110 años de Gonzalo Torrente Ballester, imaginación y lampreas

Es posible que debamos atravesar túneles muy oscuros, es posible, antes de que se recupere la confianza en la imaginación. No creo que se recupere sin intentar englobar el dominio de la ciencia.

George Steiner, La barbarie de la ignorancia

Este junio de caprichosas temperaturas, se cumplieron 110 años del nacimiento de Torrente Ballester, historiador, filósofo, columnista, dramaturgo, profesor, traductor, académico de la lengua, padre múltiple como Bach y literato español, más los dos últimos ítems que todos los anteriores. Recibió infinidad de premios y reconocimientos, no se podía quejar, y llegó hasta muy viejo, el hombre. Yo le vi a principios de los noventa en la facultad de Periodismo, creo que era, en una especie de mesa redonda en honor de Augusto Roa Bastos. Yo fui por él, no por Roa Bastos, del cual no he leído nada, mientras que de Torrente (no confundir con el personaje de Santiago Segura que anticipó a los cargos medios y base electoral de Vox) conocía más de la mitad de su extensa producción. Estaba hecho un guiñapo, todo hay que decirlo. La “mala salud de hierro”, que decía Voltaire. Le tuvieron que llevar en volandas hasta el estrado, como costaleros: Torrente Ballester procesionado. Pero una vez allí, cabeza lúcida y cachonda, con grandes lentes de concha. Presentó a Roa Bastos como “ese jodío que escribe puñeteramente bien”. Luego contó que según se acercaba al solemne evento se había cruzado con una mujer de bandera, de esas que taconean y tal y que tanto siguen gustando a Javier Marías y Pérez Reverte, y que se había preguntado a sí mismo: “¡pero bueno!, ¿es que esto nunca se acaba?…” Como la anécdota de Fontenelle, que llegó a los 100 años -antes también se llegaba a los cien años, que nos engañan los Steven Pinker…-, y que cuando tenía ochentaytantos se cruzó con una mademoiselle francesa dicieciochesca, miriñaque y tal, y exclamó entusiasta un “¡me pilla esa a mí con veinte años menos!…” Torrente también era así de mujeriego, con ese aspecto de alfeñique y ese rostro de mosca Puk, pero, ojo, un respeto: once hijos en ristre. Johann Sebastian Bach era luterano de escricta observancia, el Quinto Evangelista nada menos, ni se lo menciones; Torrente no sé si es que estaba “a favor de la vida” o en contra del preservativo…

Charo Lopez

En sus novelas, de hecho, hay mucho diálogo y situación galante. Ya no recuerdo si es en La isla de los jacintos cortados, o en La rosa de los vientos, ambas deliciosas, donde unas mujeres como de el Sueño de una noche de verano conspiran para inventarse a Napoleón Bonaparte. Únicamente le ponen un talón de Aquiles: gran conductor de hombres pero gran torpeza con las mujeres. Para que luego digan que la política del fake news y del bulo lo hemos inventado nosotros. Torrente Ballester a menudo hacía eso: no concebía a una mujer protagonista (sus protagonistas eran varones atribulados y sensibles, un poco barojianos), pero las mujeres eran coro imprescindible, inteligente y seductor, de la acción. Incluso en algunas de las primeras novelas, divertidísimas las dos, El golpe de estado de Guadalupe Limón y La Bella Durmiente va a la escuela, las dos féminas citadas eran menos sujeto que sujetadas, por emplear el retruécano de Foucault. Está muy olvidado Torrente hoy en día, como Roa Bastos, cuando sería la lectura ideal para los chavales de la ESO y Bachillerato que tienen que comerse La Celestina, El árbol de la ciencia, La casa de Bernarda Alba, Historia de una escalera o Crónica de una muerte anunciada, obras que son excelentes, sin duda, pero sólo si tienes más de treinta años, y me quedo corto. O lo que es peor: esa subclase de escritores que se han especializado en literatura juvenil -Dios sabrá lo que es eso, habitualmente sucedáneos de Tolkien, Rowling o Salinger-, y que a los profesores de Lengua y Literatura les caen la mar de simpáticos. ¡Almas de cántaro, no sería más fácil encargarles algunos de los torrentianos antedichos, para que disfruten leyendo, o, si hay que hacerles sufrir necesariamente, Don Juan o La saga/fuga de JB, cuyas complicaciones técnicas y aquelarre interior están al servicio del gozo!

Gonzalo Torrente Ballester y Camilo José Cela

Torrente Ballester se preciaba (lo cuenta en Cuadernos de un vate vago, sus grabaciones magnetofónicas del proceso creativo, a solas consigo mismo y con la luz apagada) sobre todas las cosas de su imaginación. Las lecciones morales o políticas le parecían secundarias, cuando no irrelevantes, una reacción previsible en alguien que a su vuelta a España en plena Guerra Civil tuvo que afiliarse a la Falange, como quién se enrola en los Boy Scouts pero blindando con ello socialmente a su familia. La imaginación era precisamente lo que el Régimen no tenía, y escritores del realismo patrio había más que olas en el mar. Críticos o conformistas, para cantar la situación presente no faltaban aspirantes a poetas y novelistas, y por eso, estoy convencido, Torrente Ballester prefirió soñar cualquier cosa menos España, y deleitarse en escenarios ficticios, en vez de en la miseria moral del país. Incluso cuando escribió prosa realista, como en Off-side o la trilogía de Los gozos y las sombras, había demasiada experimentación narrativa, en la primera, o demasiado culebrón adictivo, en la segunda. Nada, por tanto, que tenga que ver con Ignacio Aldecoa o Juan García Hortelano. Torrente era autor de frases como estas, que podrían fascinar a un adolescente si es que algo fuera de un videojuego, un baile nuevo o una película de miedo es capaz de hacerlo: A Zeus padre de todos, Dios le bendiga, desparramando la mente por ese mismo infinito hasta sus mismos bordes, que es todo lo que él puede alcanzar, y como más allá comienzan la eternidad y el misterio, que no le caben en la cabeza, para ver si alcanza algo, mete la mano en aquel río oscuro y la saca mordida de pirañas (El hostal de los dioses amables, cuento) ¿No es una genialidad, dicha como de paso, con informalidad e ironía, algo que jamás encontrarás en las obras completas de Antonio Buero Vallejo?

Dejo ahí la idea, como se dice ahora. Una greguería de Ramón Gómez de la Serna rezaba si se pudiese aprovechar el aburrimiento, tendríamos el salto de agua con más millones de caballos de fuerza. Propongo conectar cables al cuerpo de los estudiantes mientras que tratan de exprimirle algún gustillo a Don Benito Pérez Galdós, que es muy grande, pero cuya hondura no se aprecia tanto a esas edades. De poseer la tecnología, íbamos a prescindir hasta de las placas solares. Que lean, los chavales, Las sombras recobradas, que es otra compilación de relatos, relatos históricos de imaginación alegre y saltarina y de alguna erudición que buena falta les hace. Y, luego, algo más mayores, Daphne y ensueños, que es un delirio gallego, repleto de meigas, que haberlas haylas, y donde Torrente enmienda la Batalla de Trafalgar a favor de la chapuza hispánica. Filosóficamente, me da la impresión de que Torrente era orteguiano, pero no se metía mucho en esos embrollos. Hacía unos prólogos geniales, de sus propias obras y de las de otros, muy personales -si no eres personal para qué escribes- y cuajados de ideas. En sus últimos años, consiguió vender bien Filomeno, a mi pesar, también algo barojiana en la caracterización de su protagonista -una “sensualidad pervertida” como la de Carlos Deza- y la descripción de la vida de provincias, y Crónica del Rey Pasmado, de la que se hizo película tan sólo porque tenían al actor perfecto. Yo lo pasé muy bien leyendo quince o veinte novelas seguidas suyas, en tiempos de mi carrera, me sacaban de ese aire cargado, enrarecido, siempre teologal, sub specie aeternitatis, de las clases de Filosofía. Gonzalo Torrente Ballester sabía filosofía, pero sólo la empleaba en ensayos y prólogos. Para la narrativa, mucha imaginación, urdida en un cuarto a oscuras, lejos de esposa e hijos, y muchas lampreas, las lampreas estructuralistas que surcan las riadas de texto imparable de la crónica de Castroforte de Baralla. Era, creo, o las lampreas gallegas inexistentes, que se alimentan de muertos, o los muertos reales de la dictadura, con los que se alimentaba la conformidad social, y Torrente había nacido en Ferrol, igual que el generalísimo Franco…

Cuando Torrente volvió a España desde Paris tras enterarse del golpe de estado del ejercito sublevado, vio desde su autobús cientos de cadáveres en las cunetas. No queriendo formar parte de ellos, se hizo falangista junto con otros intelectuales de la época, como ya he mencionado. Pero no le gustó la experiencia. En 1962 firmó un manifiesto a favor de los mineros asturianos en huelga, lo que le costó la execración pública y la pérdida de sus medios de vida profesionales. No obstante, la imaginación siguió ahí, intacta, y Torrente, con tantos méritos académicos, fue unos años después invitado a varias universidades norteamericanas. Desde allí, como antes Pedro Salinas o Luís Cernuda, se veían las cosas de otra manera, se podían imaginar lampreas de laberíntica configuración y locas consecuencias (Torrente, por cierto, negó siempre la influencia en La saga/fuga… del llamado “realismo mágico”, pero no es muy de creer). Como dice su apologeta, Alicia Giménez, en su aséptica biografía publicada en Barcanova: la Literatura dejará de reflejar la realidad para transformarla incorporándole unos valores imaginativos, no moralizantes, que en algún momento podrán representar la única vía transitable para el hombre: su libertad de pensar y crear. Lean cualquier cosa de Gonzalo Torrente Ballester, olvídense de la Falange, que son todas amenas, chispeantes, ágiles y nimbadas de un aura encantadora de cultura sin pretenciosidad.

Ver Negro sobre blanco: Gonzalo Torrente Ballester

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