Los últimos días de verano

Los últimos días del verano, que no sabemos cuánto durarán, se viven con un sabor de despedida, se gozan con mucha alegría y también con cierta aprensión, como ocurre con todo lo que nos gusta y tememos perder.

Por eso hay que aprovecharlos mucho, situarse justo en esa actitud que permite prescindir del tiempo y tomar el sol olvidándose de todo lo pequeño que nos perturba tanto. Hay que mirar largo rato las hojas del árbol del jardín justo antes de que comience a virar el color; hay que contemplar como bebe agua o duerme el perro que nos ha acompañado tantos años y que no es seguro que esté aquí el verano que viene; hay que mancharse las manos pintando una caja antigua o una maceta en el patio donde hemos pasado tanto tiempo.

Hay que disfrutar leyendo lo que apetezca, dejándose llevar de una lectura a otra como en un tobogán dulce, quizá escribiendo algo, disfrutando de esa serenidad que se consigue algunas veces y que tardamos tanto tiempo en darnos cuenta que es algo tan parecido a la felicidad …

Fotografía de Jacques Henri Lartigue

En el agosto de Madrid he vuelto a descubrir lo que ya sabía, lo que me cuesta tanto poner en práctica. No hay más vida literaria verdadera que la de leer y escribir, y construirse un espacio de claridad y de calma en el que sea posible el trabajo, que es el de sentarse con regularidad en el escritorio, pero también el de experimentar con intensidad lo valioso de la vida para aprender a contarlo, y el de mantener limpia y libre la inteligencia para no dejarse llevar por la confusión, el letargo, la prisa, la inercia, la cobardía, la vanidad, el abatimiento. Habiendo suprimido cualquier otra obligación para concentrarme en exclusiva en el libro que tenía entre manos he disfrutado del profundo bienestar psicológico de no dividir la atención a lo largo de un tiempo sostenido, de no hacer nada más, trabajando en una sola cosa, a veces en rachas de arrebato y otras en largas horas de corrección meticulosa, en horas de paciencia y espera, buscando datos valiosos y mínimos y apuntándolos en un cuaderno, sumergiéndome en esas exploraciones encadenadas que hace posibles Internet, y en las que es tan fácil extraviarse sin remedio como encontrar inesperados tesoros.

He disfrutado de sentirme absuelto de la fiebre unánime de opinar instantáneamente sobre todo, y de seguir ansiosamente las opiniones desatadas por opiniones anteriores. Está bien ser contemporáneo, pero también ser, de vez en cuando, un poco extemporáneo. Está bien alzar la voz cuando no sería digno callarse, pero también es bueno guardar silencio, como es bueno ayunar o quedarse sentado en una silla sin hacer nada, con las manos en el regazo y la espalda recta, percibiendo el ir y venir de la respiración. En un mundo de plazos muy cortos y atenciones dispersas, escribir libros y leerlos son tareas de larga duración que regalan aquello mismo que exigen, ámbitos interiores de conciencia alerta y quietud.

Será ese el motivo de que mis mejores recuerdos de lector y de escritor tengan que ver con los veranos.”

Antonio Muñoz Molina. “Verano pasado”

 

*Fotografía tomada del blog Green Eyes 55

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