‘Ventanas sobre Manhattan’

¿Cuántas ventanas hay en los edificios de Manhattan? ¿Desde cuántas perspectivas puede observarse el mundo? Antonio Muñoz Molina llegó a Nueva York en 1990 y, desde entonces, toma nota de la vida como ciudadano neoyorquino, durante seis meses al año. La presencia de ese perfil ordenado y rectilíneo, recortado contra el cielo, está en sus textos pero, hasta ahora, sólo ha dedicado un libro de manera íntegra a esa mitad de su tiempo vital. En Ventanas sobre Manhattan, publicado en 2004, a medio camino entre el diario y la realidad novelada, el escritor dirige su mirada a lo próximo y lo lejano desde esa ciudad recién descubierta, de la que tiene una imagen previa en mente, como todos nosotros, un álbum personal lleno de viejo cine, de novela negra, de jazz en antros llenos de humo, de gabardinas y taxis amarillos que, de pronto, encuentra ante sus ojos y se convierte en otra, en su propia Nueva York.

Queda claro en sus páginas que, tal vez, no es posible descubrir un lugar si tenemos la nariz pegada a él. La rutina es mala compañera para la sorpresa, por eso, sólo es posible disfrutar de un espacio, sacarle todo el jugo, desde la extrañeza, la ajenidad. Y para AMM, la mirilla de una puerta o la cristalera de una fachada, una claraboya o un escaparate, todo se convierte en una ventana, un puesto de observación y desde todos ellos nos cuenta algo: una certeza, una impresión, un trazo a vuelapluma, subraya sensaciones que hace crecer delante de nuestros ojos…porque desde sus páginas también nosotros nos asomamos con él. En ellas contemplamos su llegada a un Nueva York soñado que no encaja en el que ve al salir del aeropuerto; la manera en la que sus calles acogen la intensidad del reencuentro con el amor, espoleado por la distancia; la forma de vivir el dolor por su país, al que ve lo mejor y lo peor desde lejos, o su presencia en la tragedia del 11 de septiembre.

AMM va y vuelve. Desde distintas islas de su biografía traza puentes hasta Manhattan, y nos muestra que el costumbrismo español, ese localismo que tantos critican en nuestra literatura, no está tan lejos de la mirada perdida de una mujer de Hopper, de un cigarro aplastado sobre la calzada por Humphrey Bogart o de uno de esos travelling sobre Manhattan de nuestro adorado Allen, ése que, curiosamente, es mucho más querido en la vieja Europa que en su ciudad fetiche. Tal vez, porque la retrata con tanta nitidez que duele a quienes tienen sus calles como decorado vital. Todos aspiramos a vivir en esas manzanas que, al fin y al cabo, no dejan de ser una postal costumbrista norteamericana.

Como lectora, después de disfrutar de sus páginas, sólo puedo agradecer que alguien tenga el tiempo, la inspiración y el tono necesarios para reunir los recuerdos que acumula sobre una ciudad que tengo en mi punto de mira. Tal vez es un libro para leer poco a poco, la descripción tan continuada puede llegar a cansar, pero merece la pena tenerlo cerca para sumergirnos en él de dos maneras: a tragos largos o en pequeños sorbos. Como ocurre con Pla, cualquier página, una sola frase, nos permite asomarnos no sólo a su interpretación del entorno. Cada párrafo también es un dibujo fresco sobre el placer de escribir, acerca de lo importante que es hacerlo para quienes sienten esa necesidad, sobre la alegría que llena a un escritor que encuentra, al fin, las palabras adecuadas entre todas las posibles.

El propio Muñoz Molina en otro libro, La realidad de la ficción’, explica con claridad el gozo íntimo que podemos llegar a experimentar todos, seamos narradores o no, en el día a día: el de escribir y reescribir nuestra vida. “En el acto de escribir, como en la conciencia diaria de cualquiera, inventar y recordar son tareas que se parecen mucho y de vez en cuando se confunden entre sí. La memoria está inventando de manera incesante nuestro pasado, según los principios de selección y combinación. (…) La memoria común inventa, selecciona y combina y el  resultado es una ficción más o menos desleal a los hechos que nos sirve para interpretar las peripecias casuales o inútiles del pasado y darle la coherencia de un destino: dentro de todos nosotros hay un novelista oculto que escribe y reescribe a diario una biografía torpe o lujosamente novelada”.

 ‘Ventanas sobre Manhattan’ puede ser un libro perfecto para algunas siestas de agosto, en el que encontrar el sabor dulce de una frase que es posible llevarse al sueño, hasta el próximo despertar, donde será posible descubrir otra, y otra…La deliciosa laxitud del verano.

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1 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Yo lo leí en 2007 poco antes de visitar la isla. Naturalmente, no me sirvió de nada en cuanto a lo que un giri puede ver allí en quince días, pero creo ambientación…

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