Casi cada día que estuvimos en Lyon recorríamos el mismo itinerario desde el Hotel Meininger hasta el centro, bordeando el Ródano, cruzando antes o después uno de los puentes hacia la plaza de Bellecourt y así poder gozar de los magníficas construcciones que bordean el río, de los reflejos del cielo y de los árboles en el agua, a veces grises, a veces azules o amarillos, cuando el sol iluminaba la mañana y apaciguaba un frío al que no estábamos acostumbrados. Mucha gente ignora la importancia de esta ciudad que fue durante siglos el centro del comercio de la seda, cuyo comienzo renacentista todavía puede palparse en las calles del Vieux Lyon, llenas de tiendas y restaurantes encantadores, o contemplando el resultado de esa prosperidad en los edificios imponentes de la Place des Terreaux y en su muchas avenidas adyacentes. Estábamos aquella tarde cerca de esa plaza y llovía mucho, así que decidimos refugiarnos en el musée des Beaux-Arts allí situado, en el edificio de la antigua Abadía de Saint-Pierre-les-Nonnains que fue convertido en museo después de la revolución. Había también otro motivo quizá mas poderoso que la lluvia: una exposición de Poussin que prometía ser bella y, por tanto gozosa: “Poussin et l’amour“
Recordé que conocí a Poussin leyendo sobre Anthony Blunt, el exquisito especialista en arte, gran experto en el pintor (fue el comisario de la gran retrospectiva de Poussin en el Louvre en 1960, que redescubrió el pintor para gran público), responsable durante mucho tiempo de la pinacoteca real, perteneciente al grupo de Bloomsbury y a la sociedad de Los Apóstoles y uno de los componentes de los cinco de Cambridge, esos jóvenes de clase alta que decidieron, en los años treinta, pasarse al comunismo y hacerse espías de los rusos. Blunt fue descubierto en 1964 pero, a cambio de detallar los secretos trasmitidos a los rusos y dar los nombres de otros espías, consiguió la inmunidad y que su caso se considerara un secreto de estado. No fue hasta 1978 cuando Margaret Thacher reconoció en la Cámara de los Comunes su pasado. A esas alturas Blunt ya había trabajado 28 años para la corona británica y era un reputado intelectual en su campo con lo que tuvo que afrontar una gran caída en desgracia que John Banville trató de explorar en “El intocable”.
Pero ahora estaba frente a los cuadros del pintor clasicista del siglo XVII que se veían anaranjados a lo lejos, iluminados por luces cálidas, casi todos contando una historia mitológica como pretexto para explorar cuerpos y formas o también aspectos sugestivos de la condición humana. Era fácil demorarse en “La muerte de Chioné“, buscar su historia, la de una mujer que tras ser amada por dos dioses, Hermes y Apolo, se atreve a sentirse más bella que Diana que decide atravesarla con una flecha por la boca para vengarse de esa afrenta; sonreír con el deseo inevitable de los sátiros por el cuerpo dormido de Venus, quizá gozando de alguna fantasía erótica a la altura de una diosa, mientras todas las figuras se contrastan al fondo con la belleza de la gama de azules del cielo y de las nubes. También elucubrar sobre la inspiración y el genio y su evolución histórica en las dos versiones de la “La inspiración del poeta”. Una donde Apolo le dicta su obra mientras Anteros sostiene sobre ellos una corona de laurel; otra donde Apolo le da a beber una copa de oro, mientras la musa Euterbe toca la flauta melancólicamente para inspirar versos elegíacos. Y así cuadro a cuadro hasta desembocar en Picasso y sus conexiones con Poussin a través de “El triunfo de Pan” y otras obras o deslizarse por todo el museo, ya un poco cansado, descubriendo pintores desconocidos (Paul Borel, Pierre Puvis de Chavannes) o escultores con obras que me gustaban mucho. Salimos de allí ya a la hora de cenar, había dejado de llover y la noche era fría pero perfecta para buscar un restaurante acogedor y cercano.
Y luego seguir con Poussin ya en casa, buscarlo en el Google&Arts y poder contemplar sus cuadros o dibujos con todo detalle. Y allí aparece “Venus y Adonis” que leo que está influido por la interpretación Tiziano del mismo tema y luego busco más versiones y llego a la de Rubens, a la de Goya, a la de Abraham Bloemaerts, a la de Simón Vouet a muchas otras. Diversas formas de representar la historia de Ovidio: antes de la muerte, cuando Venus bajo el álamo le susurra que evite a los animales con garras cuando salga a cazar en el bosque o después de ella cuando Venus ya no puede hacer nada por ese amor que le infligió azarosamente una flecha en la aljaba de Cupido, salvo convertir su sangre en anémonas que embellezcan el mundo. El mito para explicar el misterio de la necesidad de separación de lo que se ama y el riesgo de pérdida que eso inevitablemente tiene. La asunción de lo que no puede protegerse del todo por mucho que se ame, sea un amante o un hijo, frente al azar y los peligros del mundo. El abrazo que no puede durar siempre porque también destruye con seguridad, la conciencia del tiempo y la distancia, la inevitable zozobra que siempre acompaña a la vida, que late allá al fondo en algunas madrugadas como las garras o los colmillos de esos animales peligrosos sobre los que quiso advertir Venus a Adonis contándole la historia de Atalanta, la mujer veloz y bella que cedió al amor de Hipómenes ayudado por las manzanas de oro de la diosa del amor que le hicieron perder la carrera y casarse con él. Lo que luego no supo agradecer y desató la cólera de Venus que los convirtió en fieras que ya la odiaron a ella para siempre. Los peligros del bosque sobre los que suele ser tan inútil advertir porque, a menudo, son opacos y pertenecen a todo eso que nunca podremos controlar del todo.
Venus y Adonis en “La metarmorfosis” de Ovidio. Austral. Traducción de Ely Leonetti Jungl
“En efecto, una vez que Cupido, el niño de la aljaba, estaba dando besos a su madre, la arañó en el pecho, sin darse cuenta, con una flecha que sobresalía. Al sentir el dolor la diosa apartó a su hijo con la mano, pero la herida era más profunda de lo que parecía, aunque al principio ella misma no lo hubiese advertido. Cautivada por la belleza del joven, ya no se interesa por las playas de Citera; no visita Pafos, ceñida de profundo mar; ni Cnido, rica en pesca; ni Amatunte, productora de metales; también prescinde del cielo: antes que el cielo prefiere a Adonis. No se separa de él, es su compañera; acostumbrada a entregarse siempre a las sombras y a aumentar y cultivar su belleza, ahora vaga por cerros y por selvas entre rocas y matorrales, con la túnica recogida sobre la rodilla a la manera de Diana, y azuza a los perros para dar caza a animales de fácil presa, como las liebres que andan inclinadas hacia adelante, los ciervos de alta cornamenta o los gamos. Se mantiene lejos de los fuertes jabalíes y evita a los rapaces lobos, a los osos armados de zarpas y a los leones que se sacian devastando el ganado. También a ti, Adonis, te previene para que les tengas miedo, por si acaso puede conseguir algo con sus consejos, y dice: «¡Sé valiente con los que huyen! La audacia no está a salvo frente a los audaces. No seas temerario, joven Adonis, puesto que es un peligro también para mí, y no provoques a las fieras a las que la naturaleza ha dotado de armas, ¡que no tenga yo que pagar cara tu gloria! Ni tu edad, ni tu aspecto, ni las demás cosas que han conmovido a Venus podrán conmover a los leones y a los jabalíes hirsutos de cerdas, no cautivarán los ojos y los ánimos de las fieras. Los violentos jabalíes tienen la rapidez del relámpago en sus encorvados colmillos, y los leones son impetuosos y salvajes en su ira, y son una raza a la que odio». Al preguntarle Adonis la razón, «te lo contaré», dijo, «y te sorprenderás del prodigio que provocó este antiguo pecado. Pero este esfuerzo al que no estoy acostumbrada me ha fatigado, y he aquí que este chopo nos invita con su oportuna sombra, y el césped nos ofrece un lecho: me apetece descansar aquí contigo». Y se tendió en el suelo, recostándose sobre la hierba y sobre él, y con la cabeza apoyada sobre el pecho del joven, que yacía reclinado, dijo así, intercalando a veces besos entre sus palabras.“
“(…) Así que ella le advirtió, y tras uncir a sus cisnes emprendió el camino por el cielo. Pero la bravura es contraria a los consejos. Los perros, por casualidad, siguiendo unas huellas que se veían claramente, habían sacado de su escondrijo a un jabalí, y el joven hijo de Cíniras lo atravesó con un golpe sesgado cuando se aprestaba a salir de entre los arbustos. Inmediatamente, el fiero jabalí se arrancó con el corvo hocico el venablo teñido en su propia sangre y se lanzó tras el joven que, temblando, buscaba refugio, y hundiéndole por entero los colmillos en la ingle le hizo caer, moribundo, sobre la rubia arena. Venus, transportada por el aire en su ligero carro tirado por alas de cisnes, todavía no había llegado a Chipre: desde lejos reconoció el gemido del moribundo, e hizo virar hacia allí a las blancas aves. Cuando desde las alturas vio el cuerpo exánime que se retorcía en su propia sangre, saltó del carro y a la vez se desgarró la ropa y los cabellos, y se golpeó el pecho con manos indignas de tal acto. Y quejándose de los hados, dijo: «Pero no todo caerá en vuestro poder. Quedará para siempre un testimonio de mi dolor, Adonis, y la escena de tu muerte se repetirá, escenificando cada año una representación de mi sufrimiento[36]. Y la sangre se transformará en flor. ¿O es que si a ti un día se te permitió, Perséfone, mudar femeninos miembros en perfumada menta[37], a mí se me va a prohibir que transforme al héroe hijo de Cíniras?». Tras decir estas palabras, esparció néctar perfumado sobre la sangre, que al contacto empezó a hincharse, como cuando surge en el barro, bajo la lluvia, una burbuja transparente. Y no había pasado una hora entera cuando de la sangre brotó una flor del mismo color que tienen habitualmente las granadas, que tantos granos esconden bajo su flexible cáscara. Su vida, sin embargo, es breve: en efecto, mal adherida a la tierra y frágil por su excesiva ligereza, es arrancada por los mismos vientos que le prestan su nombre.”