Across the universe, es el nombre de la película del 2007 de Julie Taymor que quiere empaquetar musicalmente –y en un nada oculto homenaje a la beatlemanía resistente y realmente existente– algunos recuerdos americanos de un obrero británico, de los años medios de la década de los sesenta. Cuando viaja de su Liverpool natal a New York primero y después a la California de la eclosión contracultural y descubre el haz de una Europa monocroma y el envés de un balbuciente Estados Unidos en formación de protesta.
También un viaje desde el proletariado británico no militante, a las múltiples militancias universitarias y para-universitarias de esos años fáciles para el sexo, las drogas y las utopías. Ya saben, recuerdos de la década prodigiosa según la llamaron, por las muchas fracturas e inventarios que se vivieron y que también se murieron. Desde primaveras insurrectas a viajes lunares, desde golpes al conservadurismo de cuellos duro de posguerra fría hasta la eclosión del movimiento hippy, teñido de sonidos, flores y LSD. Años recorridos, también por los atentados sangrientos del primer Kennedy en noviembre de 1963, luego su hermano Robert Kennedy el 6 de junio, o el de Martin Luther King el 4 de abril y por el ascenso final de la ya larga guerra de Viet Nam.
Donde lo más llamativo que descubrimos en la película, en vísperas del cincuentenario del Viaje a la luna que se producirá el día 21 de julio, es su omisión como acontecimiento memorable de esos años revisados. Como si aquello no hubiera existido o, desde la perspectiva de 2007, –fecha de la realización de Across the universe– no conviniera recordarlo. O diera pié, a la teoría difundida del montaje cinematográfico, para espantar a los soviéticos en la sostenida Carrera espacial, que no dejaba de ser otra suerte de Guerra Fría del espacio y en el espacio exterior, al haberse cambiado la señal exterior de la base y estación de seguimiento de Goldstone, en California, por la de Honeysuckle Creek, cercana a Camberra, en la lejana Australia. Como si el vuelo, si es que fue tal cosa el viaje espacial del Apolo XI, que despegó en Vaco Cañaveral el día 16 de julio, tras el empujón del Saturno V, alunizó el 20 y permitió que dos de sus tripulantes, Armstrong y Aldrin, pisaran el polvo lunar y clavaran el mástil con la bandera de Estados Unidos, en un hipotético punto al sur del nominado Mar de la Tranquilidad (Mare Tranquillitatis), seis horas y media después de haber alunizado.
Across the universe, es por otra parte el nombre de la tercera canción del álbum de The Beatles, Let it be, del comienzo del mismo año lunar, enero de ese misterioso 1969. Álbum que daría comienzo al final de un reinado musical y de una época bifronte. Como nos recuerda la extraordinaria sesión de despedida sobre el aire frio londinense de la cubierta de la discográfica Apple Records, en Saville Row, en el mes de enero. Por ello las letras de Lennon nos advierten de ese invierno iniciado, en víspera del Viaje a la Luna.
Las palabras están saliendo
Como lluvia interminable en un vaso de papel
Se deslizan salvajemente mientras se deslizan por el universo.
Piscinas de tristeza, olas de alegría.
Están flotando a través de mi mente abierta.
Poseyéndome y acariciándome.
Jai Guru Deva, Om
Nada va a cambiar mi mundo
Nada va a cambiar mi mundo
Nada va a cambiar mi mundo
Nada va a cambiar mi mundo
Imágenes de luz rota.
Que bailen ante mí como un millón de ojos.
Me llaman una y otra vez en todo el universo.
Los pensamientos serpentean como un
Viento inquieto dentro de un buzón.
Se caen a ciegas a medida que avanzan por el universo.
El otro aspecto que tiene que ver con el silencio del viaje lunar en Across the universo, está referido a la precuela que supuso el estreno el año anterior de 2001 A Space odissey, película seminal de Stanley Kubrick, estrenada en Washington el 3 de abril de 1968, y basada en un lejano texto de Arthur C. Clarke de 1948 (de plena Guerra Fría) llamado, no casualmente, El centinela, que vio la luz editorial en 1951, en el volumen 10 historias de fantasía. No aún no todavía de ciencia ficción, sólo fantasía. Donde se combina el poderío tecnológico desplegado en el espacio exterior y la aparición del imperio de la máquina, HAL 9000, que controla a la nave y a los navegantes. ¿Cabía mejorar la visión del futuro próximo? Eso estaba por ver.
Si Kubrick nos había hecho viajar de forma convincente y sugestiva a las estrellas y más allá aún (la primera versión de 2001 A Space odissey, había sido Viaje más allá de las estrellas), el viaje a la luna del año siguiente, contraponía el poder de la NASA al poder mediático de Metro Goldwing Mayer. Que a la postre acabó ganando el pulso visual y sentimental. Y es que la excelente recreación que hizo Kubrick del espacio extraterrestre, provocaron que surgieran y crecieran como espuma, rumores avanzando y postulando que el exitoso alunizaje de Neil Armstrong y Buzz Aldrin fuera una pantomima orientada al gran público y al rival soviético, pantomima dirigida… ¡por el propio Kubrick! Casi en paralelo, a finales de 1969 Davie Bowie escribía y grababa Space Oddity, como secuela de el viaje a la luna y sobre todo de 2001 A Space odissey.
La vía del imaginario cantable y narrativo de las secuelas estaba abierta. Desde el Rocket man de Elthon John (1972) a la película con Bowie, El hombre que cayó a la tierra (1976) de Nicolas Roeg. Y ya más tarde, Moon (2009) de Duncan Jones, Gravity (2013) de Alfonso Cuarón, Interstellar (2014) de Christopher Nolan y First man (2018) de Damien Chazelle. Como si todo lo real pudiera parodiarse y reinterpretarse. Incluso inventarse, a lo Kubrick.