Noventa años de la “Generación del 27”

Dios es azul…

Juan Ramón Jiménez

 

Pontifica mi amigo Pelayo algo así como que España es un país que, en cuanto reverdece y apunta a una primavera distinta, quizá moderna y europea, llegan las fuerzas de la reacción y la matan, la escarchan y la pudren. El ejemplo histórico más reciente y simbólico de este movimiento pendular por el cual el martillo español hace de cualquier flor yunque para sus golpes es la conocida como Generación del 27, cuya foto emblemática cumple ahora 90 años. Como era un prodigio, un verdadero acontecimiento, que tantos excelentes poetas se reuniesen bajo la insignia gongorina entre los muros de la Residencia de Estudiantes (que visitó incluso Einstein, si no recuerdo mal) y la Institución Libre de Enseñanza, eso tenía que desaparecer inmediatamente, tenía que ser borrado de la historia, primero bajo la bota de Miguel Primo de Rivera y luego bajo el atroz golpe de estado de los generales africanistas, que sumieron a la península en la oscuridad durante las siguientes décadas.

 

Dalí, Lorca y Pepín Bello

 

En realidad, la invocación de Góngora era más bien testimonial, puesto que ningún miembro de esa pléyade (tal vez Gerardo Diego sí fuera el más gongorino…) fue en ningún sentido culteranista, pero eso importa poco. La idea consistía más bien en que la atrasada y descubanizada España volviera a tener quien la cantase, y no en vetustos himnos patrióticos en recuerdo del periclitado imperio, que ya no venían a cuento, sino en modestos trinos líricos a un sillón, a un billete de tranvía, a un gitano o a la mar gaditana. De repente, el caudaloso y ramificado río de la vanguardia artística europea post-Primera Guerra Mundial tenía un afluente en Iberia, y era un afluente rico y variado, calentado por el sol. Antonio Machado se sintió demasiado mayor para pertenecer a esa alegría generacional, pero lo mismo la saludó desde su rincón decimonónico y umbrío, como quien ve pasar un coche repleto de jóvenes con guitarras camino de una fiesta a la que él, respetado y querido, no estaba invitado.

 

Lorca, Maria Teresa León, Alberti

Tuvieron, estos poetas, un cierto margen de actuación, antes de ser segados por el asesinato, el exilio o el silencio, y lo emplearon bien, tan bien como para producir muchas antologías de gran calidad de esas las que leemos ahora en vez de tratarles directamente (e incluso, más allá, para hallar un lugar algunos de ellos en la muy extensa y noble antología de la poesía española de todos los tiempos, que no es cosa en absoluto pequeña ni baladí a escala mundial). Don José Ortega y Gasset, alto mandarín intelectual de la época, curiosamente nunca dijo nada de Alberti, Lorca, Salinas, Altolaguirre, Dámaso Alonso, etc., ni en sus conferencias ni por escrito, ni particularizando ni en conjunto, él, que fue el gran promotor del estudio de las generaciones en España. Parecían, supongo, moda pasajera, flor de un día, subproducto de imitación (de imitación de Rubén Darío o de Juan Ramón Jiménez, probablemente, sobre los que Ortega tampoco se pronunció), y, sin embargo, la historia, o la nostalgia, los ha recordado y entronizado, precisamente en cuanto símbolos de aquella España que estuvo a punto de ser y no fue, que debería haber sido y que fue arrasada por el rodillo traidor de siempre. Dice Paco Umbral en su “Lorca, poeta maldito” que Federico es el escritor más universal que se ha originado en España después de Cervantes, y tiene razón. Lorca, por sí mismo, tomado aisladamente, es un fenómeno artístico de envergadura mundial mucho más grande que sus amigos Buñuel o Dalí, y al que le calza mal la crítica malvada de Borges, que en una ocasión dijo de él que le parecía un “andaluz profesional” (si Lorca es andalucismo profesional… ¿No es el “Martín Fierro” asimismo una gauchada profesional?). No es por la trágica muerte de Lorca por lo que le tenemos en más alta estima que a otros compañeros suyos de generación, como piensa Umbral, es porque ya ellos, en su momento, conociéndole tan de cerca también acertaron a tenérsela…

 

Aleixandre, Cernuda, Lorca

 

Sin Lorca, seguramente esa etiqueta de la “Generación del 27” tendría una consideración más baja, pero eso no significa que con Lorca todos los demás quedasen necesariamente eclipsados. Lo que ocurre también es que a Lorca han venido a explicárnoslo algunos historiadores ingleses e incluso a cinematografiarlo algunos directores americanos, y a los demás no o todavía no. Miguel Hernández, que no estaba en aquella foto histórica, debería ser el tercero de la lista de Umbral, y Luís Cernuda, tal vez, el cuarto. Pero eso ya no está en la mano de nadie, eso es materia del futuro de la lectura en el mundo tecnificado. Quizá ahora que leemos en soportes electrónicos pequeños, manejables y efímeros volvamos a interesarnos por el poema a un sillón, a un billete de tranvía, a un gitano o a la mar gaditana. Si no, de nada va a servir que obliguemos a nuestros hijos a conocerlos en un plúmbeo y sádico libro de texto, al cual, por cierto, y no por casualidad, nadie le ha dedicado todavía ni un triste poema…

 

 

“Madrigal al billete de tranvía”

Adonde el viento, impávido, subleva

torres de luz contra la sangre mía,

tú, billete, flor nueva,

cortada en los balcones del tranvía.

Huyes, directa, rectamente liso,

en tu pétalo un nombre y un encuentro

latentes, a ese centro

cerrado y por cortar del compromiso.

Y no arde en ti la rosa, ni en ti priva

el finado clavel, sí la violeta

contemporánea, viva,

del libro que viaja en la chaqueta.

 

Rafael Alberti

 

 

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