Volverás a Benet

La publicación de la biografía de Juan Benet –del que ayer, día 7 de octubre se cumplían los 97 años de su nacimiento en Madrid, y nos aproximamos, por ello y con ello, al centenario de 2027– por cuenta de J. Benito Fernández y con título oblicuo –Benito Fernández, lo imputa a unas declaraciones de Benet en una entrevista no localizada–, El Plural es una lata. Biografía de Juan Benet (Renacimiento, 2024), habría sido esperado como el necesario acontecimiento que abriría, anticipadamente, el referido centenario del ingeniero y escritor, absolutamente irrepetible. Nada mejor para ello que contar con el oficio de un rodado biógrafo, como J. Benito Fernández, que venía de haber facturado las biografía de Leopoldo María Panero y de Rafael Sánchez Ferlosio.  

Absolutamente irrepetible, para lo bueno y para lo malo, como puede deducirse de la lectura de la obra biográfica publicada al filo del verano por la editorial sevillana Renacimiento, cuyo editor Abelardo Linares, se ha visto obligado a matizar las visibles cualidades de la obra, publicada bajo su sello y patrocinio, que han merecido, prontamente, una segunda tirada; deduciendo de ello el valor de su reconocimiento y de su acertado tratamiento biográfico. Y ello, como consecuencia de las primeras reacciones críticas sobre el trabajo biográfico, sostenidas en los meses de junio y julio pasados, que dejan ver las dificultades del biógrafo para entrar en la fronda –esta sí, que plural de veras– de una escritura que quizás requiera otras herramientas interpretativas más esforzadas. Yo anoto como ejemplo interpretativo excelente, el trabajo de Nora Catelli, de 2015, Juan Benet. Guerra y literatura (Libros de la resistencia). Que bien podría haber denominado como Vida y literatura, para dar cabida a ambas valencias –lo vivido y lo escrito– que se van entretejiendo en ese devenir azaroso, tanto de la vida como de la obra misma. Bastaría recordar la Advertencia con la que Catelli abre su trabajo, para dejar claro uno y otro horizonte. “Esta oscilación hace que Benet no sea siempre el mismo escritor y su obra no componga una totalidad”. Y quizás, esa fluctuación vital del escritor madrileño nos pueda llevar a apuntar que Benet, no fuera siempre el mismo hombre. O fuera muchos hombres en momentos diversos. Y no solo por la diversidad de lo escrito, pintado, publicado, construido, proyectado, viajado y vivido. 

Son nítidas las reseñas de Anna Caballé –En busca de Juan Benet, Babelia, 22 de junio–, donde deja claro el esfuerzo de Benito Fernández. “Exhaustiva y rigurosa, sin ninguna voluntad de interpretación”. También la de Javier García Recio (La Opinión de Málaga, 7 de julio), y la de Daniel Arjona (La Lectura XL, 21 de julio). Donde la exhaustividad se desprende del recuento pormenorizado de detalles, peripecias y ocurridos, que llegan a abrumar al lector del trabajo. Herramientas aditivas –que no interpretativas– que se ajustan al recuento plural de un sinfín de asuntos marginales. Más y mejor, a la vida contada –con todas las dificultades que ello entraña– que, a la obra leída de Benet, que tiene tantas aristas y niveles para su cabal interpretación y aprendizaje. Y ese relato pormenorizado es el que lleva a decir a Alberto Olmos (El Confidencial, 7 de julio) que “con una biografía como esta, no se necesitan enemigos”. Por más que el propio Olmos sea el enemigo número uno y así actúe a plena luz del día. Ya que avisa, sin pose y sin pausa: “Estas cositas sabía uno de Benet para su mal, porque Juan Benet, para el que esto escribe, representa sobre todo una antipatía. Me cae mal todo entero, desde su físico a su modo de vida y hasta la última coma que pusiera en un papel. Es la versión acrisolada y punible del señorito madrileño, y todos sus fanáticos y valedores son o señoritos madrileños o intelectos repelentes. Nadie feliz lee a Juan Benet. Leerlo es apostar decididamente por un mundo penitencial”.   Y pese a la andanada antibenetiana, propia del clan de los umbralianos –ya es sabida la inquina sostenida por Umbral contra Benet, en su esperpéntico Diccionario de la literatura. España 1941-1995. De la posguerra a la posmodernidad (Planeta, 1995), donde otorga más espacio a Corín Tellado que a Juan Benet–  Olmos, procede en inconsecuencia al advertir la cualidad del trabajo de Benito Fernández: “Pero siempre puede uno estar equivocado, y para ver mis equívocos me hice con la biografía reciente que J. Benítez Fernández ha escrito sobre el autor de Volverás a Región, titulada El plural es una lata (Renacimiento). Es un libro muy malo. Cuando a las claras, debería ser tenido como clarificador para sus prejuicios anotados: la biografía prolonga el valor de los juicios vertidos anteriormente y confirma sus temores. “Estas tres aperturas fallidas sólo podían augurar un desastre intelectual, como así sucede de forma inapelable. J. Benito Fernández nos cuenta la vida de Benet como si una vida fuera una cronología, un rosario de efemérides y un todo trascendental”. Y aquí opera el salto cualitativo de Olmos con relación a Benito Fernández: “La biografía es una interpretación, hay que apostar por un dibujo, un sentimiento, un prejuicio. Benet sale de esta biografía hecho polvo, que parece que fue escritor por casualidad”.

El procedimiento de Benito Fernández utiliza tres recursos habituales en la construcción biográfica en aras de su verosimilitud: el recuento y cita de las memorias habladas de testigos habituales –amigos, próximos, compañeros varios y asimilados al círculo benetiano–; lo escrito a propósito de ese conocimiento personal, en trabajos memorialísticos –desde Castilla del Pino, Saénz Ridruejo, Jaime Salinas, Eduardo Chamorro, Fernando Chueca o Alberto Oliart–; y, finalmente, el hallazgo –son palabras del propio Benito Fernández: “las agendas de Benet, son una autentica mina”– de las agendas de Juan Benet depositadas en la Biblioteca Nacional. Agendas a las que accede, con autorización de sus herederos, pese a sus desavenencias en el  desarrollo del proyecto biográfico. Agendas que están llenas de anotaciones –muy personales, a modo de cuenta de gastos y de minutas secretas–  sistemáticas y minuciosas; donde cabe todo: un viaje y sus vicisitudes diversas, un almuerzo en una parador leonés, un encuentro literario con los editores, una visita de obra a una presa del Pirineo y una escapada amorosa.

Juan Benet y Rosa Regás

Obra llena de claroscuros, de matices y engaños, de subidas y bajadas –tan habituales, por demás, en la propia escritura de Benet, que facilita tanto como dificulta sus aproximaciones para los lectores no avisados de los encontronazos a los que suele someter Benet a sus lectores en sus estrategias narrativas–. Como si la propia naturaleza y  sustancia de esa escritura y de esa biografía pretendida, proyectarán sobre el biógrafo, no el fantasma de la libertad, sino el temor al estatismo de un retrato sólo esbozado y labrado en piedra marmórea. Por ello, las afirmaciones del biógrafo en la presentación asturiana (La Nueva España, 28 de septiembre) no dejan de producir estupor  y extrañeza, al señalar de su propio trabajo, que: “Benet era impertinente, borde y mujeriego al máximo”.  Una especie de IBM –impertinente, borde y mujeriego– y  muy poco de sus aspectos literarios, de sus preocupaciones por la écfrasis –como delata y explica Nora Catelli, por la Historia de Roma y por los asuntos militares de todas las guerras estudiables– en un gesto puramente costumbrista, que delata las sospechas del biógrafo que descubre además las contradicciones del ingeniero. Un busto de Galdós, colocado equivocadamente en casa, cuenta más que el texto que publicara en Cuadernos para el Dialogo en el número dedicado a Literatura y Política. En torno al Realismo (1971). “En el plano intelectual, Benet profesaba auténtico odio al costumbrismo en literatura, aunque Fernández estima que muchas de sus fobias podrían ser una especie de pose. ‘Despreciaba a Galdós y tenía un busto suyo en su casa; era así de contradictorio’, señaló. A su modo de ver, Juan Benet ‘era ante todo un ingeniero que ya se daba por satisfecho con ser considerado el discípulo más aventajado de William Faulkner en España; por encima de todo, se dedicaba a su profesión a pie de obra’, remarcó”. 

Por todo ello y desde tales premisas, parece cierta la evidencia mostrada en la presentación de la obra en Madrid (Fundación Universitaria española) del pasado 19 de septiembre. Estamos en presencia de un libro muy trabajado pero que aporta pocas consideraciones al mundo literario –que es el que nos debe interesar– del biografiado. Y donde el escalpelo de Juan Cruz –que fue editor en Alfaguara de algunas de las obras de Benet y actuó de presentador– pareció entrever algunas posiciones que de hecho eran suposiciones. Las preguntas de Juan Cruz al biógrafo dejaron en evidencia que Benito Fernández no conocía a Juan Benet, y mucho menos su obra.  Y que declaró que empezó la biografía porque se lo pidieron los hijos de Juan (particularmente se refería a Ramón, como muestra en la introducción El pasillo de los escalofríos). Las demás preguntas de Juan Cruz se dirigieron a desmontar la apariencia del perfil agrio, adusto, desdeñoso y “de posición estelar de águila oteando el suelo desde las alturas”. Confrontándolo a la imagen proporcionada por Benito Fernández, que en todas las páginas del libro nos muestra a Juan Benet rodeado de amigos permanentemente, y además de muy distintas clases y esferas. Por todo ello, tras la lectura de la biografía El plural es una lata, lo que procede es volver a leer al mismo Benet, lejos de los esquematismos biográficos. Volver a Benet, por ello.

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