Lo mejor de una capital cosmopolita como Barcelona es que siempre ofrece otras posibilidades, algún refugio, alguna oportunidad de nuevas experiencias, un cierto alimento para gente que tiene sueños de otros colores. Así un domingo de calor muy pegajoso, trufado de presagios e ilusiones que sobrevolaban un presente lleno de inquietud, puede terminar en una noche muy suave en unos jardines apacibles, con pérgolas y estanques evocando el discreto encanto de un mundo sereno que parecía desaparecido.
El festival Jardins de Pedralbes es de pronto un oasis para gente muy distinta, que viene de muchos lugares, de diferentes edades e idiomas, conectada por el placer y el amor a la música. Quizá unas horas antes hayan tenido que elegir en otra dimensión de la vida pero ahora gozan del placer de no tener que renunciar nada. Así echar un vistazo al programa, exquisitamente expuesto y detallado entre unas madreselvas, con la estupenda voz del (gran) telonero Enric Verdaguer, resulta asombroso y esperanzador. Aznavour cantó la noche del sábado, a los 92 años, durante dos formidables horas (imposible no acordarse de aquel concierto que organizó Oriol Regás hace tantos años, cuando Aznavour ya era muy mayor y todavía existía Bocaccio) y en el horizonte de hojas y de fechas se intuyen ya las voces de otros fantásticos artistas que tocaran en las proximas semanas y que no conviene perderse; Patti Smith (7 de Julio) y Ara Malikian (30 de Junio) , Joan Báez (10 de Julio) y Tom Jones (29 de Junio), Jose González (12 de Julio) y …
Pero hoy era el turno de The Lumineers ese grupo americano aún tan joven, aunque nos parezca que lleven sonando en la radio desde hace tanto. Grabaron su primer disco hace solo cuatro años pero cuando comenzaron a sonar los primeros acordes de Sleep on the floor, todo recordaba al aroma del mejor y viejo folk rock, recuperado quizá para contar el relato de su propia historia como grupo; aquel camino pedregoso de sueños en suelos fríos desde Ransey un pequeño pueblo de Nueva Jersey, de donde son originarios Wesley Schultz y Jeremiah Fraites, hasta Denver en Colorado, donde encontraron a Neyla Pekarek y comenzaron su ascensión, actuando en pequeñas salas, hasta que los gerentes de Onto Entertainment Christen David Greene y Meinert descubrieron en YouTube Ho hey, esa canción que luego se convertiría en uno de los grandes éxitos de 2012 y que terminaría sonando en el final de la temporada de la serie de televisión Hart of Dixie y en muchas de nuestras habitaciones.
El espacio escénico era íntimo, cercano y de inmediato se produjo una conexión entre el público y los músicos de manera que pareció muy natural que, antes de cantar Ophelia, Schultz animará al público a ponerse de pie, a dejarse llevar y que tras Flowers in your hair‘ y Classy girls llegará el momento de corear abrazados “Ho hey”, una canción que parecía entrelazarnos a todos con un mismo futuro y que hizo resbalar lágrimas en algunos ojos, como en los de una chica que, a mi lado, levantaba a su bebé en volandas, como si quisiera imbuirlo de esa atmósfera feliz y protegerlo de las cosas malas para siempre.
La intimidad aumentó cuando a mitad del concierto bajaron al patio de butacas y versiónaron, entre el público, Where the skies are blue y ‘Subterranean homesick blues‘ esa canción de Dylan que terminó de establecer conexiones mágicas, quizá con el Hotel Chelsea, en aquellos sesenta, con Janis Joplin o Patty Smith y aquel mundo de habitaciones sucias pero luminosas de otra manera, donde en cualquier momento alguien podía ponerse a cantar desde algún sitio muy al fondo de sí mismo, creando una extraña belleza que los destruía y a la vez los hacía inmortales.
Terminaron con Stubborn love donde pidieron, sin que mucha gente lo entendiera muy bien, que se apagaran los móviles, que todo el mundo se concentrara en la música, en la noche de terciopelo, en el olor de los jardines y el murmullo del tiempo, que ahora parecía detenido como en algunas fantasías que se hacen realidad. Y entonces recordé aquella película de los Coen (A propósito de Llewyn Davis) y comprendí porqué hay jóvenes que lo siguen intentando y también el carácter azaroso y fascinante del talento. Algo que por suerte siempre seguirá brotando.
* Todas las fotografías han sido realizadas por Hugo González Granda