Sean Connery: agitado no removido

Valga la expresión reiterada por James Bond –el agente 007, ideado por Ian Fleming, como portento de masculinidad del espionaje de Guerra Templada, no ya de Guerra Fría– para la preparación de los flamboyantes dry-martinis, para anotar las diversas vidas cinematográficas de Sean Connery (Edimburgo, Escocia; 25 de agosto de 1930 – Nassau, Bahamas; 31 de octubre de 2020). Vidas por las que Sir Thomas Sean Connery fue merecedor de un premio Óscar y, dos premios BAFTA.

Por más que, para buen número de seguidores cinematográficos sólo conozcan y cuenten las vidas de Sean Connery como las vidas mismas de James Bond, hasta en siete ocasiones. Y olvidarán, incluso que antes de que Sean Connery llegara a esa interpretación, ya hubo otros empeños por visualizar al agente del MI6 –agente encubierto de inteligencia, con licencia para matar– de modales mundanos y a veces sofisticado en ademanes y maneras, que había sido inventado en 1953 por el escritor de segundo nivel Iam Fleming, que llegó a escribir doce piezas con trasfondo de Bond. Por más que desde la muerte de Fleming, en 1964, haya habido otros escritores autorizados para trabajar con material de Bond, incluyendo John Gardner, quien llegó a escribió catorce novelas –más que Fleming mismo– y dos novelizaciones; y Raymond Benson, quien escribió otras seis novelas más, tres novelizaciones y tres cuentos. Con lo que podemos advertir que Bond es más bien una saga sobre un personaje prototípico del espionaje británico. Y de ello, de ese carácter lineal del personaje ideado en 1953, da cuenta la continuidad de propuestas. Así, también ha habido otros autores conocidos que escribieron un libro cada uno: Kingsley Amis, Sebastian Faulks, Jeffery Deaver y William Boyd y Anthony Horowitz. Además de todo ello, se cuenta con una serie de novelas sobre la base de su juventud, esto es el James Bond joven, escrito por Charlie Higson. Como spin-offs de las obras literarias, hubo una adaptación televisiva de la primera novela de Fleming, James Bond, en la que Bond interpretó a un hillbilly estadounidense, así como una tira cómica publicada en el periódico Daily Express.

¿Cómo un hombre, rudo en apariencia, fruto de una escueta formación militar –comandante de la Marina Real Británica y reconocido con la Orden de San Miguel y San Jorge–, educación castrense esforzada y orientada solo para la acción, la contrarréplica y el sabotaje, puede saber sutilezas mil y de lo más mundano? No olvidemos que los datos disponibles en las biografía de Bond, nos permiten afirmar que James Bond–problemáticamente nacido bien en Zurich, bien en Wattenscheid–, fijan su entrada al Ministerio de Defensa el año 1941–según Sólo se vive dos veces–, aunque en Desde Rusia con amor se dice que entra en el Servicio Secreto en 1938. Fechas de plena y de vísperas de la Segunda Guerra Mundial, por más que se haya caracterizado a Bond como un personaje ficticio de la Guerra Fría, parece que sus primeros movimientos los son en la Europa caliente de la SGM. Y es que pesa más la fecha de aparición de la primera novela de Fleming, 1953, que las fijadas antes de la llegada del agente a su destino, en 1938 o en 1941. Otra cosa será interrogarse por esa referencia cronológica y por esa omisión –no hay una experiencia del Bond activo en la Europa en guerra. Otra cosa será interrogarse por la prolongada vida cinematográfica del personaje a través de las 28 películas, y como persiste sesenta años después del comienzo, como un mito de múltiples dimensiones, convertido ya en una de las grandes figuras seriales de la cultura de masas. Buena parte de esa visibilidad longeva se la debemos a un artífica destacado en su encarnación, como ha sido Sean Connery. Incluso esa rara boutade de haber designado el 5 de octubre como el día mundial de James Bond. Que quizás, a partir de ahora debería ser conocido como el día de Sean Connery.

¿Cómo un hombre, rudo en apariencia, fruto de una escueta formación militar y educación castrense esforzada y orientada solo para la acción, la contrarréplica y el sabotaje, puede saber sutilezas mil y de lo más mundano? Sutilezas y frivolidades muy del hombre de mundo que rara vez se acompasaría con el sueldo y la vida de un espía a lo George Smaley, que dibujara John Le Carré. Sutilezas como la carburación de un Aston Martin DB5; las mejores añadas del vino de Burdeos y su temperatura de servicio; los perfumes más adecuados para una cita nocturna o la mejor manera de servir un Martini seco. Por no hablar del tabaquismo, que hoy sería políticamente incorrecto, desplegado en sus marcas:  puros Romeo y Julieta o Delectados Cubano, combinación de tabaco turco y balcánico preparado en exclusiva por Morland’s, en el número 83 de Grosvenor Street, y adornados con tres aros dorados. Posteriormente pasó a fumar Senior Service. No obstante, las novelas nos dicen de Bond, que no rechazaba algunas marcas como Chesterfield King o Lucky Strike en USA, Laurens Jaune en Francia, Royal BlChesend en Jamaica, Shinsei en Japón, Diplomates en Turquía o Duke de Durham King Size con filtro. En sus orígenes literarios y cinematográficos, Bond fumaba la astronómica media de 60-70 cigarrillos diarios sin filtro. Y no morir en el intento, por más celebración del 5 de octubre.

Y en todo ese recorrido de trayectos improbables de dar encarnadura a un personaje de ficción, Sean Connery ocupará un lugar destacado entre los ocho actores que han vestido trajes de Saville Road ycomprado sus camisas y corbatas en Turnbull & Asser, coqueteado con Moneypenny. Empeños como los de Barry Nelson –para una adaptación televisiva de 1954 de Casino Royal–, reinventada más tarde por David Niven, ya como película en 1967. Curiosamente en pleno reinado de Connery-Bond. Reinado que comenzó en 1962 con Dr. No, de Terence Young, donde ya se presentaron los efectos visuales de la serie, debidos a Maurice Binder: una introducción del personaje en acción, a través de la mira de un cañón y una secuencia de títulos altamente estilizada y coloristas, acompañadas por las piezas musicales de referencia, que fueron compuestas por John Barry. Y con acompañamiento de canciones notables, y luego popularizadas: desde Tom Jones, pasando por Shirley Bassey, Nancy Sinatra, Paul McCartney&Wings, Louis Armstrong, Carly Simon, Duran Duran, Rita Coolidge, Tina Turner, Madonna, Chris Cornell o Adele; pero ese es otro tema pendiente de análisis y estudio: Los porqués musicales de un espía popular.

Luego la saga del 007 siguió con Desde Rusia con amor en 1963 –a mi juicio, la mejor pieza de las rodadas por Connery, bajo la dirección de nuevo de Terence Young y con producción, como la anterior, de Harry Saltzman y Albert Brocoli– y remató con la Goldfinger en 1964, y cerrar en 1984 con la entrega Nunca digas nunca jamás, ya bajo la dirección de Irvin Kershner. A pesar de todo ello y de todo el bondismo militante, sigo prefiriendo al sobrio Connery de Marnie la ladrona, dirigida por el maestro Hitchcock en 1964, y la pieza de 1975 El hombre que pudo reinar, de otro maestro como John Houston. Otra cosa diferente será la disputa por la mejor encarnación de James Bond, entre esa nómina de actores diversos: Barry Nelson, David Niven, Sean Connery, George Lazenby, Timothy Dalton, Roger Moore, Pierce Brosnan y Daniel Craig. Que el cielo lo juzgue. Mejor agitado, no removido.

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