Lo que nos jugamos en una canción

¿Qué nos jugamos en una canción, en cómo cantamos una canción cierta tarde de invierno, cuando la hemos cantado tantas veces y creemos que la gente espera tanto de nosotros? Es la respuesta a esa pregunta lo que condiciona nuestras emociones y en última instancia el que nos pueda inundar la angustia, como una ola, hasta inmovilizarnos. Es la que probablemente anteayer se planteó, de forma más o menos consciente, Joaquín Sabina en ese concierto de Madrid.

Cuando nos enfrentamos a un reto importante es casi inevitable y, en general, conveniente tener un cierto grado de preocupación porque eso hace que nos concentremos, que utilicemos al máximo nuestras cualidades para desarrollar adecuadamente una tarea que juzgamos importante. Pero hay un límite que si se sobrepasa no es adaptativo y que, en parte, tiene que ver con nuestro modelo de autoestima.

Según los psicólogos cognitivos (Albert Ellis por ejemplo) lo saludable es que nunca liguemos el éxito en la realización de una tarea con nuestro valor global como personas. Tenemos que auto aceptarnos incondicionalmente y negarnos a catalogarnos globalmente por el éxito o el fracaso de alguna, de la multitud de tareas, que desempeñamos cada día, por muy importante que pueda parecernos. Sin embargo socialmente se suele educar de otra manera, se etiqueta el valor global de las personas en función de sus logros, de la consecución de objetivos ligados a expectativas muy exigentes de una manera, además, simplista, sin matices: se triunfa o se fracasa, se es bueno o malo en algo, se tiene o no auténtico talento. Se es un ganador o un perdedor y se genera una profecía autocumplidora. Lo que supone que uno se juega literalmente la vida cuando se enfrenta a un reto que juzga significativo. Y además, aunque triunfe, el éxito es cada vez más corto, más precario, depende del próximo partido o la próxima competición como ocurre con los deportistas, un modelo que ha impregnado mucho el aire social en los últimos años.

 

Los artistas tienen además una presión añadida, sobre todo los que juegan con la emoción que son capaces de procurar a sus seguidores, ligada a la autenticidad de lo que ellos mismos sienten y viven. Se definen (y los definen) globalmente por su arte que consideran algo esencial en su vida, lo que los define. Se fijan objetivos muy altos que además no pueden conseguir siempre porque dependen de muchos factores tanto internos como externos. El “duende” es huidizo, no aparece siempre y la expectación del público, más si es incondicional, puede actuar como un dragón que intimide demasiado aunque se tengan muchas cualidades.

Joaquín Sabina es un artista que siempre ha ido de auténtico y al que su público ve como tal. Ha jugado a ser coherente, a vivir a su manera ampliando el último verano de la juventud hasta muy tarde, casi hasta que el cuerpo le ha aguantado. Ha merodeado por los márgenes, por la transgresión de lo convencional, por la vida loca y de ahí ha sacado inspiración y profundidad para sus canciones, a la vez que ha alimentado con ellas las fantasías de libertad de varias generaciones de admiradores. Tuvo un ictus y una depresión posterior lo que, probablemente, lo ha dejado un poco herido, como quien ha mirado el final de un pozo que ya sabe que es oscuro, sobre todo algunas madrugadas cuando se piensa en los años que pueden quedar y en que quizá ya se dijo “adiós a todo eso” y sólo quedan cosas malas por vivir.

Quizá se vio abrumado por la respuesta de un público de Madrid, para él muy significativo (su público), al que quiso responder dándolo todo, siendo más auténtico quizá en uno de los últimos conciertos, y es posible que comenzara a auto observarse y a pensar que podía defraudarlos. Algo peligroso para que pase en mitad de un concierto porque pueden dispararse todos los mecanismos automáticos del miedo que secuestran el cuerpo de inmediato. Reaccionó con honestidad, sin fingir con trucos del oficio, lo que es muy congruente con su imágen y con su afición a los toros. Esa muestra de fragilidad no lo merma sino que lo agranda, nutre su leyenda. Y puede hacer memorable el próximo concierto, siempre que sepa distanciarse un poco de sí mismo y sólo se concentre en cantar fingiendo jugárselo todo pero manteniéndose íntimamente a salvo, renunciando a perseguir al gato del duende que sólo aparece cuando cuando no se lo mira a los ojos.

Joaquín Sabina. Aquellas canciones de un tiempo que ha pasado tan rápido ….

https://www.facebook.com/CiudadSabinaOFICIAL?ref=ts&fref=ts

“En el éxito y en el fracaso, la diferencia entre un artista y un burócrata del arte suele estar marcada por la soledad. Es que tiene muchas tablas, decimos de aquellos que, después de muchos años, consiguen acercarse a las palabras o a un escenario como quien cumple un trámite. Son los que convierten la profesionalidad en una receta, no en un oficio. Porque hay otros artistas con oficio y años que no pueden acomodarse a las recetas, que viven cada cita como un acontecimiento y se sienten solos, inseguros, en medio de las ovaciones. La verdad en el arte puede consolidar con fuerza un mundo propio, pero condena al creador a una perpetua debilidad. Una exigencia continua, una vida a la intemperie.

Joaquín Sabina reapareció el pasado sábado en Madrid, después de cinco años de giras por el mundo. Cuando se anunció el concierto, las entradas volaron como pájaros dispuestos a anidar en un acontecimiento. En una hora se colgó el cartel de aforo completo en el Palacio de los Deportes y los organizadores tuvieron que programar una segunda actuación para dar respuesta a las ilusiones desatadas.

El éxito de convocatoria intensificó su soledad. Madrid me rejuvenece, le dijo a sus amigos, porque sintió de nuevo ante el concierto ese estado quebradizo del muchacho que empieza, los nervios del cantautor que sueña con un escenario, una banda y un puñado de canciones memorables. Los protagonistas de las canciones de Joaquín son seres solitarios, almas que sobreviven en una ciudad y negocian con la pérdida el saldo rojo de la memoria y el sentimiento. Sus letras conmueven porque encierran una verdad, su verdad, la verdad de Joaquín convertida en arte y en la verdad de todos”

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1 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    La prueba de lo mucho que la gente ha llegado a querer a Sabina (o a consagrarle desde 19 días etc.), es que den por buena la tontería del miedo escénico. Décadas de escenario, dos horas de concierto, se pira a hacer una pausa y, de repente, miedo escénico. Como no se toma cosas para animarse… como fijo que lo ha dejado… como siempre sientan bien… No obstante, viva Sabina.

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