Hace meses, una cálida noche de primavera, mientras Mina y yo paseábamos furtivamente más allá de los límites del confinamiento, vimos aterrizar una nave extraterrestre, de la que salió un ser mitad sólido y mitad líquido, rodeado de una aureola fosforescente.
Al verlo Mina se erizó de miedo y él se arreboló de brillos luminosos, pero enseguida ambos se entendieron en un lenguaje de gestos, olisqueos, y, por supuesto, telepatía. Siempre he sabido que mi perrita es políglota, entiende español, inglés, griego… y ahora también extraterrestre. Como, según Mina, no tenía nombre, pues eso ya no se usa en su civilización, lo llamaremos Kim, como el ilustrador de E. T. el extraterrestre.
Por lo que pude deducir de sus parloteos, Kim procedía de un planeta líquido, como el Solaris de Lem, girasol de una excéntrica estrella de una lechosa galaxia, y esta era la segunda vez que venía a nuestro planeta. La primera fue hace años, en misión de exploración de mundos habitables. Al llegar a un nuestro sistema solar le había sorprendido un pequeño y bello planeta coloreado. Al acercarse se percató de que estaba circundado por una red de radiaciones electromagnéticas, como una madeja de hilos invisibles -no para él, claro- que contenía información. Entre ellos circulaban miles de objetos voladores, que se movían ordenadamente, en silencio o con ruido coherente, en el cual parecían entenderse. Se aproximó un poco más y contempló enormes extensiones azuladas y ondulantes sobre las que fluían miles de naves que emitían un murmullo parecido al anterior, en el que también parecían entenderse. También apreció grandes extensiones sólidas, verdes u ocres, cruzadas por una tupida red de caminos, por las que circulaba una enorme cantidad de seres de colores brillantes, que se arrastraban sobre aquella especie de pies circulares que antiguamente usaban en su planeta para desplazarse. Estos también emitían un murmullo semejante a los anteriores, por lo que Kim dedujo que debía ser el idioma común de los seres de este planeta.
Hasta ese momento todos esos seres le parecieron correctos, ordenados e inteligentes, y así informó a sus superiores, quienes le dieron permiso para descifrar su idioma y establecer relaciones con ellos. Pero al aterrizar para intentarlo se percató de que de los seres volantes, navegantes y rodantes, salía una enorme cantidad de animales de dos patas, que se movían desordenadamente, emitían ruidos diferentes, con los que no parecían entenderse, y eran muy sucios y violentos. Además agredían a otros seres animados, unos que caminaban ágiles a cuatro patas, otros que fluían elásticos por lo líquido y otros que volaban airosos. Todos parecían temerlos y huían de ellos.
Entonces pensó que esos seres bípedos y babélicos eran una especie de infección que se había expandido por todo el planeta, que todo lo ensuciaban y arrasaban, y así informó a sus superiores, quienes le ordenaron que no se acercase a ellos y que tuviera cuidado de no contaminarse.
Y con esas se largó de regreso a su planeta.
Este segundo viaje se debía a la detección de una enorme actividad de la pelota de hilos invisibles que rodea nuestro planeta, la que llaman infosfera, que en los últimos meses se había disparado hasta magnitudes preocupantes.
Al analizar los datos les sorprendió la repetición de un código que no entendían, COVID, que correlacionaba con un enorme crecimiento de señales de alarma y sufrimiento del planeta. Pero lo más curioso es que, de todos los seres que habían visto, como los mecánicos (aviones, barcos, coches…), los animales (perros, palomas, delfines…), y los espirituales (duendes, ángeles, diablos…), solo los sucios, babélicos y agresivos de dos patas estaban afectados.
La conclusión, a tenor de lo que Kim había observado en su primer viaje, era clara: La enorme expansión de esa especie por todo el planeta, los excesos y desmesuras de esos bichos inmundos, y tanta basurería física, química y electromagnética generaban, que tenía que acabar teniendo problemas, y ya habían llegado. Lo llamaron COVID, y lo consideraban una pandemia, que es de lo peor que puede suceder en materia de catástrofes.
Kim enseguida lo analizó y descubrió que COVID es un código acrónimo (Collective Organic Viral Infectious Disease), grabado en un chip biológico que se infiltra en los cuerpos de los humanos, de modo similar a los virus informáticos. El COVID se había extendido tanto, había generado tantas disfunciones biológicas e informacionales, que el planeta más que Tierra parecía Covilandia. Sin embargo sólo los humanos enfermaban y morían, y aun así seguían sin entenderse, todos alarmados, recelosos, aislados en sus habitáculos y con sus morros tapados con una careta. Y al ver tanta alarma y tanta incapacidad para coordinarse, se reforzó su imagen del primer viaje. Estos bichos inmundos, sucios y agresivos no tienen solución. Mejor dejarlos en paz con sus quimeras. Y se largó de regreso a su planeta, tras despedirse cariñosamente de mi perrita.
Al llegar a casa, Mina lamió unos sorbos de agua, olfateó el rastro de Kim en el aire cálido de la noche y se durmió tan ricamente. Yo, sin embargo, me pase la noche agitado por sudores y pensares, con miedo de haber pillado el COVID, y dudando si contaros o no el curioso incidente del extraterrestre y mi perrita.
Maravilloso relato, Jesús, completamente de acuerdo con Kim, quizás en un tercer viaje de reconocimiento nos subamos a la nave con él (o ella).
Moooooola.
Se atribuye a Lord Byron la frase “cuanto más conozco al hombre, más quiero a mi perro”. Ergo, Kim parece que cuanto más nos conoce (hombres y mujeres, igualdad ante todo) más quiere a “nuestros” animales.
Cómo dicen los franceses: Chapeau! Jesús.
Muchas gracias por vuestros comentarios