La palabra “político” lleva aparejados en los últimos tiempos, de manera indisoluble, los peores adjetivos: aprovechado, mentiroso, vago, ladrón…Podríamos seguir a lo largo de varias líneas sin demasiada dificultad. Nos saldrían solas también unas cuantas imágenes reales asociadas a su figura: desahuciados, parados, empobrecidos, arruinados, atrapados en listas de espera sanitaria de dos años…Los políticos se han convertido en auténticos enemigos públicos y puede que no falte razón al pensarlo. Pero las responsabilidades no son sólo suyas.
Queda lejos la imagen del político como persona admirable, intelectual, de formación humanística, carácter analítico y cercanía a la realidad. Idealista, valiente y convencido de lo que defiende, en definitiva. Alguien como Winston Churchill, por ejemplo, un profesional de la gestión política cuya labor, no exenta de polémica -es lo que ocurre con aquellos que toman decisiones y avanzan-, fue y es valorada en la mayor parte del mundo. Se le conocen fallos, pero también muchos aciertos. Fue alguien con seguidores y detractores que encarnó a la perfección la imagen de un país, pero, especialmente de sus ciudadanos, que tenían ante sí a un tipo que intentaba hacer bien las cosas y que, si no las hacía, trataba de arreglarlas con mayor o peor fortuna. Pero procuraba enmendarlas. Hoy, arreglar desaguisados no se lleva. Mejor que el paso del tiempo los diluya.
Pienso también en Bertrand Russell, un intelectual, filósofo y matemático que siempre vivió la política de manera intensa, a sus ojos, la manera más práctica de mejorar el mundo. Tanto es así que, pasada la barrera de los 90 años, consiguió movilizar a científicos y personalidades relevantes de distintos campos, en todo el mundo, desde Albert Einstein a la actriz Vanessa Redgrave, para intentar frenar la carrera nuclear. Tenía claro que significaba el final de la civilización tal y como era conocida y batalló hasta el final sin ver la victoria. Pese a todo, es inspirador leer las palabras que cierran su “Autobiografía”:
“He vivido en pos de una ilusión, social y personal. Social, por imaginar la sociedad que se ha de crear, en la que los individuos crezcan libremente y donde el odio, la codicia y la envidia desaparezcan porque nada hay para alimentarlos. Personal, por valorar lo que es noble, lo que es hermoso, lo que es bueno; por permitir que los instantes de lucidez impregnaran de sabiduría los momentos más mundanos. Creo en todas esas cosas, y el mundo, con todos sus horrores, no me ha hecho cambiar de parecer”.
Las tres palabras que dan título a estas líneas, “Se buscan políticos”, bien podrían encabezar un cartel de “reward” como los que se colocaban en el antiguo Oeste americano para capturar a los forajidos. Pero, lo cierto es que la frase tiene otro sentido aquí: necesitamos políticos, personas que representen nuestros intereses y legislen para defendernos de los abusos, incluidos los suyos; con visión a largo plazo, cercanía a la realidad y capacidad para gestionar; con experiencia en otras arenas que no sean los pasillos y las comisiones de ayuntamientos, diputaciones y Congreso; idealistas, ilusionados y, sobre todo, capaces de ilusionar en un momento en el que muchos piensan que esa palabra, “ilusión”, es un concepto del pasado. Probablemente, muchos de los lectores de estas líneas podríais ser buenos políticos, estupendos diseñadores del futuro, al tiempo que buenos gestores del presente. Veo grandes políticos, sin duda, en aquellos profesionales que defienden con pasión en sus palabras, en el trabajo diario y con buenos argumentos el buen hacer en su campo y que son capaces de desnudar la mala gestión ofreciendo alternativas. Lo malo es que ser político implica fajarse y afrontar realidades complicadas; pelear contra aquellos que no cederán por nada del mundo su parcela de poder. En fin, hacen falta agallas y un temperamento sólido. No es sencillo. Pero, lo cierto es que mientras los buenos no decidan dar un paso hacia delante, son los malos quienes están ganando la partida.
Viene al caso este poema de Wislawa Szymborska, premio Nobel de Literatura en 1996 y una de las musas de Hypérbole. Todo y todos somos, en realidad, políticos. Pensémoslo.
HIJOS DE LA ÉPOCA
Somos hijos de nuestra época
y nuestra época es política.
Todos tus, mis, nuestros, vuestros
problemas diurnos, y los nocturnos,
son problemas políticos.
Quieras o no,
tus genes tienen un pasado político,
tu piel un matiz político
y tus ojos una visión política.
Cuanto dices produce una resonancia,
cuanto callas implica una elocuencia
inevitablemente política.
Incluso al caminar por bosques y praderas
das pasos políticos
en terreno político.
Adquirir significado político
ni siquiera requiere ser humano.
Basta ser petróleo,
pienso compuesto o materia reciclada.
Los poemas apolíticos son también políticos,
y en lo alto resplandece la luna,
un cuerpo ya no lunar.
Ser o no ser, ésta es la cuestión.
¿Qué cuestión?, adivina corazón:
una cuestión política.