A veces puede parecer que ciertas obras literarias que alcanzaron el éxito estaban predestinadas a triunfar o que sus autores eran unos tipos con una vida muy intensa y con un carácter muy resolutivo que podía vislumbrarse de lejos y que sólo tenían que preocuparse de escribir, en un amplio despacho con ventanas frente al mar, siempre muy seguros de sus posibilidades o de su reconocimiento.
Pero eso casi nunca ha sido así. Un libro que ahora puede parecernos una obra maestra pudo no haberse escrito nunca y, aunque lo hubiera sido, podría haberse perdido por mil azares o haberse quedado varado en el inmenso limbo de los libros no publicados o en los que amarillean de tristeza en los mercadillos de saldo y que apenas leyó nunca nadie.
El autor que ahora vemos como un mito consagrado quizá era entonces alguien con una vida complicada, inseguro sobre sus cualidades literarias o psicológicas, con una familia asustada que apenas podía alimentar y perdido en cualquier país que no era el suyo. Quizá podían no haber desaparecido esos obstáculos que le impedían escribir la historia que tenía dentro o pudo no existir la salud o el apoyo económico que tuvo justo en aquellos días en que su talento pudo expresarse tras perseguirlo tan denodadamente.
Ese manuscrito que ahora se considera una obra maestra pudo haberse llenado de polvo en los anaqueles de libros pendientes de leer en cualquier editorial o pudo ser uno más de esos que se ningunean con una frase malévola por cualquier miembro de un comité de lectura con una copa de más.
Al final si el libro triunfa todo parece formar parte de un relato compacto que a todo el mundo le interesa redondear. Pero durante un tiempo la pelota estuvo en el tejado y podría no haberse producido lo que luego se produjo. O no con los nombres que conocemos ahora…
[…] los viajes me enfriaban el material […] Estuvo a punto de ocurrirme lo mismo con “Cien años de soledad”, porque a mitad de camino tuve que ir a Colombia por quince días, y cuando regresé descubrí que todo se me había desarmado. Esta vez lloré de rabia, escribí dos capítulos horrendos para retomar el hilo, y luego los rompí y los rehíce de nuevo con el brazo caliente […].22[…] Mi neurosis va más lejos. Cuando estoy escribiendo no puedo trabajar en nada más, aunque mi esposa y mis hijos se mueran de hambre. Me siento a la máquina a las nueve de la mañana y escribo sin interrupción hasta las cuatro de la tarde. A esa hora, con la cabeza como un bombo no tanto por el cansancio como por el cigarrillo, almuerzo cualquier cosa y trato de dormir hasta las seis. Luego empiezo a pensar en el plan de trabajo del día siguiente, tomando notas, hasta después de la medianoche. Para no interrumpir el ritmo, he copiado capítulos enteros sin necesidad, cuando materialmente no me sale nada nuevo o tengo pereza de escribir. Más aún: siempre tengo que escribir en períodos de calor. Cuando llega el frío, se me bloquea el cerebro y todo se va al diablo. No he podido adquirir la cachaza de Fuentes, que es capaz de escribir sentado en una cuchilla de afeitar. De modo que entiendo muy bien lo que me dices. Sin embargo, tienes la suerte de estar ahora en una ciudad que, por razones misteriosas, es la mejor para escribir, aparte de ser, para mi gusto, la mejor del mundo. Yo llegué allí en plan turístico, y algo me obligó a encerrarme en un cuarto donde materialmente se levitaba en el humo del cigarrillo, y escribí en un mes casi todos los cuentos de la Mamá Grande. Perdí el viaje y me gané un libro, estoy seguro de que, una vez pasado el desconcierto inicial, te sucederá lo mismo. Mi problema en estos momentos es que tengo que acumular dinero para escribir el otro libro: El otoño del patriarca, que será el largo monólogo con el cual un dictador anciano, sordo y gagá trata de descargarse de sus culpas ante el tribunal revolucionario. El libro ya lo escribí una vez, hace dos años, y lo perdí todo, porque lo desarrollé con un método equivocado. Ahora que tengo la solución, tengo que reunir dinero para que mi familia viva seis meses. Lo más ridículo es que con cine y publicidad gano prácticamente lo que quiero, pero ese trabajo me produce una neuralgia enloquecedora, que no se alivia con ningún analgésico, y sin embargo se cura de inmediato cuando empiezo a trabajar mis libros. ¿Hasta cuándo estaremos en esta situación estúpida los escritores latinoamericanos? […] El problema es más grave, en mi caso, porque tengo el principio, que no pienso violar, de que no acepto ninguna clase de subvenciones para escribir […].
Carta de Gabriel García Márquez a Mario Vargas Llosa
Citada por Xavi Allen en “Aquellos años del boom” RBA, 2014