Coautor: Carlos Álvarez San Miguel. Psicólogo Clínico. Centro de Salud Mental Majadahonda. Hospital Universitario Puerta de Hierro, Madrid
En el siglo XV el Renacimiento irrumpe en Europa, como ya hemos apuntado, proveniente de Italia, y este movimiento debe ser entendido como una reacción contra la represión, el oscurantismo medieval, la mentalidad dogmática y la autoridad sádica del rey y el señor feudal sobre sus siervos. A España llega desde sus posesiones en Italia, trayendo el triunfo de la alegría de vivir con desenvoltura, la exaltación del hombre y el goce incondicional de los placeres y ésto chocó frontalmente con las ideas que reinaban en España en cuanto a una fe y a un acendrado ascetismo, cambiando el teocentrismo imperante por el antropocentrismo, por lo que se creó en nuestro país una confusión en la que cada cual hizo lo que pudo para adaptarse. La mujer, hablando siempre de los estratos sociales más altos, va experimentando una serie de cambios en los que va rompiendo con las rigideces medievales y reafirma su capacidad de seducción poniendo más luz, modas y costumbres nuevas que afectan de forma definitiva tanto al vestido, lleno de elegancia con muchos adornos y joyas, con tocados complicados, que resaltaban su hermosura, como podemos ver en los cuadros de Van der Weyden, Tiziano o de Lucas Cranach, como al conocimiento y al saber, ocupándose del estudio de los clásicos, aprendiendo latín y griego, que eran hablados en la época por las personas cultas, y leyendo a los poetas latinos y griegos, aunque según algunos malpensados, lo hacían, no porque tuvieran interés por ello, sino porque constituía un signo de distinción.
Cuando con el Renacimiento se disgrega el feudalismo, la clase media del campo comenzó a considerar el matrimonio como uno de los mejores medios para adquirir y consolidar sus bienes, de forma que se formó así una burguesía que se convirtió en propietaria de grandes haciendas; en estas condiciones, hacer la corte se limitaba a descubrir la cuantía de la fortuna de una mujer, sin olvidar los haberes en metálico, las ropas, joyas, incluso teniendo en cuenta la importancia de las herencias que pudiera ir a recibir, y tras ello, si lo averiguado merecía la pena, intentar conquistarla.
También las costumbres morales del clero se fueron relajando en toda Europa, tanto en los pueblos llenos de mujeres solas a raíz del éxodo de varones que se fueron a hacer Las Américas y que muchos curas tuvieron que consolar, como en las altas esferas de la Iglesia con la aparición del nepotismo y el aumento gradual de los impuestos eclesiásticos, la venta de reliquias, indulgencias y bulas papales. Esta situación fue la que provocó el levantamiento de Lutero en contra de esta degradación de la Iglesia y el 31 de octubre de 1517 clavó en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg sus noventa y cinco tesis que condenaban la avaricia y el paganismo en que vivía inmersa la Iglesia y comenzó a predicar la Reforma que se convirtió en una auténtica revolución religiosa que dio origen al protestantismo. Suprimió el celibato eclesiástico, el culto a la Virgen y a los Santos y el Orden Sacerdotal, aduciendo que cada persona debe relacionarse con Dios directamente, sin que sea necesaria la mediación de los sacerdotes ni siquiera en la confesión, debido a la creencia de la existencia de un Dios misericordioso y de la seguridad del perdón de todos los pecados por medio de la fe. Estas ideas y costumbres provocaron a su vez la excomunión de Lutero por parte del Papa León X. Se inicia un movimiento opuesto al de la reforma por parte de Roma que convocó la celebración del Concilio de Trento (1545-1563), y en los casi veinte años que duró, dio tiempo a que pudiesen aclarar de forma clara y taxativa todos los aspectos de la verdadera doctrina de la iglesia como por ejemplo, la definición de los dogmas de fe, de los siete sacramentos, incluyendo el del Orden Sacerdotal y su necesaria mediación entre los fieles y Dios, haciendo hincapié en el celibato y la castidad, las indulgencias y las reliquias, las bulas, la necesidad de que la fe se acompañase de las obras, etc. generando el movimiento de la Contrarreforma.
El culto a la mujer idealizada por los trovadores del Renacimiento deja paso a un mayor peso de la dignificación de la mujer dentro del matrimonio que es donde de verdad va aumentando su importancia. La mejora gradual de las condiciones de vida en las casas y palacios es llevada a la práctica por la señora mientras el varón se dedicaba sobre todo a la guerra, los torneos y el amor, tres sitios en los que debía dar la talla. El ideal del caballero medieval había ido cambiando y ahora lo que se imponía era el cortesano, según describía la obra “El libro del cortesano” de Baltasar Castiglione (1478-1529), que pretendía divulgar las maneras corteses en la brillante y equívoca sociedad renacentista, y que era el compendio de las virtudes que debía poseer el hombre galante de esta época, insistiendo en una diferencia fundamental con los ideales de épocas anteriores, que era que el caballero no debía perseguir exclusivamente la conquista de la carne sino también el espíritu femenino, y para ello decía: “Deberá estar medianamente instruido en las letras, saber latín y griego y ser versado en poetas, oradores e historiadores y, además diestro en escribir en prosa y en verso. Ha de ser músico y saber tocar distintos instrumentos, tendrá talento para dibujar y será entendido en la pintura. Deberá gobernar bien el caballo a la brida, maniobrar caballos difíciles y correr lanzas y justas. Para los torneos, pasos de armas y carreras con obstáculos debe ser de los buenos entre los mejores franceses y para jugar a bastones, correr toros, lanzar dardos y lanzas debe ser excelente entre los españoles. También ha de saber saltar y correr, jugar a la pelota y hacer cabriolas a caballo. Su semblante será tranquilo y sosegado como el de un español, debe contenerse y ser dueño de sí mismo, evitar groserías, palabras crudas y conceptos que puedan sonrojar a las damas. Se mostrará cortés, condescendiente y educado con todos. Sabrá decir frases agradables y contar historias alegres, pero con decencia”. También describe el ideal de las mujeres y las virtudes que deben adornarla en los siguientes términos: “Las damas que vivan en la corte poseerán cierta afabilidad y deberán saber entretener con conversaciones agradables, honestas y acomodadas al tiempo, lugar y calidad de las personas con quién hablen. Su porte ha de ser tranquilo y modesto, pondrán siempre mesura en sus acciones y destacará su honestidad, viveza de espíritu y, sobre todo, una cierta dosis de bondad que la haga digna de estimación por prudente, púdica y dulce como amable, juiciosa y fina. De modo semejante a los caballeros deberá ser versada en letras y conocerá la música y la pintura y danzará bien”. (20)
Con respecto al atuendo y el cuidado de sus ropas y adornos como un elemento de atracción y seducción, diremos que se fue haciendo cada vez más complicado, alambicado y suntuoso, con cambios excesivamente rápidos de la moda, usando telas de un lujo y precio que el senado veneciano llegó a decir que lamentaba que “entre los muchos gustos superfluos que las mujeres imponen a sus maridos, los más lamentables son los despilfarros ocasionados por la moda: apenas se ponen un vestido de los llamados de cola, cuando ya las colas han de suprimirse”. También se criticaban algunas formas de embellecerse como el afeitado integral de la cabeza, la costumbre de ponerse morenas al sol y el usar grandes tacones para parecer más altas. En los vestidos se gastaban verdaderas fortunas mientras que la ropa interior era mala y se la cambiaban con escasa frecuencia. Los peinados y tocados se fueron también haciendo más complicados llegando, según cuenta un cronista de la corte, a representar almenas, torres o cualquier cosa, incluso cambiaban el color del cabello espolvoreando polvo de oro y esta tendencia fue aumentando de forma paulatina en los siglos siguientes hasta el siglo de oro, en que se alcanza el máximo esplendor tanto en vestidos, como en joyas, complicados peinados con tocados adornados con muchas joyas y todo ello lo hacían para aumentar su hermosura, para conseguir un mayor dominio sobre el varón a través del uso de la máxima seducción. En Francia llegará el peinado a su mayor complicación y sofisticación y habida cuenta que pronto París se convirtió en la meca de la moda, estos peinados se extendieron con rapidez en mayor o menor medida al resto de Europa. Un escritor español describe estos peinados caricaturizándolos como sigue: “Un peinado compuesto por multitud de bucles que imitaban a las tiendas de campaña, o un campamento con su foso con guardias avanzados y centinelas perdidos y, en vez de penacho, formó en la fachada una Venus hecha del mismo pelo, sentada en una concha marina, tirada por dos cisnes y acompañada de la Gracias”. La descripción que hace Juan de Zabaleta del vestido que usaban las mujeres como elemento de seducción no necesita de más explicaciones: “Pónese el guardainfantes que es el desatino más torpe en el que ha caído la mujer por el ansia de parecer bien, échase sobre éste una pollera con unos ríos de oro por guarniciones, pónese sobre ella una basquiña con tanto ruedo, que colgada podría servir de pabellón y ahuécasela mucho para que haga más pompa. Entra luego por detrás en un jubón emballenado y queda como un peto fuerte. Este jubón, según buena razón debía de rematar en el cuello, más de hecho, se queda en los pechos y por la espalda, en mitad de las espaldas. Cierto que las mujeres se visten al uso, pero se visten de manera que estoy por decir que anduvieran más honestas desnudas; no les falta, para andar desnudas del medio cuerpo para arriba, sino quitarse aquella parte de la vestidura que les tapa el estómago…”, (20) etc.
Aunque es cierto que es una época en la que se intenta proteger de forma obsesiva, con una vigilancia férrea la virtud de las muchachas para mantener su honra y su virginidad, y por ello nunca salían solas, necesitando de una dueña o criado que las vigilara, también es cierto que este cerco se intentaba burlar y casi siempre se conseguía que las misivas amorosas circularan entre el pretendiente y su amada, aunque fuera sobornando o engañando a los encargados de la vigilancia. Se rechazaba en lo posible el matrimonio de conveniencia buscando la elección por amor de su pareja. Esta situación propició la aparición del galanteador que va buscando enamorar a las mujeres y tras conseguir su objetivo, muchas veces olvidarlas y/o anotarlas como trofeos. Así, de seductora y tentadora, la mujer se convierte en víctima, porque una vez perdido el honor, a no ser que fuera muy rica, sólo le quedaba un camino que acababa siempre de muy mala manera: la deshonra la obligaba a vivir prostituyéndose en la calle o en medio del arroyo o como mal menor ingresando en un convento. Los poetas reflejaron esta realidad en obras como “El burlador de Sevilla”, “Las memorias de Casanova”, etc. reproduciendo el ideal de hombre galante de la época, que utilizaba todos los medios posibles para seducir y enamorar a las mujeres, lícitos e ilícitos, los que fueran necesarios para alcanzar su meta: el acoso y derribo de la mujer.
En Europa las cortes de las realezas están en su apogeo, las damas y los cortesanos están inmersos en fiestas en las que todo son galanterías, discreteos, felicidad y despreocupación. Moliere (1622-1673), en su obra “Las preciosas ridículas” escrita en 1659, se burlaba del lenguaje alambicado utilizado con las mujeres y decía que los dos enamorados de su comedia resultaban ridículos porque, en su ignorancia, proponían el matrimonio a sus adoradas como primera providencia; un buen amante en las primicias de su relación debe admirar a distancia, mantener el secreto, revelarlo en circunstancias ideales, sufrir la negativa si ésta se produjera, desaparecer temporalmente, volver para intentar retomar la relación, soportar la existencia de otros rivales, etc. Se ponen de moda los teatros con sus actrices, las músicas con las tonadilleras y las bailarinas, sin sospechar que en Francia estaba a punto de estallar la Revolución Francesa y en España iba a llegar al trono Carlos IV, cuyo calamitoso reinado propiciaría la invasión del país por los ejércitos de Napoleón.
El abanico o las máscaras, en otro tiempo atributos de las rameras se convirtieron en instrumentos habituales de la coquetería. Un abanico manejado con destreza llegó a ser tan peligroso como una tizona ya que sus aplicaciones eran muy variadas y sus posibilidades enormes: lo mismo servía para ocupar las manos que para dejar caer algo cuando era necesario, para que el caballero se lo recogiera del suelo y se lo entregara, o para cubrirse o descubrirse la cara, la garganta o el escote, y con sus movimientos podía provocar deseo o hundir en la más absoluta desesperación al que iba dirigido el gesto. Cuando una dama se abanicaba muy deprisa decía “te amo con locura”, cuando lo hacía despacio “me resultas indiferente”, si lo dejaba caer “soy tuya, haz de mí lo que quieras”, cerrarlo con fuerza podía ser muestra de enfado o de admiración, y un golpe dado con él servía para castigar el atrevimiento de los dedos del enamorado, siempre ávidos de contacto con la dama. Había un lenguaje cifrado más complejo aún, en el manejo del abanico: cuando se tocaba la mejilla izquierda, significaba “apartaos de mi presencia”, elevado a la altura de los labios “abrazadme”, si se tocaba el corazón, “te amo y sufro”, si contaba las varillas, “deseo hablarte”, etc. Incluso si no había pretendientes enamorados a la vista siempre podía ser utilizado para abanicarse. (17)
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