“Vive como quieras”

Cine clásico

Hubo una vez un consejo médico que se consideraba la llave para una buena salud y que ahora parece una utopía que se ha evaporado para siempre: ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio (o de vida privada donde desarrollar los propios intereses) y ocho horas de sueño. Así de sencillo y de claro, transparente, el esqueleto luminoso de un ideal democrático que podría ser posible, que lo ha sido y lo es en algunos entornos.

Hace no muchos años (quizá ya muchos, porque el tiempo pasa muy deprisa) se hablaba de lo que podía propiciar la tecnología: la posibilidad de dedicar más tiempo al ocio porque la jornada de trabajo pudiera acortarse; de que los trabajos más trabajosos o aburridos pudieran ser hechos por máquinas; de que el trabajo pudiera estar más repartido; de que el ocio pudiera ser más rico y más gozoso para la mayoría de la gente porque una buena educación hubiera dado la posibilidad de poder disfrutarlo de forma significativa.

“El apartamento” Billy Wilder

Pero ha pasado algo quizá ya antes de la crisis económica que ha empeorado definitivamente desde que apareció. No solo la tragedia del paro en todas las edades y de que hayan desaparecido casi todas las vías méritocraticas para intentar encontrar un empleo. Sino lo que ha ocurrido en los que lo tienen, incluso en los que tienen trabajos supuestamente buenos que incluso les gustan o tienen algo que ver con sus cualidades. Lo más que se puede pedir en la vida en este aspecto.

Se suponía que la universidad hubiera tenido que evolucionar hacia reformas que supusieran la generalización de la mejor tradición universitaria europea, la de la especialización a la altura de los tiempos pero también la de los saberes interdisciplinares y la tercera cultura, la de las oportunidades para vivir y experimentar, para desarrollar una mentalidad crítica y creativa. Algo que también precisa energía y tiempo libre.

Vive como quieras

Sin embargo veo cada día estudiantes que han vuelto a la peor versión de la enseñanza media. Universitarios anegados de apuntes (fotocopias de diapositivas en la nueva versión), controlados incluso por la presión del grupo competitivo que forman en su clase a la que no pueden faltar, con todo el tiempo ocupado por trabajos, prácticas y exámenes muy frecuentes. Estudiantes sin tiempo para leer libros de ningún tipo, incluso de la especialidad que estudian, porque están cansados y tienen la sensación  de que no les sirve para nada cuando, por otra parte, es lo que más precisarían para salir de ahí.

Observo a jóvenes profesionales que una vez que comienzan a trabajar lo hacen por jornadas interminables, todo el tiempo bajo presión, de una forma que ni siquiera compensaría por mucho dinero pero que encima realizan por tan  poco que ni siquiera los hace independientes. Contemplo como se pierden derechos que costó mucho conseguir y que suponían una garantía para todos. Por ejemplo en muchos hospitales, en algunos servicios, los MIR no descansan al día siguiente de una guardia agotadora por los recortes de personal y el aumento de la demanda (un derecho para proteger también a los pacientes de un médico cansado y proclive a cometer errores) por miedo quizá a ser relegados a alguna forma de ostracismo por quien, al parecer, puede hacerlo.

Salón comedor del Christ Church College de Oxford

A veces pienso cómo debe ser la vida, no tan ideal, de esos políticos que salen por la tele o de sus cargos intermedios, la de los altos y bajos ejecutivos, la de los médicos reconocidos que veo por ahí en los congresos y que, muy a menudo, llevan vidas muy alejadas de las que recomiendan en sus conferencias. Vidas llenas de trabajo, de tensión, de un viaje a ninguna parte que siempre exige más esfuerzo, “dar el máximo de sí mismos en cada momento” como dicen esos “coach” que ahora manipulan las mejores intenciones liberadoras de la psicología moderna.

Y no sólo el trabajo, sino a veces también el ocio, lleno de actividades compulsivas que solo terminan siendo fotos que se olvidan en un archivo  y no hay tiempo de volver a ver, ni de recordar con nostalgia. Porque un exceso de actividad tan sostenido nubla la percepción, enturbia la emoción y la fragiliza, invade de una ansiedad, de una irritabilidad latente que fragiliza el tiempo y lo hace pasar muy rápido, sin dejar huella en nosotros, hasta que tenemos que parar porque pasa algo, una tragedia en el peor de los casos.

Lytton Strachey,Virgina Woolf, John Maynard Keynes

Sin embargo en este mismo sistema hay gente que ha conseguido no trabajar así, empresas más amables que otras, servicios del mismo hospital que saben trabajar de otra manera con buenos resultados. Hay una lógica del sistema social o económico pero caben muchas modulaciones, cosas que podemos hacer las personas en nuestros círculos de influencia. Hay memes que podríamos poner a circular, que hicieran que gente de muy variada condición y estatus se negara a hacer ciertas cosas, que pusieran por delante sus vidas, lo que todavía pueden vivir en esta relativamente corta vida, como decía Albert Ellis.

De vez en cuando hay que ver “Vive como quieras” dejarse llevar por esa ingenuidad tan lúcida de Capra que a veces es tan necesaria para dar la consistencia a ese impulso que necesitamos para parar;  para decidir de qué forma queremos deslizarnos por la vida; para dilucidar cuales son nuestras auténticas prioridades y vislumbrar la forma más amable de encontrar un lugar bajo el sol en este jodido mundo.

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