Si ya es infortunado pertenecer al célebre club de los 27, aun cuando consigas fama y adoración inmortal, imagina que has muerto un año antes de ese prestigioso número y encima ni tienes ni club propio. Otis Redding, en efecto, se estrelló en su avión privado a los 26 años, y para colmo iba pilotando él. Tenía una mujer y cuatro hijos, que es una barbaridad para esa edad: yo a los 26 aún me estaba chupando el dedo, comiendo los mocos o cómo lo queráis decir. Este hombre, en cambio, en vez de hacer un Master tonto y caro -que tampoco fue mi caso-, había conseguido ya aquilatar una voz irrepetible del mismo color pero cien veces más valiosa que el oro negro, había compuesto algunas canciones indiscutibles de la historia de lo que él llamaba funk-soul y había colaborado muy activamente en muchos movimientos en defensa de los derechos civiles.
Han pasado cincuenta años como cincuenta sombras desde el día en que, por un capricho de nuevo rico (y muy del gusto de los millonarios norteamericanos: también Harrison Ford se flipa todavía hoy por piñarse en avionetas…), Redding volvió a la tierra por el método de incrustarse aparatosamente en ella. Tan solo un mes después de su muerte se daba a conocer Sittin´ on the dock of the bay, ese tema increíble entre cantado y silbado que alcanzó el número uno y que nunca pudo estrenar en directo. En su homenaje recordamos aquí cinco éxitos suyos, uno por cada década de duelo, porque el verdadero Cielo en la Tierra seguramente no nos lo vaya a traer la fácil disponibilidad de sexo, ni las promesas trascendentes del comunismo, sino el el Arte entre todas las artes, la emoción pura disciplinada por el tiempo: Euterpe, la Música…