Laurea
porMe voy, te dejo en la noche, te dejo en el jardín donde los cerezos lloran esta amarga lluvia de verano. Bajo el…
Recomendaciones
Me voy, te dejo en la noche, te dejo en el jardín donde los cerezos lloran esta amarga lluvia de verano. Bajo el…
El pequeño Oscar tenía once meses cuando los médicos fruncieron el ceño. Algo no iba bien. Sin haber vuelto todavía por completo las doce hojas de un calendario de pared, aquel mico que braceaba y lloraba a partes iguales, pataleando también, tenía que pasar por el quirófano para corregir una malformación ósea que con el tiempo hubiera degenerado de mala manera. Y la única forma de corregir era amputar. Así, sin haber bajado apenas de la cuna, el pequeño pretoriano se enfrentó, sin saberlo, a un momento que iba a cambiar su vida al principio del otoño de 1987. El pequeño Pistorius entró al quirófano con una malformación ósea y salió sin ella, pero pagó un precio elevado: le amputaron, de la rodilla hacia abajo, sus dos piernas.
Truman Capote logró su objetivo: su escritura es transparente como un arroyo de montaña. Es tan fina la lente con la que mira que incluso su vanidad se refleja en el cristal; llegamos a ver doble, su yo y el yo que él quiere proyectar. La prosa de Capote se independiza de su pluma y se convierte en bisturí, instrumento científico, disecador de la maravilla y miseria de la carne humana.
“Es feliz el que está contento con las circunstancias presentes, sean las que quieran, y es amigo de lo que tiene” Séneca. Diálogos El secreto…
La producción textual que, forzosamente, nos confió David Foster Wallace aquel viernes del otoño de 2008 -cuando su pareja descubrió el cuerpo sin vida del autor suspendido en el garaje del adosado de ambos-, a duras penas encaja bajo algún parámetro genérico.
La copia informática que la industria y la SGAE llama piratería forma parte de un proceso histórico imparable. Es una evolución en la que…
Aquellos que el orondo Alfred llamaba “mis amigos los lógicos” quedarían contentos con los giros que la trama de Vértigo (1958) proponía. Suponía un alivio pensar que Madeleine (bueno, realmente Judy) no estaba poseída por fantasma alguno. Sin embargo, esta obra totémica incontestable (sin peros posibles) del séptimo arte no deja de ser en cierto sentido una historia de fantasmas. Y por añadidura, la cinta más romántica, en la primigenia acepción del término, con la que servidor haya topado. Aprovecho para avisar que en esta entrada prescindiré sin escrúpulo de cualquier ahorro de spoilers. Así que el que no haya visto la película, que vaya espabilando.
El sol pinta el ambiente en la capital escocesa. No es habitual poder coquetear con él en la vejez del verano, mientras se descansa en un banco de cualquier plaza al tiempo que la tez de los oriundos enrojece hasta tonos insospechados y se escucha de fondo una gaita sonar entre vetustos edificios cerca del Mary King Cross.
Llegó la primavera y Gusamari se subió a un manzano.
Era un áspero bichito de piel peluda y temperamento huraño, y el manzano le gritó: “Apartate de mis manzanas infecto gusano”; a lo cual él respondió: “No soy un gusano, soy ¡Dinamita!”, parafraseando al Nietzsche más violento. Y, sin dudarlo, se metió de lleno en la manzana sin ninguna intención que fuera buena.
Mientras taladraba la jugosa fruta y dejaba que le inundara la agridulce tentación, se topó con Newton, aquel que encontró en una manzana las leyes del cosmos, sin saber que algún día la cosmología se convertiría en cosmética.
El 8 de julio de 1990, Maradona, desde el centro del campo, llamó “hijos de puta” a todo un país. Diego Armando Maradona aterrizó…
Imaginemos al joven médico de 28 años (nació el 18 de Julio de 1818 en Budapest) entrando aquella mañana en el Allgemeines KrankenHaus, el Gran…
Lo mismo nos da, pues ambas nos valen. Los que estén familiarizados con esa manía/obcecación del director austriaco por mostrar los (por otra parte abundantes) “tramos duros” de sus filmes mediante la radical sobriedad en la puesta en escena sabrán de lo que hablo. La visualización de momentos tan agresivos como la muerte del niño y la posterior reacción de sus padres en Funny games (1997 y 2007), la mutilación genital o el deprimente acto sexual en La pianista (La pianiste, 2001), la escena de acoso en un vagón del suburbano al personaje de Juliette Binoche en Código desconocido (Code inconnu, 2000) o los castigos corporales infligidos a los niños de La cinta blanca (Das weisse Band, 2009), todo ello se podría circunscribir en buena medida a lo que se ha dado a llamar la “concepción baziniana de la puesta en escena”, esto es, la fidelidad absoluta al curso de la acción narrada, lo que supone que dicho curso no se puede adulterar de ningún modo (cambiando de plano, por ejemplo) si no se quiere traicionar la realidad de lo mostrado.