La debacle de “Star Wars”

En un alarde de originalidad, supongo que como millones de personas más en este mundo, la película que más veces he visto en mi vida es el Episodio IV de Star Wars. La mayoría de ellas en bucle durante la infancia, pero también alguna que otra estando ya mucho más crecido. Todos sabemos que no es la mejor película del mundo, pero es la única a la que corresponde el honor de haber definido el modelo que rige todo el cine comercial que vino después y pervive hoy, un modelo basado en la expansión del producto fuera del medio cinematográfico (que alcanza a novelas, cómics, videojuegos, merchandasing y un componente social donde los fans crean sus propias ficciones paralelas y organizan toda clase de eventos en torno a su saga de culto), y que ciñéndonos a lo puramente fílmico ha atravesado dos etapas: una que abarca los años 80, 90 y los primeros 2000 (hasta el estreno de El Señor de los Anillos) y otra que llega hasta la actualidad.  En la primera etapa se creaban historias normalmente originales que si tenían éxito se veían prolongadas en sucesivas secuelas, rara vez llegando más allá de la trilogía. En la segunda, las sagas nacen planificadas prácticamente desde el principio, con un calendario de estrenos definido a largo plazo que incluye ramificaciones en forma de diversos spin off. Pero esto no es lo fundamental, sino el hecho de que prácticamente la totalidad de las nuevas sagas se nutre de las desarrolladas en la etapa anterior, siendo remakes, reboots o continuaciones directas de las mismas, dando lugar a memes periódicos donde a la vista de la cartelera actual se lanza la pregunta de en qué año estamos. 

Y es que estas sagas madres, gozan hoy en día de un aura de sacralidad basada en el hecho de que gran parte de los espectadores actuales crecimos con ellas (lo que alimenta la nostalgia, tan en boga en estos tiempos) o las hemos descubierto ya consagradas pero en algún momento de nuestras vidas hemos caído rendidos a su encanto. Y su encanto reside en que, como productos originales, tienen mucho de tentativa, buscaban el éxito sin garantías. Finalmente resultarían mejores o peores, funcionarían mejor o peor en la taquilla, pero al menos corrían cierto riesgo. Todo lo contrario que en los nuevos blockbusters, donde el respeto hacia la saga madre, la obligatoriedad de demostrar una corrección política que suele resultar más publicitaria que efectiva y el implanteable supuesto de un fracaso comercial acaban ahogándolas, víctimas de su propio exceso de cálculo. Más o menos el argumento en que han basado gente como Martin Scorsese o Francis Ford Coppola sus críticas al cine taquillero actual. 

Y esto nos trae de vuelta a la tercera trilogía de Star Wars, que es probablemente el caso más doloroso de todos. El desafío al que se enfrentaba Disney cuando se puso al frente del cotarro tenía un solo objetivo que cumplir: acercarse todo lo posible a la primera trilogía, no solo recuperando a sus viejas glorias sino también su esencia, que se consideraba trastocada y perdida después de la segunda. 

Según se fueron conociendo las caras nuevas que protagonizarían los episodios VII, VIII y IX, y a los equipos de dirección y guionistas implicados, existía la sensación generalizada de que se había tomado el rumbo correcto, algo que los primeros adelantos de El Despertar de la Fuerza se encargaron de confirmar…y la película se encargó de desmentir. La recuperación estética de los entornos y los símbolos de la trilogía matriz estaba conseguida, sin duda, pero su voluntad de aportar algo distinto, adaptado a los tiempos actuales pero sin dejar de apelar a la nostalgia quedaba muy en entredicho. El Despertar de la Fuerza sentaba la base de lo que la nueva trilogía quiere plantear: la renovación del ciclo vital por el que su propio universo debe pervivir pasando el relevo de lo viejo a lo nuevo, transformándose para avanzar en consonancia con los tiempos y perpetuarse, esto es, pasar de ser una cosa a ser otra sin dejar de ser la misma

Lo primero, la muerte de lo viejo, es lo único que esta trilogía ha sabido resolver de forma digna, pues tenía claro que debía sacrificar a sus dioses de forma escalonada, digerible para el espectador, cuando hubieran dejado ya el terreno despejado y abonado para ser relevados. De esta forma, veíamos morir a Han Solo en la primera entrega, a Luke Skywalker en la segunda y a Leia Organa en la tercera, aunque en su caso siempre nos quedará la duda de saber si fue la muerte real de Carrie Fisher la que sentenció el destino de su personaje. 

Pero en lo segundo, la toma del relevo, es donde la última trilogía ha fallado estrepitosamente. Porque todo lo nuevo que sus responsables han podido ofrecer es viejo. Viejo y encima resabiado. 

Ya El Despertar de la Fuerza, en su condición de remake nada encubierto de Una nueva esperanza, hacía temer por la salud de esta saga que nos vendieron de vuelta al buen camino. Nadie había pedido una pseudo Estrella de la Muerte más grande que la primigenia e igualmente inefectiva. Nadie había pedido que la Primera Orden fuese tan calcada al Imperio.  Nadie había pedido un argumento que basara otra vez en las ligazones familiares el conflicto de sus protagonistas. Sobre todo, nadie había pedido un ridículo Líder Supremo que resultaba tan prescindible que salía por la puerta de atrás en Los últimos Jedi como si se reconociera que crearlo fue un error que había que subsanar por la vía rápida. 

Algunos todavía buscamos justificación a El despertar de la fuerza pensando que su falta de riesgo se debía a que sus responsables habían preferido empezar pisando sobre seguro, sin grandes alharacas, despejando la alargada sombra que La Amenaza Fantasma proyectó sobre la segunda trilogía y guardando para las siguientes entregas la verdadera artillería, una vez que ya les habíamos renovado la confianza puesto que El despertar de la fuerza, a fin de cuentas, no estaba del todo mal. 

Pero entonces llegó Los últimos Jedi, la auténtica prueba de fuego. Y con ella, la debacle. Donde El Imperio Contraataca se crecía adquiriendo unas resonancias trágicas casi shakespirianas, Los últimos Jedi se enfangaba intentado crear un nudo que no era tal, sino una interminable consecución de vueltas y revueltas que no llevaban a ningún sitio, jugando al despiste con el origen de Rey, que como se ha demostrado en El ascenso de Skywalker iba a tener una conclusión esperable. Dos horas y media donde no había una sola escena de acción vibrante, un solo momento de sorpresa, un desarrollo dramático que demostrara que la nueva trilogía tuviese una estructura clara, que quisiera llegar a un punto concreto y se encargara de conducirnos poco a poco hasta él. Solo rutina y aburrimiento. El Ascenso de Skywalker no ha hecho sino rematar esta absoluta falta de dirección de la nueva trilogía, que parece haber sido realizada por medio del ensayo-error: si algo no gustaba en una película, se corregía en la siguiente, fuese o no coherente con lo ya contado, y eso ha llevado a que el último tercio meta la directa copiando descaradamente El Retorno del Jedi con innegable agotamiento. 

Si los pilares centrales de la trama se iban a quedar tan anclados en lo ya visto, al menos la trilogía podría haberse permitido jugar con los personajes secundarios, pero los ha reducido a simple comparsa en pos de una tibia defensa de la diversidad, y no siempre: la insinuación gay por parte de Oscar Isaac queda bien sepultada en la tercera película, el  toque de variedad racial en los secundarios ni siquiera era necesario cuando toda Star Wars ya nos había mostrado a toda clase de criaturas perfectamente integradas y en puestos de responsabilidad, y su feminismo consiste en tener a Daisy Reily como protagonista principal y en lanzar a Laura Dern en plan yihadista contra un destructor imperial. Lo justo para dar por cumplida la cuota de lo políticamente correcto sin mojarse lo más mínimo.   

Al final, lo que más pesa es constatar que esta última tanda galáctica palidece incluso frente a la que George Lucas perpetró en los Episodios I, II y III. Y es que Lucas, a pesar de la torpeza general, sí buscó aportar un enfoque diferente en la historia de la conversión de Anakin Skywalker en Darth Vader, mezclándola con la “compleja” trama política (lean este fabuloso artículo) de la caída de la República y sin atarse a demasiados corsés. Le salió mal, pero su segunda trilogía, a diferencia de esta nueva, se puede recordar y revisionar con cariño, ya que provocaba sensaciones muy alejadas de la indiferencia: pavor y vergüenza ajena cada vez que Jar Jar Binks aparece en pantalla, exceso de azúcar en las escenas románticas, risas en los momentos más pedestres (imposible no querer a las cabriolas de Yoda), pero también puro entretenimiento en el clímax de El ataque de los clones y auténtica emoción en la carrera de vainas y sobre todo en la segunda mitad de La Venganza de los Sith, que estaba al nivel de la trilogía original y es con diferencia el segmento más oscuro y grave de la saga.

Todo eso ha desaparecido, sepultado bajo la nueva consigna de no fallar a ningún precio, quedarse cortos mejor que pasarse, repetir paso por paso lo que funcionó en el pasado sin renovarlo de verdad, dejarlo todo tan blanco que no admita queja de ningún tuitero indignado. Dudo mucho que cualquiera de los recién bautizados en la religión de Star Wars se convierta en creyente gracias a esta última trilogía. Vendrán más entregas, seguro, e iremos a verlas como buenos feligreses. Pero sería de agradecer que la saga apostara en el futuro por una verdadera renovación y no por maquillarse para pasar de puntillas una vez cobrada la entrada, cuando el aparato publicitario ya ha intentado hacerte creer que estás ante el fenómeno definitivo que desde hace tiempo no es.

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2 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Muy de acuerdo con lo que desapruebas, pero no con lo que rescatas. A mi me parece todo malísimo y pueril desde que en el Retorno del Jedi “nuestros héroes” pisan el planeta de los Ewoks, excepción hecha de las motos flotantes. La muerte de Han Solo es estúpida y nada épica, las cabriolas de Yoda desacreditan al personaje y no encuentro nada de shakespiriano en ninguna de las nueve ni en los spin-off. Lo más que he aguantado es el personaje de Woody Harrelson, que está trilladísimo por otra parte, pero, bueno, que salva el día. Casi todo es una tontunada desde el principio: sables láser que paran y absorben disparos de pistolas, un Darth Vader joven que no tiene gracia de ningún tipo (el niño Anakin estaba mucho mejor), la coletita de Ben Kenobi aprendiz, el emperador de corruptas facciones, Samuel L Jackson desperdiciado, la jodida fuerza, no sirve más que para una telequinesis cutre y que finalmente rebajan a un componente fisiológico… Lo peor, tú lo has dicho: el trasfondo polìtico es ridículo, no es más que maniqueismo del estilo George W. Bush. Yo debería ser más nostálgico que tú, puesto que fui al primer estreno en 1977 sin saber nada y recuerdo que al terminar me metí en el cuarto de baño del cine y todavía estaba montado en la x-wing con Luke. Pues no, las precuelas y las secuelas me parecen nada más que una caja registradora sonando a dolares y sólo deseo que se acabe de una vez el puñetero filón y pongan punto y final. Cualquier otra Space opera como Star Trek les da mil vueltas, y me pregunto si lo que hizo buenas a las dos primeras (cuarta y quinta en tu cuenta) no fue Spielberg…

    Pero gracias por tu estupenda crítica, fina como siempre.

    https://hyperbole.es/2015/12/el-emporio-galactico/

  2. says: Óscar S.

    Hay otro asunto en que esta saga ha perdido una oportunidad de oro y es el de introducir un poco de ciencia básica, o, al menos, no falsear los datos que ya conocemos como si George Lucas hubiese concebido su visión antes incluso del nacimiento Giordano Bruno. Me he dado cuenta esta mañana, visitando el planetario con mis alumnos más pequeños. Según les iban mostrando el enorme tamaño del universo visible (por supuesto, la mitad se ha dormido, pese a los efectos especiales de la cúpula del planetario: me cago en los videojuegos, la televisión, Stranger Things, el guasap y los youtubers), me he acordado del nuevo malo de los últimos tres episodios, el cara/cadáver -es tan tópico que ni me acuerdo del nombre- aquel que pretende “controlar la galaxia”. ¿Sabe alguien que haya colaborado en estas producciones mutimillonarias lo que es una galaxia? El malo quiere controlarla como se controla el patio de tu casa, o como Al Capone controlaba los barrios de Chicago, como mucho. No digo que Star Wars tenga que ser un documental de Carl Sagan, que tampoco eran para tanto y había mucha cursilería, lo que digo es podría haber sido una narración tan responsable al menos como las de Isaac Asimov, de modo que resultara entretenida o apasionante sin traicionar la información actualizada elemental. Las dimensiones de una galaxia son tales que no la dominarían ni abarcarían dos trillones de Darth Vader, emperadores o cara/cadáver de estos. Es cierto que una galaxia, luego, es pequeñísima en comparación con la agrupación de supercúmulos Laniakea, el nombre samoano que se dio hace algunos años a esta región del cosmos en que estamos perdidos (significa “cielos inconmensurables”, nos han contado hoy, nombre hermosísimo para una realidad en principio aterradora). Pero no creo que nadie en Star Wars esté pensando en esos términos, en esas proporciones desproporcionadas. No les importa un carajo y basta. Luke muere porque, mediante la Fuerza, ha trasladado su cuerpo astral al otro lado de la galaxia, nada menos. En la película, esto está como a la distancia de la vecina del edificio de enfrente a la que ves semidesnuda en su cuarto de baño. Efectivamente, Luke estaba ya viejo para esos saltos del loco deseo…

    Pero todavía peor, mucho peor, si cabe, es lo que sucede en las dos últimas de Vengadores. Thanos chasquea los dedos y se carga la mitad de la población del universo. Hala. Aquí ya se pasan a la inmensidad, mucho más allá de la pobrecita Laniakea, por el forro de los sagrados testículos del divino Stan Lee. De repente, y si los espectadores de los Vengadores dejasen de atiborrarse de palomitas o admirar a la Viuda negra, se darían cuenta de que la palabra “genocida” ha dejado de tener sentido. Llamar “genocida” a Thanos es como decir que Hitler o Stalín incordiaban a la gente. Y el motivo que se aporta en e argumento para semejante holocausto descomunal es que hay superpoblación -¡en el universo!-, que se debe volver al equilibrio cósmico -¿?-, algo así. Espantoso. Tony Stark se sacrifica por la una cantidad de seres sencillamente incalculable. Cristo a su lado es un puñetero aprendiz, y encima pobre de solemnidad… (potente la idea del multimillonario filántropo: Iron man, Batman y George Soros).

    Lo que quiero decir es que es verdad que son películas para niños, pero que no debieran serlo tanto. Toda la familia va a verlas, también hay que meter algo de imaginación y trama a la altura de los mayores de 11 años. Mis alumnos de esta mañana tienen 12, pero tal como nuestra cultura audiovisual les educa, lo normal es que le cuenten verdades sencillamente alucinantes en el planetario con medios efectistas y caros y que el resultado sea que se duerman (y a estos chicos les dejamos en herencia cambiar radicalmente el mundo en poquísimo tiempo para frenar el calentamiento global..)

    Laniakea nos coja confesados.

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