menos… Sé que me queda poco tiempo. Diez años, como mucho. No me da miedo la muerte. Lo que temo es el sufrimiento físico”. Toda su música y toda su melancolía ya son recuerdos del pasado.

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