Hay muchas cosas que perdemos desde la infancia. Costumbres que dejan de tener sentido y que se quedan prendidas en épocas concretas, sujetas a ellas con pequeños clips imaginarios que podemos recordar, a veces con cariño y otras con grima, simplemente con echar la vista atrás. Todos acabamos eligiendo nuevas maneras de hacer las cosas, construimos nuestros propios usos, con los que podemos descubrir que la realidad va más allá de las rutinas construidas en nuestros primeros años, de los itinerarios con principio y final previstos, de esas calles que pisamos cada día, siguiendo caminos idénticos.
Acabamos de dejar atrás las fechas navideñas, probablemente, la época del año con más tradiciones concentradas: comemos dulces que no probamos en otro momento; compramos más regalos, besamos más, abrazamos mucho más; no se envían postales navideñas, pero sí nos llegan y mandamos correos electrónicos o whatsapp en avalancha…Y, por supuesto, se escuchan villancicos. Esa costumbre navideña es la primera que desapareció en mi vida, tan pronto como pude disfrutar de Frank Sinatra en invierno. Su forma de contar, el fraseo irónico, esa actitud chulesca en el escenario me convenció más allá de sus canciones sobre “christmas”, que basta escuchar para ver nieve por todas partes, sentir calor delante de chimeneas imaginarias con la lumbre bien avivada y apurar esos ponches que nunca he tomado… Sobre todo, Sinatra me llega porque tiene temas como “That’s Life” (que cantó por primera vez Marion Montgomery en el 64, sin demasiado éxito) que resumen una filosofía vital en la que merece la pena pensar, especialmente en estos momentos en los que el año comienza y, a veces, nos falta energía para tomar impulso.
“Por más gracioso que parezca, algunos consiguen lo que desean dándole puntapiés a su sueño, pero no dejo que eso me deprima, en tanto este viejo y sutil mundo siga girando”, defiende Sinatra en esta canción, al tiempo que nos cuenta que ha estado “arriba, abajo, dentro o fuera, pero, cada vez que me he caído de bruces, me he puesto de pie yo solo y he vuelto a esta carrera (…)”.
Cuando escucho a Sinatra, si veo en viejos vídeos su actitud segura, casi desafiante ante la vida, también pienso en la manera un poco superficial que tenemos de dividir el mundo entre la zona que habitan los buenos (o aquellos que aparentan serlo) y aquella que ocupan los que pensamos que no lo son. Un mundo bipolar que, en realidad, está lleno de estaciones intermedias, a poco que profundicemos. Si hacemos caso de las biografías, parece que él tenía casi los dos pies en el lado oscuro: con amistades peligrosas que nunca le vinieron mal del todo, como Lucky Luciano o Sam Giancana, en un entorno en el que se hablaba mejor con los puños, las pistolas y las patadas en la puerta. Vivía apurando los límites. Este tipo único, que buscó el amor en todas partes -además de poner banda sonora al que habitaba los sueños de hombres y mujeres de todo el planeta-, con relaciones más o menos duraderas que le unieron a Lauren Bacall, Kim Novak, Judy Garland, la mismísima Marilyn, Mia Farrow y Ava Gardner, se daba cuenta de que la vida es una cuestión momentánea y se dedicó con energía a bebérsela a grandes tragos. Fue él quien dijo que “sólo se vive una vez y de la manera que vivo, con una sola basta”... Es una buena inspiración mientras estrenamos cada uno de estos días del nuevo año. Pero mejor que lo explique La Voz. Nadie mejor.