Treinta años del “Wicked Game” de Chris Isaak

I gave her my heart but she wanted my soul.  

Bob Dylan, Don´t think twice, it´s alright    

Chris Isaak siempre cuenta que escribió Wicked Game de noche, en el lapso que va de una llamada telefónica en busca de sexo con una desconocida (doce años antes de la aparición del Tinder y demás alcahuetadas electrónicas) y el momento en que ella llegó a su casa. Yo no me lo creo, pero debo reconocer que le calza bien a la canción como leyenda asociada, es algo así como el marchamo que acredita su denominación de origen y certificado de autenticidad. Pero es tan falsa, en mi opinión, que hasta nos imaginamos la escena en blanco y negro, como en el famoso video que Herb Ritts le hizo al temazo. Tampoco me gusta el video, vaya por Dios, pero sin embargo me sobrecoge la inserción de la música que David Lynch (que me caía mal hasta que le vi actuando en el final de Lucky…) hizo, suprimiendo la voz, en esa pasada sacada de quicio y al borde de kitsch, tan yanqui y a la vez tan original, que fue Wild at heart:

Los hombres les han compuesto a las mujeres extrañas canciones de amor, ahora no sabría decir cómo ha sido la viceversa. En Wicked Game Isaac lo reconoce claramente: el amor es un juego perverso. Y en aquel caso, pese a su aspecto de segundo y acicalado Elvis, un juego desolador, puesto que la canción termina con un estremecedor “nadie ama a nadie”. Yo creo que la dificultad estriba justamente en lo que Bob Dylan señaló años antes, en uno de sus muchos hits de rechazo a Joan Baez y otras: le di mi corazón, pero ella quería (también) mi alma. Me es indiferente lo poco igualitario que suene esto, pero lo cierto es que los varones heteros por lo general no entienden la necesidad de entregar su alma, una vez que ya han entregado su corazón. Ni siquiera sabemos si tenemos alma, o si el alma no es más que eso que ciertas grandes canciones inventan para nosotros. Es decir, eso que nosotros inventamos para nosotros mismos a causa de la presencia de algunas mujeres. Si fuera así, difícilmente se podría pedir a Bob Dylan que le dé a Joan Baez eso de lo que él se ha autodotado a base de amar a Joan Baez. Es como si yo cocino un guiso con cachitos de mi cuerpo que me extraigo dolorosamente y luego me exigen que no sea tacaño, que ceda también el plato o al menos que lo comparta. Habrá quién sea capaz y habrá quién no, supongo que los primeros son los que hacen las canciones alegres y los segundos a los que les salen las tristes, pero si son de amor desesperado únicamente nos llegan verdaderamente las últimas. Esta chica lo ha comprendido bien, en su particular versión del Isaak sufriente:

Creo que son los franceses, presuntos expertos en estas cosas, lo que realizaron la distinción entre amor-pasión y amor-cariño. Las mujeres (hetero, se da por sobreentendido) harían bien en lamentarse de que los hombres parezcan hacer ofrenda de alma y corazón en la fase o modalidad del amor-pasión, para luego recobrar rápidamente el alma para su uso exclusivo al alcanzarse la meseta del amor-cariño. Harían bien, pero en muchos casos les va a dar completamente igual. Ezra Furman lo expresa de modo muy cachondo en esta canción, donde afirma muy claramente que, bueno, todo el mundo ama a alguien en estos días, pero yo no me quito ni de coña mis gafas de sol (lo que os recordará, para que se vea que el tema es recurrente en el rock, y que no es casualidad pese a la inmolación total al dios Eros de los José Luís Perales de la tierra -que no se lo creen ni ellos-, al Well you can do anything/But lay off o’ my blue suede shoes, o al devuélveme las llaves de la moto y quédate con todo lo demás): 

También Rilke, otro que tal, lo dijo a su manera, “necesitamos, en materia de amor, practicar sólo esto: dejarse mutuamente ir…; para aguantarse, en cambio, no hace falta aprender nada”. Nick Cave, sin embargo, lo vio de otra manera. Él se amorraba al pilón no por obtener el corazón de ella, ni por quedarse con su dinero, sino solo por comerle el alma… No obstante, no dice nada de regalarle a cambio la suya propia, al contrario, la llama con todo descaro amiga y hasta socia: 

De modo que si alguien echa de menos un hombre que de verdad lo pase mal, solo en la madrugada, en su casa en blanco y negro o tragando millas en una autopista perdida, haciéndose un guiso de pedazos de su corazón sobre un sofrito de lágrimas para mejor reapropiarse de su moto, sus zapatos de gamuza azul, sus gafas de sol o su alma mortal, que vuelva a la tremenda -pura magia blanca, auténtico veneno de melancolía-, Wicked Game de 1990… 

Etiquetado en
Para seguir disfrutando de Óscar Sánchez Vadillo
De las izquierdas y las derechas como guerras de religión
Un tipo solitario y algo triste con gafas de estudioso, Walter Benjamin,...
Leer más
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *