La joie de vivre, esa alegría inmotivada que a veces nos invade por sorpresa, sólo por el hecho de estar vivos y despertar cualquier mañana para hacer las cosas más cotidianas que de pronto nos resultan llenas de un fulgor especial y nos suspenden en el tiempo del gozo más sencillo y más profundo, es una energía de apariencia frágil pero sumamente persistente. Es capaz de colarse por todas las rendijas, hasta por debajo de las puertas más cerradas y de las existencias más oscuras.
Me encanta darme cuenta de todo lo que me queda por conocer, cosa que de continuo se amplía con todo lo que olvido, porque eso me permite sorprenderme de nuevo, encontrar gemas preciosas en cualquier playa inesperada. Me había encantado hace años la película “El festín de Babette” pero ignoraba que se basaba en un cuento de Karen Blixen (Isak Dinesen) esa aristócrata romántica, sofisticada y estoica, que siempre imaginamos contando cuentos interminables a Robert Redford en una casa de África llena de velas y de tules.
El placer que se infiltra y va disolviendo sutilmente lo prohibido, como el agua que se abre paso entre las rocas hasta formar una catarata de gozo. Esos viejos que se van convirtiendo en niños risueños bocado a bocado de las más ricas viandas.
Se me ocurre que leer el cuento, la semblanza de Karen Blixen de Javier Marías y ver la película no es mala actividad para unas vacaciones bajo el cielo de Agosto…
I. Dos damas de Berlevaag
En Noruega hay un fiordo –o brazo de mar largo y estrecho entre altas montañas- llamado de Berlevaag. Al pie de las montañas, el pequeño pueblecito de Berlevaag parece de juguete, una construcción de pequeños tacos de madera pintados de gris, amarillo, rosa y muchos otros colores.
Hace sesenta y cinco años, vivían dos damas en una de las casas amarillas. En aquel entonces, las señoras llevaban polisón, y estas dos hermanas podían haberlo llevado con tanta gracia como cualquier otra, ya que eran altas y esbeltas. Pero jamás poseyeron ningún artículo de moda; toda la vida vistieron solemnemente de gris o de negro. Fueron bautizadas Martine y Philippa por Martín Lutero y Philip Melanchton. El padre había sido deán y profeta, fundador de un piadoso grupo o secta religiosa que fue conocida y considerada en todo el país de Noruega. Sus miembros renunciaban a los placeres de este mundo, ya que para ellos la tierra y cuanto contenía no eran sino una especie de ilusión, mientras que la verdadera realidad estaba en la Nueva Jerusalén, por la que suspiraban. No juraban en absoluto, sino que su comunicación era sí sí y no no, y se trataban entre ellos de Hermanos y Hermanas.
El deán se había casado tardíamente y había muerto ya. De año en año, sus discípulos se volvían más escasos, más canosos o calvos, y más duros de oído; incluso se volvían algo quejumbrosos y enojadizos, de modo que llegaban a producirse pequeños cismas en la congregación. Pero aún seguían reuniéndose para leer e interpretar la palabra divina. Todos conocían a las hijas del deán desde pequeñas; incluso ahora seguían siendo muy pequeñas para ellos, y queridas a causa del padre. Notaban que, en la casa amarilla, el espíritu del Maestro estaba con ellos; aquí se sentían a gusto y en paz.
Estas dos damas tenían una criada francesa, Babette. Resultaba extraño, en un par de puritanas de un pueblecito noruego; el hecho parecía incluso requerir una explicación. La gente de Berlevaag encontraba esa explicación en la piedad y bondad de corazón de las hermanas. Porque las hijas del viejo deán consagraban su tiempo y sus pequeños ingresos a las obras de caridad; ningún ser afligido o desventurado llamaba en vano a su puerta. Y Babette había llegado a esa puerta hacía doce años, fugitiva y sin amigos, y casi loca de aflicción.
Pero la verdadera razón de la presencia de Babette en la casa de las dos hermanas hay que buscarla más atrás en el tiempo, y más profundamente en el dominio de los corazones humanos.”
ISAK DINESEN “El festín de Babette” (Seguir leyendo)
“La imagen verdadera de Isak Dinesen fue durante mucho tiempo la de una anciana espectral, elegante y teñida de enigma, hasta que el cine la suplantó, con excesivo romanticismo y algo de ñoñería, por la de una sufrida y colonial aristócrata. No es que la Baronesa Blixen no fuera romántica y aristocratizante, pero es más justo decir que jugaba a serlo, al menos desde que fue Isak Dinesen, esto es, desde que empezó a publicar, con ese y otros nombres, y regresó a Dinamarca tras sus largos y fracasados años en África. “En verdad llevamos máscaras según vamos envejeciendo, las máscaras de nuestra edad, y los jóvenes creen que somos como parecemos, lo cual no es el caso.”
JAVIER MARÍAS “Isak Dinesen en la vejez”(Seguir leyendo)