20 años de Internet (y II): ¿Enganchados…?

On the Internet, nobody knows you’re a dog”.

Viñeta de Peter Steiner en The New Yorker, 1993.

 

(Viene de 20 años de Internet (I): ¿Anima mundi?)

“Una encuesta he hecho a mi alrededor”, como Javier Krahe, pero esta vez de verdad. A mi alrededor, digo, de manera que el espectro sociológico de los encuestados es muy reducido, puesto que todos son conocidos míos, gente de clase media que aún conserva su trabajo, buen nivel cultural, mediana edad y fácil disponibilidad de equipos de conexión con la red. Si la pregunta era: “¿Cuánto ha cambiado tu vida desde que hace veinte años apareció Internet?”, la respuesta inmediata es, de modo generalizado, “¡mogollón!”, “¡todo!” o “¡nada que ver!”. El cómo y el en qué cosas ya es más difícil de precisar. Porque está tan metido ya en nuestras vidas, que nos cuesta verlo con claridad y apenas somos capaces de tomar distancia. Laura dice que ahora no hay nada que no consulte al instante desde su I-Phone. Mayte hace muchísimas compras por Amazon y Aliexpress, empresa que yo ni siquiera conocía. Juanjo controla bastante de la historia de la Red y me recomienda leer el e-book Planeta Web 2.0, Inteligencia colectiva o medios “fast food”, de los mexicanos Cristóbal Cobo y Hugo Pardo, de 2007, fácil de descargar bajo licencia de Creative Commons. Susana subraya el aprendizaje autodidacta que le facilita Internet, sobre todo a partir de los tutoriales de Youtube, al tiempo que habla maravillas de las ventajas de utilidad concreta que le proporciona, como usar un afinador virtual en vez de tener que comprarse uno físico. Ginés encuentra en la Red todo el material digital que necesita para sus collages asímismo digitales, con los que en ocasiones gana premios. Emilio acaba de fundar una empresa que garantiza las transferencias on line y busca inversores. Rita ha diseñado una página web de contacto entre músicos denominada Piano y Mengano y espera que se convierta en una especie de red social selectiva que produzca verdaderos encuentros artísticos reales, con o sin ulterior recompensa económica; además, afirma utilizar Facebook como un dossier de prensa y haber mejorado su expresión escrita desde que escribe como media cinco e-mails largos al día. Sergio ha creado un entorno de experiencias audiovisuales, S.O.P.A. Webseries, en torno a la idea de un nuevo tipo de Filosofía popular y accesible. Y un largo etc. Sin embargo, ninguno de los mencionados se ha dedicado jamás profesionalmente a la Informática ni a nada remotamente parecido… (bueno, este Juanjo ha sido TIC en Institutos de Enseñanza Media, pero para eso no es necesario saber ni la mitad de lo que sabe).

 

 

Más allá de ese mundillo próximo mío -en el que, por cierto, andan todos locos con el Whatsapp…-, ¿quién no ha oído hablar de Wikileaks, o del teletrabajo, o de las peticiones masivas de firmas, o del enorme poder de Google, o de cómo la minería de datos ayudó a ganar las elecciones a Obama, o de las amenazas y los cumplimientos del movimiento Anonymous, o de cómo el terrorismo yihaidista se recluta por las redes sociales, o de…? Desde luego, la fenomenología de una agitación cibernética como la que hoy observamos (y en la que participamos, en la medida de nuestro interés y conocimiento) no puede ser descrita meramente como que estemos “enganchados” a la Red. Sin duda, muchos habrán terminado o terminarán enganchados mucho más de lo que su salud mental, su tiempo o su posición social pueda aconsejarles, pero el resto más que enganchados lo que andamos es “inmersos”: inmersos en escrutar las posibilidades de este brave new world e intentar aprovecharnos en lo que podamos de ellas, mientras nuestras vidas continúan casi siempre por su sendero habitual. Total, en las redes sociales, o en el ambiente hacker, como señalaba el humorista del New Yorker, nadie sabe si eres perro, gusano o lagartija. De hecho, existen unas curiosas fotos de homeless, es decir, de miembros involuntarios de lo que llaman Cuarto Mundo, donde también a ellos se les ve navegando en Internet. Pero… ¿Y qué ocurre con aquellos individuos, o empresas, o países, o, a veces, casi continentes enteros, como África, en los cuales ni siquiera se dispone de Wifi fácilmente a mano, en los que, por tanto, es imposible estar “enganchado”, ni “inmerso”, ni nada semejante? Pues ocurre lo que Manuel Castells bautizó como la “divisoria digital”, y hoy recibe en algunos lugares un nombre harto más dramático: “la brecha digital”. Castells se pregunta, al respecto, de nuevo en La Galaxia Internet[1], pág 311: “¿Es realmente cierto que las personas y los países quedan excluidos por estar desconectados de las redes basadas en Internet? ¿O es más bien debido a su conexión que vuelven dependientes de economías y culturas en las que tienen muy pocas posibilidades de encontrar su camino hacia el bienestar y la identidad cultural?”.

 Se hallan, pues, entre la espada y la pared. La brecha digital no es sólo geográfica, como puede advertirse en el mapa de la imagen, también es una brecha interna, que separa unos colectivos étnicos de otros, el género masculino del género femenino, una clase de profesiones de otras y, en general, unas condiciones de existencia acomodadas y febriles de sus opuestas empobrecidas y tristes. Una brecha en plena cabeza global de la que mana una hemorragia de desigualdad, ya que, como señala Castells, “(…) La extrema desigualdad social del proceso de desarrollo está ligada a la lógica de la conexión en red y de alcance global de la nueva economía. Si todo lo que y todos los que pueden convertirse en una fuente de valor pueden convertirse fácilmente y si en cuando él/ella/eso deja de ser valioso, se puede desconectar fácilmente, el resultado es que el sistema global de producción se compone simultáneamente de gentes y lugares muy productivos y de gran valor, así como de aquellos que no lo son o que han dejado de serlo, aunque sigan existiendo. Debido al dinamismo y la competitividad de la nueva economía, las demás formas de producción quedan desestructuradas y finalmente desfasadas -o bien se transforman en economías informales que dependen de su inestable conexión con el sistema dinámico global-. La movilidad de los recursos y la flexibilidad del sistema de gestión permiten que el sistema global sea básicamente independiente de los lugares específicos (donde vive la gente) (…)”. (Pág 333).

 De ahí un nuevo impulso para la deslocalización, de ahí la lucha encarnizada entre los sistemas operativos de código fuente abierto contra los que los comercializan cerrados, y de ahí que existan zonas del globo donde todavía resulte difícil poder realizar una simple llamada de teléfono (lo cual no impide que en La India, por ejemplo, se vendan gran cantidad de móviles: si no hay cobertura o no hay dinero, siempre se pueden usar para hacer fotos…) Pero como  la generación de valor tiene que ver muy estrechamente con la imagen que cada cultura pueda proyectar de sí misma, allí donde no se consigue despegar económicamente tal imagen de un estilo de vida determinado no conoce eco alguno ni tiene oportunidad de proponerse como rol válido en el teatro global. Por poner un ejemplo imaginario: si los pantalones vaqueros desaparecieran de la historia y fueran vueltos a inventar ahora en Mongolia, sencillamente nadie los vestiría. ¿Y, a todo esto, por cierto, qué demonios visten en Mongolia? Busco “Mongolia” en Google y la primera dirección que obtengo es la de la revista satírica española. Agrego “Mongolia vestimenta” y aparece multitud de imágenes, pero de trajes típicos de la época de Gengis Kan. Es decir, mayormente cosa de turismo: ese parece ser el valor global actual de Mongolia. Como reconoce Castells, por tanto, “Internet rastrea el planeta en busca de oportunidades y conecta con lo que necesita, para cumplir sus objetivos programados”. (Pág. 339).

 

 

Puede que la Red no sepa si eres un perro, pero a menudo deja a los perros como están, siendo perros, y en ocasiones fabrica perros allí donde antes había humanos. Es por razones como esta que grandes intelectuales como Noam Chomsky no terminan de estar convencidos de las ventajas de la Red. Chomsky, en efecto, que ya de por sí es descontentadizo, acusa a Internet[2] fundamentalmente de tres cosas. Primera, de no suponer un cambio tan ingente como desde cierta desmemoria histórica nos pueden hacen creer. Esto es cierto, pero cuenta sólo con lo que Internet es a nivel práctico del usuario corriente, no con lo que es como nueva cultura o con lo que puede llegar a ser con algo más de tiempo. Segunda, de convertir en superficiales las relaciones entre personas. Me cuesta aceptarlo, porque determinadas relaciones ya eran superficiales de antemano e Internet no ha hecho en este aspecto más que expandirlas y simplificarlas. Chomsky ya es mayor y seguramente empiece a echar de menos determinada solidez de las relaciones en su juventud. Además, se olvida extrañamente de la capacidad de la Red para difundir rápidamente convocatorias de protesta o actos masivos de carácter político. Por último, y más en el orden de sus preocupaciones habituales, Chomsky acusa a Internet de espionaje a la ciudadanía al servicio de los gobiernos o de las grandes empresas. Naturalmente, este es uno de los mayores riesgos de la presencia de la Red. Un medio en el que todo el mundo gusta de delatar voluntariamente sus inclinaciones para promocionarse, captar como sea nuestra atención o simplemente por ser más popular es una perita en dulce que muchos quieren morder. Aunque usualmente sucede lo contrario: como salía en un chiste de El Roto hace unos días, muchos somos como una cucaracha que exclamase algo así como: “¡Voy a hacer un blog! ¡Se van a enterar”!…

 

 

“Libre te quiero / pero no mía / ni de Dios ni de nadie / ni tuya siquiera”, decía el poema de Agustín García Calvo. Internet es una creación de una potencia tal que si surgiese un movimiento contrario a su existencia, una especie de “neoluditas”, tendrían que darse a conocer y organizarse por la Red. Por otra parte, la “brecha” puede terminar por ser también temporal: ¿entenderán nuestros sucesores narraciones del propio siglo XX en las que no hay ulilización de ordenadores, como nosotros entendemos aquellas del XIX en las que no había, por ejemplo, coches? Sea como fuere, termino mi exigua encuesta con mi amigo Ramón una noche de sábado entre copas, que este sí que es informático de profesión y ha trabajado como técnico de redes. Me habla de Echelón, de la que yo no sabía nada (me pregunto si Chomsky estará informado…), y que Wikipedia define así:

“Echelon es considerada la mayor red de espionaje y análisis para interceptar comunicaciones electrónicas de la historia (Inteligencia de señales, en inglés: Signals intelligence, SIGINT). Controlada por la comunidad UKUSA (Estados UnidosReino UnidoCanadáAustralia Nueva Zelanda), ECHELON puede capturar comunicaciones por radio satélite, llamadas de teléfonofaxes correos electrónicos en casi todo el mundo e incluye análisis automático y clasificación de las interceptaciones. Se estima que ECHELON intercepta más de tres mil millones de comunicaciones cada día”.

 Me habla de las hazañas de Kevin Mitnick, uno de los crackers más eficaces y más famosos de la historia (aunque Ramón matiza, con razón, que si llegas a ser tan famoso es que no eras tan buen cracker…), y que ahora debe contar poco más de 50 años. Me habla del poder de corporaciones como Oracle o HP, parangonable al de Microsoft o IBM, me habla también del programa de encriptamiento de Pretty Good Privacy, me habla de los exorbitados beneficios de la compañías telefónicas, me habla, en fin, de una infinidad de cosas de las que la gente normal nacida en el siglo XX apenas tenemos idea y entiendo claramente que, pese a mi buena voluntad en escuchar, el tema me desborda por completo, que es, en sí, potencialmente inabarcable por cuanto que estamos metidos todos. Tengo la sensaión de que ni siquiera Castells, que me ha acompañado hasta aquí, puede ser enciclopédico en un asunto tan grande y tan nuevo.

Finalmente, mi amigo Ramón me tranquiliza de una manera que casi me inquieta más, puntualizando que, después de todo, Internet no es nada, sólo “un amasijo de cables” bien conectados, lo que pasa es que ese amasijo de cables se convierte en una suerte de mega-monstruo virtual que va a cambiar nuestras vidas.

¡Qué digo!: que lleva, al menos, veinte años haciéndolo…

 


[1] No se escapará la referencia de este título a los conceptos de Galaxia Gutenberg y Galaxia Marconi lanzados por Marshall McLuhan en los años setenta; hoy la “aldea global”, o la “aldea cósmica” se parece más a una gran ciudad moderna rodeada de barrios suburbiales tanto más depauperados cuanto más alejados del núcleo opulento.

[2] http://www.quepasa.cl/articulo/tecnologia/2013/06/23-12098-9-la-red-segun-chomsky.shtml

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