Todo lo que no sabemos y nos permite seguir viviendo. Lo que elegimos no pensar o no anticipar y nos permite tomar el sol con un zumo de naranja. La vida se abre paso también con la inconsciencia que nos alivia de un peso que podría llegar a ser insoportable. La sabiduría más profunda incluye la capacidad de olvidar voluntariamente o de no mirar lo que esta justo al lado y que es tan ajeno a los astros que nos miran tan de lejos.
La alegría brota también de la acción ajena a los animales dormidos y de concentrarse en gozar de lo que ahora nos rodea y parece tan fácil, tan indestructible, tan ligado a nuestra vida de forma natural: un banco viejo e indemne en el parque, un servilletero en una mesa, una conversación con muchos afluentes, la habitación que siempre aparece al despertar, los olores del jabón del cuarto de baño, el cuerpo que todavía permanece silencioso, la energía azul que nos permite hacer pequeños proyectos como dar un paseo al final de la tarde buscando una pasión o sólo la brisa fresca en la cara.
Savater dice que “Carpe diem” significa saber disfrutar los placeres que tenemos a mano hoy, sin anegar lo que tenemos en el deseo estéril de lo que no tenemos. No puedo estar más de acuerdo. Bebo un sorbo de café y miro el regocijo con el que una niña muerde un churro. Disfruto de la temperatura y la luz exacta de esta mañana de agosto.
“Como a mi juicio el puritanismo es la actitud más opuesta que puede darse a la ética, no me oirás ni una palabra contra el placer ni por supuesto intentaré de ningún modo que te avergüences, aunque sea poquito, por el apetito de disfrutar lo más posible con cuerpo y alma. Incluso estoy dispuesto a repetirte con la mayor convicción el consejo de un viejo maestro francés que mucho te recomiendo, Michel de Montaigne: «Hay que retener con todas nuestras uñas y dientes el uso de los placeres de la vida, que los años nos quitan de entre las manos unos después de otros». En esa frase de Montaigne quiero destacarte dos cosas. La primera aparece al final de la recomendación y dice que los años nos van quitando sin cesar posibilidades de gozo por lo que no es prudente esperar demasiado para decidirse a pasarlo bien. Si tardas mucho en pasarlo bien, terminas por pasar de pasarlo bien… Hay que saber entregarse al saboreo del presente, lo que los romanos (y el un poco latoso profe-poeta de El club de los poetas muertos) resumían en el dicho ‘carpe diem’. Pero esto no quiere decir que tengas que buscar hoy todos los placeres sino que debes buscar todos los placeres de hoy. Uno de los medios más seguros de estropear los goces del presente es empeñarte en que cada momento tenga de todo y que te brinde las satisfacciones más dispares e improbables. No te obsesiones con meter a la fuerza en el instante que vives los placeres que no pegan; procura más bien encontrarle el guiño placentero a todo lo que hay. Vamos: no dejes que se te enfríe el huevo frito por esforzarte a contracorriente en conseguir una hamburguesa ni te amargues la hamburguesa ya servida porque le falta ketchup… Recuerda que lo placentero no es el huevo, ni la hamburguesa, ni la salsa, sino lo bien que tú sepas disfrutar con lo que te rodea.
Lo cual me lleva al principio de la cita de Montaigne que antes te puse, cuando habla de aferrarse con uñas y dientes «al uso de los placeres de la vida». Lo bueno es usar los placeres, es decir, tener siempre cierto control sobre ellos que no les permita revolverse contra el resto de lo que forma tu existencia personal. Recuerda que hace bastantes páginas, con motivo de Esaú y sus lentejas recalentadas, hablamos de la complejidad de la vida y de lo recomendable que es para vivirla bien no simplificarla más de lo debido. El placer es muy agradable pero tiene una fastidiosa tendencia a lo excluyente: si te entregas a él con demasiada generosidad es capaz de irte dejando sin nada con el pretexto de hacértelo pasar bien. Usar los placeres, como dice Montaigne, es no permitir que cualquiera de ellos te borre la posibilidad de todos los otros y que ninguno te esconda por completo el contexto de la vida nada simple en que cada uno tiene su ocasión. La diferencia entre el «uso» y el «abuso» es precisamente ésa: cuando usas un placer, enriqueces tu vida y no sólo el placer sino que la vida misma te gusta cada vez más; es señal de que estás abusando el notar que el placer te va empobreciendo la vida y que ya no te interesa la vida sino sólo ese particular placer. Osea, que el placer ya no es un ingrediente agradable de la plenitud de la vida, sino un refugio para escapar de la vida, para esconderte de ella y calumniarla mejor…”.
Fernando Savater. “Ética para Amador”