Llámenme pedante, insensible o el exabrupto que se les ocurra, pero en cuanto veo en una película de vocación comercial que el conflicto interno del protagonista viene directamente motivado por un hecho dramático familiar o afectivo del pasado me saltan todas las alarmas, afilo los cuchillos y me pongo en guardia contra cualquier atisbo de sensiblería o recurso fácil. Bien es verdad que si a la película en cuestión no le pido gran cosa tampoco le concedo mayor importancia al asunto, pero si es un título del que espero más que los derroteros trillados de casi todo el cine de masas, el hecho de no decantarse por esas opciones narrativas es fundamental.
En el caso de La llegada, primera incursión de Denis Villeneuve en el mundo de la ciencia ficción, no podemos acusar al director ni tampoco al guionista de haber tomado este camino porque no tenían otro, al menos si querían ser medianamente fieles al punto de partida del relato de Ted Chiang en que basa la cinta, el de una mujer azotada por la pérdida de su hija a temprana edad. De lo que sí podemos acusarles es de haberlo convertido en el principal núcleo temático del film cuando por el camino apuntan en otra dirección mucho más interesante y contemporánea. Es como en el chiste de los vascos, o estamos a setas o estamos a Rolex, pero buscar los dos a la vez no es una buena idea.
Vaya por delante que La llegada establece desde el primer momento un punto de distinción frente al grueso del cine palomitero marcando con claridad tono (gris y taciturno) y ritmo (pausado, contemplativo). Sabemos que aquí no vamos a encontrar elefantiásicas escenas de acción ni cataratas de efectos especiales, y sin embargo, la envidiable capacidad de Villenueve como creador de atmósfera convierte gran parte del metraje en espectacular. Ayuda, y no poco, la envolvente partitura de Jóhann Jóhannsson.
El film también apuesta por la economía de escenarios, puesto que la trama se desarrolla casi íntegramente en el campo de Montana donde hace aparición uno de los 12 artefactos extraterrestres diseminados por el Mundo. Estos artefactos y sus habitantes son los que ponen en marcha el argumento y también un enorme McGuffin, ya que todo lo que adquiere relevancia a largo de su desarrollo tiene los pies y la mirada puesta en la Tierra. El contacto con los recién llegados, unos simpáticos calamares de 7 pies cuyo lenguaje consiste en dibujar en el aire unos preciosos círculos negros, pone a trabajar a distintos especímenes humanos para lograr el entendimiento con ellos y descubrir sus intenciones, evitando si es posible el uso de armas. Toda la primera parte de la película la ocupan pequeñas disertaciones sobre el habla y los progresivos avances en el conocimiento del idioma de los visitantes. Esto podría hacernos pensar equivocadamente que La llegada es una película sobre el lenguaje, cuando en realidad es una película sobre la comunicación.
Llama poderosamente la atención que los humanos no muestren en ninguna de las tentativas de acercamiento lenguajes distintos al oral y escrito (además del corporal que acompaña sus gestos), máxime cuando los interlocutores manejan uno puramente visual. Tan llenas de significado están las palabras como los cuadros, la fotografía y la música, los responsables de las sondas Voyager eran bien conscientes de ello. En lo narrativo, al guion no le interesa entrar en esos terrenos porque prima, curiosamente a base de imágenes, otros aspectos.
Y es que lo que aquí se intenta confrontar es qué clase de impacto tendría un hecho del calibre del descubrimiento de vida extraterrestre (lo más importante e imprevisible que le puede pasar a la Humanidad en un futuro) en el mundo globalizado, y cómo repercutiría ese hecho a nivel individual. Estamos acostumbrados en este tipo de películas a que los sucesos no salgan de Estados Unidos y el resto del mundo quede reducido a algún inserto del noticiario. En La Llegada esto es así también en gran medida, pero la diferencia estriba en que siempre tiene presente que a día de hoy, cualquier problema local es en el fondo un problema global, y ante los problemas globales estamos obligados a dar respuestas globales.
La tecnología nos permite establecer una comunicación continua y a tiempo real que dinamita fronteras, distancias e idiomas, de forma que las decisiones que se toman en un extremo del mundo pueden ser conocidas y juzgadas inmediatamente en el otro extremo. Lo que demuestra esta película es la triste realidad que estamos viviendo, donde con todos los medios a nuestro alcance para acercar posturas y derribar prejuicios, para crecer cada uno como individuos mientras nos enriquecemos mutuamente, muchos países vuelven a encerrarse en el proteccionismo en aras de una idea de lo seguro que prescinde de la diversidad, y los pasos en direcciones aperturistas siempre persiguen la consecución de unos intereses que poco tienen que ver con lo humano. Es muy ilustrativa la escena en la que debido a un malentendido, algunos de los países que permanecían conectados por pantallas compartiendo su información, deciden reservársela y actuar por su cuenta sin preocuparse por las consecuencias que eso acarree a los demás. En poco tiempo, todas las pantallas se quedan en negro y estalla la tensión internacional. Y los extraterrestres, que son el motivo esgrimido como excusa, lo único que han hecho es hablar. Algo así, aunque sin alienígenas, lo vemos en los periódicos cada vez con más frecuencia. El individuo se ve obligado entonces a tomar también decisiones en contra del poder para preservar lo que le queda de confianza en la paz y el entendimiento.
Es una lástima que La llegada construya con cierta habilidad un discurso en torno a este tema tan actual para acabar dando un bandazo hacia el drama familiar y la cuestión del tiempo, que hemos visto más veces y tratada con más pericia. Durante el tercio final, la cinta se acerca peligrosamente a los terrenos del cine de Christopher Nolan en cuanto a la perspectiva sentimental y el último giro del guion, que a poco que estuviéramos advirtiendo el desigual peso de cierto personaje, se ve venir. Aunque Villenueve sepa manejar la situación y la cosa no se le derrumbe del todo, no se puede dejar de pensar que lo que hacía muy grandes a películas como Prisioneros o Enemy es que tenían clarísimo lo que querían contar y cómo, y jamás desviaban el foco, cosa que no le ocurre a La llegada, por mucho que Amy Adams se crea el personaje y que la cosa tenga cierta enjundia.
Quiero creer que esta película le ha servido al canadiense como ensayo, como primeras lecciones de un lenguaje que dominará cuando se enfrente a su siguiente reto: prolongar Blade Runner. Algo solo al alcance de un talento extraterrestre.
Muy buenos comentarios los dos… Ganas de verla (yo, que soy gran fan de “Contact”, y que no me importan esos finales sentimentales si no han sido el motor de la trama…)
Bueno, ya la he visto. Me ha gustado tal como es, conflicto interno incluido, como era de esperar y conforme a un tiempo circular.