La vida pasa muy deprisa y siempre nos faltan datos esenciales o enfocamos todo desde una perspectiva cuando hay muchas otras o no somos conscientes del perfil exacto de las emociones de otros y de lo que realmente piensan o simplemente de lo que están viendo, y que nosotros quizá somos incapaces de ver. La vida pasa muy deprisa y nunca terminamos de saber quiénes somos.
Nuestro lugar en el mundo, nuestra edad, lo que hemos vivido, los hábitos que tenemos, la emocionalidad de una situación concreta nos procuran una rendija para mirar el mundo que siempre tiene límites, que es difícil diferenciar y hacerla consciente cuando no tenemos la ocasión de darnos cuenta de que hay otras y, por tanto, de tener la posibilidad de visualizarlas y sentirlas.
La literatura aporta esa posibilidad de distancia, de extrañeza, de mirar el mundo desde otros puntos de vista, de experimentar lo que piensan y sienten unos personajes, quizá muy alejados de nosotros, pero que nos descubren cosas que nos habían pasado desapercibidas hasta ahora y que, de alguna manera, nos conciernen y nos trasforman a partir de ese momento.
Además, todo eso queda ahí, en el texto, como detenido, con lo que puede volver a paladearse y descubrir sabores nuevos que además el tiempo va cambiando y que, a su vez, pueden propiciar nuevas experiencias en el presente. Nuevas formas de vivir la vida.
“Así la vida desaparece transformándose en nada. La automatización devora los objetos, los hábitos, los muebles y el miedo a la vida. Para dar sensación de vida, para sentir los objetos existe eso que se llama arte. La finalidad del arte es dar sensación del objeto como visión y no como reconocimiento. Los procedimientos del arte son el de la singularización de los objetos, el que consiste en oscurecer la forma, en aumentar las dificultades y la duración de la percepción. El arte de la percepción es un fin en sí y debe ser prolongado. El arte es un medio de experimentar el devenir del objeto. Lo que ya esta realizado no interesa para el arte.”
León Tolstói