Los “4 Fantásticos” del apocalipsis

Dicen, los que entienden de estas cosas, que los primeros signos, o señales, de un cambio de mentalidad, o de paradigma, o de sensibilidad cultural, o como se le quiera llamar, proceden no del mundo político-social o de la ciencia, sino del campo del arte. Y aunque haya quien asevere, como Martín Scorsese, que las películas de superheroes poco tienen que ver con la estética, lo cierto es que lo mismo se decía de la primera fotografía para defender nostálgicamente la pintura (equivocadamente, en opinión de Charles Baudelaire), así como lo mismo se decía del propio cine en defensa de la literatura (equivocadamente, en opinión de Pere Gimferrer), o actualmente de Tiktok en defensa de… ¿Qué? ¿De La isla de las tentaciones? ¿Y si Tiktok es la nueva alfabetización del mundo digital, como la fotografía lo fue del auge industrial, o el cine de la sociedad del consumo? Y sí las películas de superhéroes que llevan ya entre nosotros no pocas décadas en muchos aspectos son pueriles, pero también lo eran las de Rock Hudson y Doris Day, y hoy muchos las adoramos. Del cuarto intento de sacar algo en limpio de Los 4 fantásticos de Stan Lee y Jack Kirby, que en esta son sumamente homenajeados desde las primeras escenas, no sólo sacamos una cinta más o menos trepidante de ciencia-ficción (ya dijo John Byrne en los ochenta, y lo llevó a efecto, que Fantastic Four era más ciencia-ficción que poderosos con mallas), como en el Superman de Gunn, sino, como en aquel, algo extraño, algo inesperado, como lo es una brizna de esperanza en un mundo que ya no cree lo más mínimo en sí mismo. Porque si Benjamin Netanyahu tuviera las peculiares dotes de Superman seguro que no dejaba ni un sólo musulmán pobre vivo -los de Arabia Saudí o Emiratos Árabes es otra cosa-, y si Vladímir Putin pudiese usar los quinjets del Edifico Baxter -no se le nombra así en esta entrega- no iba a escapársele ni medio ucraniano.

Shalla Ball

Así que, a mi modo de ver de veterano comiquero, estos “primeros pasos” (subtítulo de puro marketing, puesto que en la trama tales primeros pasos duran ya cuatro años, con objeto de hacer olvidar las cuatro anteriores, repletas, no obstante, de buena voluntad) dejan mucho que desear en cuanto a caracterización de personajes y diálogos ingeniosos o significativos, pero en todo lo demás son perfectos. Tenemos la calle Yancy de Ben Grimm (si se traduce el apellido al español se entenderá mejor el triste talante de Ben, que en esta película ha sido poco aprovechado), tenemos un NY de ensueño en el que la población aún podía creer en la ciencia y el progreso1, tenemos una Silver Surfera que realmente produce escalofríos en su misión de heraldo a la vez que seducción en su papel de esclava eterna, y tenemos un tan adorado Pedro Pascal que es creíble precisamente porque como habita unos utópicos sesenta se puede permitir no renunciar a su bigote de Burt Reynolds -que Reynolds era más macho, pero Pascal más bello. Sue Storm es la más poderosa del grupo, como ya estableciera John Byrne, y Galactus… A Galactus le han transformado de constante cosmológica inmanente en Arthur Schopenhauer sufriente, como ya hiciera Lutero con el Dios católico -por cierto, con la dieta habitual de Galactus no quiero ni imaginarme sus deposiciones…

 Joseph Quinn, Pedro Pascal, Vanessa Kirby y Moss-Bachrach

Lo que es claro es que, este año, tanto Marvel como DC han perdido el sentido del ridículo que les ha atenazado desde hace veinte años. Tal ridículo ha sido fructífero, pero ahora toca otra cosa, ahora toca wokismo naif y buenos deseos, el mundo real no está para Wolverines alcohólicos o Batmans vengativos. Schopenhauer para los ricos, lo que el resto necesitamos es ese genial diálogo de Clark con Lois en el que él objeta que tal vez el punk, esa música que pregonaba la destrucción y el “No future” no sea lo suficientemente anti-sistema, sino que lo radicalmente anti-sistema sea la bondad y el confiar en los demás. Reed Richards vuelve a llamarse Mr. Fantastic, Sue se sitúa por encima de él como el aire sobre el agua, a Ben, para su desdicha, la roca le tira para abajo, y Johnny deja de ser un cabeza loca para ser la envidia de Jean-François Champollion. Empédocles y Aristóteles estarían orgullosos. Yo lo que espero para las siguientes entregas es que no desaparezca Silver Surfera, sobre todo, y luego que nos olvidemos de las distopías por un tiempo largo. Si Pedro Pascal ha podido pasar del apocalipsis de Last of us a evitarlo en esta tontunada atravesada de CGI de los niñatos de Marvel quizá todo sea humanamente posible…

1 Retrofuturismo perfectamente caracterizado y ciertamente encantador que ya estaba en el Steampunk, en el Rocco Vargas de nuestro Daniel Torres, en el Top Ten de Alan Moore y tal vez en el Robots de Blue Sky Studios.

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