The Decemberist, 15 años

Cuánto nos gusta hablar del brillo de las estrellas efímeras, de las que se apagaron con desgraciada prontitud, o de las que tras haber deslumbrado a todas las otras perdieron su fuerza y entraron en una lenta agonía. Cuánto nos fijamos en los destellos engañosos de otras que al poco resultan no ser más que eso, destellos. Y qué poco caso hacemos a esas otras que siempre están ahí, que sin hacerse notar nunca han dejado de estar encendidas. Qué pocas veces les damos el reconocimiento merecido.

The Decemberists, la banda de Portland, Oregon, capitaneada por Colin Meloy, lleva 15 años en activo entregando música ajena al devenir de las miles de modas y estéticas que están aflorando en el S. XXI. Música marcada por una madurez de planteamiento que es la que consigue que en siete álbumes más varios EP’s no haya uno solo malo, y sí muchos muy buenos. La peliaguda crítica musical de estos tiempos siempre los ha tratado bien, pero como el grupo ha ido a lo suyo, nunca los colocan en la primera liga, entre los grandes. Ya es hora de reivindicarlos de verdad. La publicación de su nuevo trabajo What a terrible world, what a beautiful world es la excusa perfecta para repasar su extraordinaria trayectoria.

Aunque The Decemberists tienen un reconocible estilo propio, asentado por un lado sobre el folk y la Americana, y por otro sobre la música callejera y teatral (Colin Meloy es un auténtico cuentacuentos), y aunque todos sus discos respetan una genética común, pueden distinguirse tres etapas a lo largo de su carrera, las que yo llamo circense, progresiva, y Americana.

Etapa circense (2000-2005)

Ya la primera aparición de estos genios, el EP 5 Songs (2001) presentaba sus credenciales sin ningún tipo de pose, limitándose a ejecutar con sumo gusto las sencillas 5 canciones que lo componen, de las cuales su estandarte es la preciosa Oceanside.

Después llegó su puesta de largo, llamada Castaways and Cutouts (2002), donde hacían aparición la generosa paleta instrumental y sonora del grupo, los personajes singulares que pueblan los textos de Meloy, sus historias (generalmente trágicas) narradas a la juglaresca, complementadas por los acordeones y el fantástico arte de portada, siempre a cargo de Carson Ellis (esposa de Meloy). A día de hoy, este primer LP sigue resultando su trabajo menos interesante, no porque sea malo (en absoluto) sino porque todo lo que vino después tomó el relevo mejorando cada aspecto, especialmente el melódico. Y eso que tiene canciones magníficas como The Legionnaire’s Lament.

Un año después, en 2003, llegaba Her Majesty the Decemberists, que ya desde su mismo título se presenta como espectáculo de títeres, no por casualidad contiene el afortunado caos llamado I was meant for the Stage. Meloy y su tropa empiezan ya aquí a hacer piruetas con los ritmos y las atmósferas aumentando la complejidad estructural y ofreciendo resultados notables en cortes como Shanty for Arethusa, que abre la función. Al mismo tiempo, dan con la fórmula de canciones más directas como Billy Liar o la gran pieza del álbum, The Bachelor and the Bride.

Y entonces llegamos al 2005, y vuelven a la carga con más circo, más grandiosidad, más espectáculo. Picaresque es aún mejor que los dos primeros juntos, desde la épica irrupción de The Infanta y toda su cohorte (una canción que conquistó a los mismísimos responsables de Mad Men), pasando por el triste asunto epistolar de From y own true love (Lost at sea), la ácida 16 Military Wives y desembocando en The Mariner’s Revenge Song, quintaesencia de esta primera etapa.

Etapa progresiva (2006-2009)

En los años siguientes a su tercer trabajo, con una relativa popularidad ya formada, la banda mantuvo su barroquismo característico pero endureció el sonido y tendió a ofrecer suites cada vez más largas e intrincadas. Se convirtieron en toda una formación de folk-rock progresivo. En realidad esta segunda tanda ya había tenido un precedente, el EP The Tain (2004), que desarrollaba una historia única en 18 portentosos minutos, pero fue en 2006 cuando eclosionó definitivamente en The Crane Wife, la obra magna de los de Portland y uno de los discos imprescindibles de este siglo.

Alcanzando 1 hora de minutaje, el álbum se abre magistralmente con la tercera parte de la suite que lo titula, que da paso a los 12 minutazos de The Island, una auténtica catarsis. Y no conformes con eso, lo contrastan con la que probablemente es su canción más sublime, el dueto Yankee Bayonet (I will be home then), y con el indudable hit O Valencia!. Después viene el intermedio desmelenado de The Perfect Crime #2 y una segunda mitad menos excelsa pero que mantiene un altísimo nivel.

The Crane Wife les funcionó tan bien que para su siguiente asalto (más EP’s mediante) fueron aún más lejos. The Hazards of Love (2009) es su ópera-rock, su propuesta más ambiciosa y a la vez la más discutida. El disco narra una tragedia medieval a lo largo de 1 hora, estando todas sus partes al servicio de la historia, lo que incluye diversos personajes, preludios e interludios, partes diferentes que siguen los mismos patrones musicales y temas que aparecen varias veces. Algunos les echaron en cara el exceso alegando que no funcionaba, pero The Hazards of Love es sólido y está perfectamente medido y logrado a todos los niveles. Su querencia clásica, heredera de los 70, época dorada del género, lo acabará colocando en su lugar con el paso del tiempo. Por el camino, tenemos a unos Decemberists más cercanos al hard-rock que nunca, que nos regalan, dentro de un conjunto brutal, petardazos como las dobles The Wanting comes in Waves/Repaid y The Queen’s Rebuke/The Crossing y fantásticas baladas como la pieza de cierre, The Hazards of Love 4 (The Drowned).

Etapa Americana (2010-2015)

Pasado el fragor de The Hazards of Love, Meloy decidió bajar de revoluciones y cambiar de tercio, aparcando los desarrollos complejos y decantándose por las canciones sencillas. Dejando en segundo plano su afán teatral y focalizando el sonido en la Americana de raíces, folk puro y duro, llegó The King is Dead (2011), impecable ejercicio de pureza plagado de singles maravillosos.

Gracias a ellos, la banda alcanzó, por fin, un nº1 en ventas (en Estados Unidos, claro está) y se ganaron el derecho a aparecer en Los Simpson. Como complemento, el mismo año ofrecieron el (de nuevo, estupendo) EP, Long Live the King.

En esta misma línea continua el recién llegado What a terrible world, what a beautiful world, en general más reposado que The King is Dead, y con canciones menos inmediatas pero siempre con la marca inconfundible del grupo, que no es otra que ésta: calidad, calidad y calidad. Y si no, prueben a sumergirse en las múltiples capas de exquisitez que presenta The Lake Song.

Hacía falta decirlo, The Decemberists son una de las mejores cosas que le ha sucedido a la música en este siglo. Esperemos que siga siendo así, lo menos por otros 15 años.

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