A unos cuantos pasos de mi casa, en Arganzuela, han encajonado -esa es la sensación que da- la exposición de facsímiles, por así decirlo, de la obra callejera del artista (masculino, femenino, canino, múltiple o androide, no se sabe) así llamado Bansky. Aunque la entrada no es barata, el montaje está currado y merece la pena la visita. Bansky ha hecho de todo, como puede comprobarse allí, aunque dentro de un marco que podríamos calificar, si la categoría no fuera anacrónica, de figurativismo, con la ventaja para él de que es un figurativismo tan básico y como de afiche, de meme, de NFT o de cromo que se reconoce a la primera. Eso, sin duda, es esencial si se quiere ser célebre y reconocido en la actual selva de las imágenes: que no te haga falta firmar tu evento, cosa o producción, que se te adivine a un kilómetro. La exposición tiene gracia también porque está secuenciada como un laberinto, no tanto como el Ikea, pero sí para salir con la sensación de haber recorrido un túnel del terror desde el que es difícil ya recordar la orientación respecto de la calle -esto, si no me equivoco, aplicado a los centros comerciales grandes lo denominan “hiperespacio”, con la pérfida voluntad de que te pierdas… Aditamentos externos como agujeros, desconchones y objetos que yacen a los pies de las estampas en alusión a ellas le aportan cierto encanto, uno cree caminar por una calle suburbana virtual, en mi opinión sin que se abuse demasiado de ello. Bansky no sólo es un activista antisistema (mucho menos antisistema, eso sí, que Felón Musk, claro), también es promotor de proyectos artísticos y no-artísticos en diferentes partes del mundo.

Una pintura al viejo estilo nos trae ante un crucero transtemporal, y otra, un óleo, nos habla bien a las claras de su admiración por la obra de Basquiat. También tenemos un homenaje a La balsa de la medusa de Géricault, que con poco que lo piensen enseguida adivinarán en qué lo ha convertido, pero en general la mayoría de las obras son del tipo de estarcidos en la pared que aparecen por sorpresa de un día para otro en cualquier lugar del globo. Son ingeniosos, están bien compuestos, da completamente igual si son o no son arte genuino, pero mi acompañante de aquella tarde tuvo razón al señalar que esa clase de crítica social la hace más, y mejor -lamento decir que considerablemente mejor- El Roto cada dos o tres días en El País. Pero, claro, Bansky no tiene el gusto… (no hay orgullo patrio alguno en esto que digo, para mi la patria es Joan Manuel Serrat, Hora veintipico, la extroversión de la gente corriente, Raúl Cimas, Pablo Iglesias, Cervantes, JRJ, Rosendo Mercado, la caló de Sevilla, la lluvia de Galicia y cuatro cositas más).

Hay mucha rata y mucha niña en la expo de Bansky en Madrid, entiendo que en posiciones antitéticas. Bansky toca muchos registros, todos bien. Espero que nunca llegué a los extremos del primer capítulo de la primera temporada de Black Mirror… Antes de eso ocurra, dense un garbeo por esta exposición, situada nada menos que en El paseo de la Esperanza -hay que tenerla…- de Madrid, un laberinto más de este peculiar Rey Minos del arte contemporáneo.
Por cierto, también en esta, como no podía ser menos se sale por la tienda de regalos…