Carta chica de Morafina

Pierre Bonnard, Jeune femme écrivant, 1908.

Morafina se asoma al abismo digital antes de que sus dedos toquen la hoja virtual del vasto e infinito fichero Word, el santuario donde los pensamientos de los mortales toman forma. Una pregunta, como un eco filosófico que resuena en su mente, demanda ser respondida antes de que se sumerja en el caos digital: ¿Qué forma tomará su expresión? ¿Será un diario, un reflejo de la vanidad moderna al estilo Facebookiano, un intento banal de periodismo, o quizás, como guinda del pastel, un cuento? Morafina, en su búsqueda de identidad literaria, se decide por un “ejercicio de estilo”, una etiqueta elocuente que algún escritor sabio dejó caer en los rincones acogedores de Málaga, donde los jilgueros trinan su canción invernal. Así, con un gesto de desafío hacia las convenciones literarias y una pizca de arrogancia creativa, decide denominar a su creación como tal, optando por una aproximación pragmática en su desarrollo. ¿Por qué pragmática? Morafina no elige a la ligera. En sus cavilaciones, evoca una lección que se remonta a las profundidades de una vasta sala de antiguas paredes en el barrio universitario Dhar Lmahraz de Fez, donde la sabiduría se entrelaza con el misterio. Ahí, envuelta en la neblina del conocimiento, la verdad se revela: la pragmática es la llave maestra que desbloquea los secretos del universo lingüístico. Un simple mandato del profesor desentraña las complejidades del lenguaje humano: “Abre la ventana”, “cuando yo te pido que abras la ventana, tú entiendes que tengo calor”. Una explicación que Morafina nunca antes había considerado. Esto fue “pragmática”, toda una revelación: Morafina aprendió que nunca debemos decir lo que queremos de forma directa, sino que tenemos que expresarnos de manera complicada, fingiendo y sin nombrar las cosas con su nombre. Esta estrategia nos permite invitar al interlocutor, o lector, a reflexionar sobre nuestras palabras, a interpretar su significado y a descubrir las verdades ocultas que se esconden entre líneas.

Y así, imbuida con el espíritu de la audacia literaria, Morafina se embarca en la búsqueda de un título que capture la esencia de su “ejercicio de estilo”. Considera muchas opciones, desde las más mundanas hasta las más excéntricas, pero ninguna parece estar a la altura de su visión. Hasta que, en un destello de inspiración, surge la idea de “Cartas Marruecas”, una reminiscencia irónica de las epístolas de Cadalso. Morafina sonríe con satisfacción, consciente del desafío que representa este título provocador. Aunque no comparte la valentía del autor que feminizó el nombre de Marruecos en sus cartas, reconoce el legado que dejó en su camino a la “Rosa” de las “Cartas marroquíes”, un legado que ahora ella se dispone a continuar.

Pero el camino de Morafina no está exento de obstáculos. En su primer año, se enfrenta al Max Aub marroquí, a las ratas delibianas y a la cabeza blanca que ondea como un estandarte de tiranía lingüística. Mientras sus compañeros cargan con libros y apuntes, ella aparece como una turista perdida en un laberinto de conocimiento. Mientras sus amigos despliegan sus argumentos y citas, ella confía en la fluidez superficial de su español, como un flamenco entre patos. Pero la realidad pronto la golpea con fuerza, recordándole que la mera habilidad para hablar en una lengua extranjera no es suficiente en un mundo donde la lingüística es un deporte de alto riesgo. Sus ilusiones de grandeza se desmoronan ante la implacable realidad, y se encuentra vagando por los oscuros callejones de la poesía española, buscando refugio en un mar de metáforas y símiles. Sin embargo, incluso allí encuentra el rechazo, y se ve obligada a renunciar a sus sueños líricos en favor de una estrategia más “pragmática”.

Morafina no se rinde. Transforma sus debilidades en fortalezas y sus flaquezas académicas en una oportunidad para el crecimiento personal y colectivo. Lidera a sus compañeros -dueños de la gramática y la sintaxis, de la fonética y la fonología- hacia nuevas alturas, convirtiéndose en una figura de la militancia social en un mundo de laberintos académicos. Llegó el tercer año con la velocidad de un suspiro y, con una ingenuidad genuina, se acercó al profesor de metodología de investigación con una pregunta que revelaba su inocencia académica: “¿Puedo escribir una novela ficticia como mi proyecto?“. La respuesta del sabio profesor fue una lección magistral de realidad envuelta en paciencia: la academia exigía un enfoque científico y específico, dejando poco espacio para las fantasías literarias. Y aunque Morafina enfrenta desafíos en su camino hacia la maestría, sigue adelante con determinación y valentía.

“Mujer escribiendo” de Pierre Bonnard

Las pruebas de máster de traducción marcaron otro hito en el viaje de Morafina, donde se vio confrontada con la realidad cruda y sin adornos del mundo académico. Se le recordó de manera contundente que sus hazañas como líder estudiantil y sus aventuras quijotescas no tenían cabida en este nuevo territorio; lo que importaba era su habilidad y conocimiento en el campo de la traducción. Fue un momento de humildad y claridad, pero también de determinación para demostrar su valía en este nuevo desafío. La ironía del destino se hizo evidente cuando Morafina se encontró aprendiendo sobre tecnología avanzada en un entorno tan rudimentario como la sala 310 de clases de antaño. La TAO, Traducción Asistida por Ordenador, se convirtió en un ejercicio de imaginación más que de práctica, enfrentándose a una pizarra y un bolígrafo en lugar de pantallas brillantes y teclados.

Muchos años después, cuando ya estaba preparando su doctorado, el momento de la verdad llegó cuando su artículo científico fue rechazado para su publicación, desencadenando una tormenta de emociones en el corazón de la pequeña Morafina. La ira y la frustración se mezclaron con la desilusión, pero en medio de la tempestad, surgió una comprensión profunda: un artículo científico no es solo una recopilación de conocimiento existente, sino una contribución original a un conocimiento existente.

Con esta lección aprendida y una nueva determinación ardiendo en su interior, Morafina se prepara para la siguiente fase de su odisea académica. El futuro es incierto, lleno de desafíos y oportunidades, pero una cosa es segura: Morafina seguirá adelante con un segundo capítulo de este intrigante “ejercicio de estilo”.

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