Nacer en 1927 en Alemania expuso a muchas cosas terribles, a distintos riesgos de contaminación, al horror más atroz e inconcebible, a la mayor miseria moral, a la culpa más oscura e interminable, a la necesidad turbia y ambivalente del olvido o del silencio. Sólo muy pocos se atrevieron a luchar desde dentro contra el monstruo que lo invadió todo, a veces desde el refugio de otra ideología que también terminó asfixiandolos en un nuevo totalitarismo en un país fragmentado.
Gunter Grass un gran intelectual europeo que no olvidaremos …
Por muchas veces que estos o aquellos intereses pidieran un punto final, se reclamara la vuelta a la normalidad y se quisiera apartar como Historia el vergonzoso pasado, la literatura contradecía esos deseos, tan comprensibles como estúpidos. ¡Con razón! Porque siempre que en Alemania se anuncia la hora cero y se proclama el fin de la posguerra – la última vez hace diez años, cuando el Muro había caído y se había logrado oficialmente la unidad – el pasado ha vuelto a alcanzarnos.
En aquella época, febrero de 1990, pronuncié en Francfort del Meno ante estudiantes una conferencia con el título “Escribir después de Auschwitz”. Hice balance y, libro tras libro, repasé las cuentas. Así llegué al “Diario de un caracol”, publicado en 1972, en el que el pasado y la actualidad se cruzan por muchas vías, pero transcurren también paralelamente y colisionan a veces. En ese libro, porque mis hijos me piden que defina mi profesión, está la respuesta: “Un escritor, hijos, es alguien que escribe contra el tiempo que pasa”.
A los estudiantes les dije: “Una postura de escritor así aceptada presupone que el autor no se considere despegado ni encapsulado en la intemporalidad, sino que se vea como contemporáneo, más aún, se exponga a las vicisitudes del tiempo que pasa, intervenga y tome partido. Los peligros de tales intervenciones y tomas de partido son conocidos: corre el riesgo de perder la distancia adecuada para un escritor: su lenguaje se siente tentado a vivir al día; la estrechez de las circunstancias del momento puede limitarlo también a él y limitar una imaginación, entrenada para correr libremente; corre el peligro de que le falte el aliento”.