Pio Baroja

 

“No carece de un cierto mérito dejar las cosas un poco mal hechas…”

                                                      Ramón Gómez de la Serna 

 

Un poco forzado por las circunstancias, he leído hace nada un Baroja que tenía a mano, después de veinte años o más de olvido del autor de la boina. No he recibido una impresión muy distinta de la de entonces, en mis primeros años de la Facultad, cuando fui capaz de encadenar 15 o veinte Barojas seguidos, sin demasiado entusiasmo, sólo porque eran de una tristeza contagiosa, y también porque producían cierta atrayente sensación de lectura adulta. Pío Baroja sigue teniendo su público, muy minoritario pero terriblemente fiel. Recuerdo una librería, que no sé si seguirá existiendo, cerca de la Plaza de España de Madrid, llamada así, “Baroja”. En ella, el dueño, un hombre no muy viejo con aspecto de solitario, atesoraba todos los títulos del vasco en variadas ediciones (sobre todo, claro, la de Caro Raggio, que tanto se adecúa en su diseño a la atmósfera rancia y letárgica de la mayoría de las novelas), y además lo había leído todo, más de una vez; era como su albacea, el guardián de la mazmorra barojiana y su fan número uno al mismo tiempo. El mundo pintado por Baroja en su narrativa es tan amplio -son nada menos que 114 novelas, si no recuerdo mal- y abigarrado, que si a uno no le ahuyenta el aburrimiento en un primer abordaje, se podría pasar toda la vida regresando a los innumerables personajes barojianos como quien tuviese a su disposición un círculo entre cosmopolita y provinciano de conocidos pintorescos y cada semana acudiera a casa de uno a hacer la visita de rigor. Además, Baroja no exige gran cosa del lector. Le pide, todo lo más, que se pasee por sus paisajes y paisanajes, no tanto que los estudie o que se rompa la cabeza para seguir los pequeños acontecimientos que a él le interesan, y que usualmente describe con tranquilidad y sin florituras de una manera netamente lineal. Pío Baroja fue un novelista atípico que únicamente cocinaba lentejas literarias: es lo que hay, o las comes, o las dejas.

 

Woody Allen

 

Sin embargo, esta última lectura me ha traído a la cabeza una analogía quizá imposible. Woody Allen como un Baroja neoyorkino, que hace cine en vez de emborronar páginas. Naturalmente, solo el hecho de su distancia temporal y geográfica hace de la comparación entre ambos un capricho absurdo, sin contar con que es del todo inimaginable que Allen conozca ni de nombre a Pío Baroja, pero aún así creo que puedo establecer algunas coincidencias curiosas de temperamento, sino de estilo, que hagan de esto un ejercicio no del todo disparatado o impertinente. Son las siguientes (y doy por sentado que, a diferencia de Pío Baroja, Woody Allen no necesita una presentación propia porque ya le conocemos todos de sobra nos guste mucho o poco):

  •  Tanto uno como el otro nos ponen ante personajes cultos, generalmente ociosos e insatisfechos, que buscan el amor o buscan la aventura, pero que luego se pasan el tiempo hablando más que actuando, y al hablar citan a sus maestros favoritos.
  • El culto a París como segunda ciudad, y ciudad de la oportunidad de reinventarse a uno mismo, es también común. Hemingway, que acudió al lecho de muerte de Baroja, y que se cuenta entre los referentes literarios de Woody Allen, podría funcionar como el nexo que conecta a ambos mediante un “único grado de separación” que pasa por París. París como la cuidad de la luz pero también como ciudad de las miserias…

 

Hemingway-visita-a-Baroja-en-su-casa

 

  • La costumbre de instalar en la narración a un alter ego que, humilde pero egolátricamente a la vez, ofrece el punto de vista del autor dentro del relato. Todos los personajes opinan, pero el alter ego opina más que los demás, y el escritor a menudo se propone a través de él vivir romances e incidentes que sueña para sí mismo.
  • Este propósito de vivir en la ficción lo que difícilmente se podría vivir en la vida real es el motivo más profundo de sus respectivas caudalosas producciones. Baroja engendraba más de una novela al año (además de cuentos y obras de teatro), y Woody Allen sigue rodando todas las películas que le caben en el cuerpo, hasta el final, cada una de ellas más pobre y más repetitiva, pero donde vierte todas sus fantasías privadas. Hay, pues, en ambos, una voluntad incansable de generar un universo propio e inconfundible donde poder vivir, y cada nueva obra ya reclama la siguiente…

 

 

  • Ellos mismos, y sus personajes, son individualistas, y tienen poco aprecio por los sucesos colectivos, de los que son, en todo caso, meros espectadores. Baroja, pese a que escribió algunas novelas de acción histórica, en el prólogo a la trilogía Las ciudades dejó clara su perspectiva filosófica: sólo existe lo concreto, y lo concreto humano es el individuo. Todo lo que sobrepase al individuo es abstracto, y seguramente falso. Los muchos irrational men de Woody Allen profesan la misma fe, y la practican resueltamente, lo cual conlleva un uso del humor que no es más que pesimismo embozado, puesto que el individuo suele fracasar o resignarse. En Baroja ocurre casi lo mismo, pero el pesimismo es más explícito y el humor más soterrado, como corresponde, en cierto modo, a los más grises tiempos que le tocaron vivir.

Los paralelismos acaban aquí, o al menos yo no soy capaz de dar con ninguno más. Pero son substanciosos, me parece, aunque no se trate aquí de jugar a los parecidos vitales como en el modelo de Plutarco. No son, desde luego, vidas en absoluto paralelas, ni siquiera obras paralelas, aunque podamos estar seguros de que los dos siguen siempre con lo suyo en cada nueva producción al margen de lo que los lectores y espectadores podamos desear. Por último, pienso que también se parecen en eso que decía Ramón sobre estética: se les ve, tanto al viejo escribidor Pío Baroja, como al ya casi anciano cineasta Woody Allen, muy preocupados por hacer las cosas un poco regular, sin esmerarse demasiado, no vaya a ser que nos fijemos demasiado en la factura de su fábulas más que en ellos mismos, que han tratado de reflejar su pequeña idiosincrasia para ejemplo de la humanidad.

 

Baroja enel rastro

 

Etiquetado en
Para seguir disfrutando de Óscar Sánchez Vadillo
First Cow (o el hombre que susurraba a los bovinos…)
Dicen que los westerns tradicionales solían encuadrar al hombre (al ser humano,...
Leer más
Participa en la conversación

10 Comentarios

  1. says: JOSÉ RIVERO

    Baroja brilla con luz prestada en la ‘Barojiana’ de Benet o en la película ‘La busca’ de Angelino Fons. De la misma forma que Allen brilla más en sus citas y homenajes cinefilos: desde Fellini a Bergman, desde Jackson Pollock a los homenajes pictóricos de ‘Midnigth in Paris’. Pero ello no debe ser tenido en cuenta como muestra de su interés declinante. Por lo demás tu paralelo buscado, puede servir para entender, pese a la distancia de Bidasoa a New York, luces de largo recorrido aunque intermitentes y parpadeantes.

  2. En lo que más se parecen… y con diferencia… es en lo que queda de ellos… que ahora es absolutamente indistinguible. ¿Los libros? Lo mismo digo… cerrados, entre manuales para decorar tazas, y puestos de canto en las estanterías del VIPS… no hay quien los distinga.

  3. says: Gloria García Molina

    No estoy de acuerdo. Nadie como Baroja para retratar Madrid. Ese Madrid de principios de siglo que a lo mejor se parece algo al de ahora. La vuelta a la miseria. Esa Puerta del Sol de “La Busca”. Por otro lado esos cuentos del País Vasco y del Norte mientras ejercía la medicina de pueblo. ¿Y qué decir de “El Trasgo” o de “Medium”? Calidad comprimida en cápsulas paralizantes

  4. says: Óscar S.

    Es verdad, la trilogía de La busca es en cierto modo distinta, porque es más colectiva. Pero es muy de los orígenes de Baroja, y ya estaba en embrión el individualismo (de hecho, hablamos de anarquistas…) Los otros dos títulos que mencionas, y que parecen cuentos, no los conozco.

  5. says: Óscar S.

    Es que si no está “suelto” mal puede ser anarquista… Aprovecho para disertar un poco sobre el asunto:

    El anarquismo es una cosa extraña, filosóficamente. Presuntamente, pide la erradicación de todo poder, principio o soberanía (an-arché), a escala universal y sin distinguir sexo, raza o condición. Pero luego pasa a atribuir a cada individuo particular un arché absoluto: “ni Dios ni amo” porque cada uno es “Dios y amo” de sí mismo. Esta paradoja me parece que instala en el anarquismo la “consumación de la metafísica” de que hablaba Heidegger para el campo político. Se consuma y finaliza la Metafísica para la praxis en aquel ideal que niega el arché único por encima de los hombres para concedérselo a todos por separado, como si cada ser humano fuese la naturaleza absoluta para sí mismo. A la vez, desvela que la Metafísica era un programa moral, puesto que la razón de que el anarquista merezca la autonomía es, para todos sus ideólogos, final y fundamentalmente moral. El individuo emancipado de toda atadura es la naturaleza para sí mismo porque moral equivale a naturaleza: ese individuo será ya lo que se “debe ser”. En fin, que el anarquismo es precisamente lo no cabe en un pensamiento post-metafísico, diga lo que diga algún teórico actual, y sean cuales sean las soluciones del futuro, tendrán que aceptar reglas de juego comunes.

  6. says: Ramón González Correales

    No se si don Pío militó en la CNT o en algún grupo anarquista en su juventud. Pero mas bien creo que era un individuo con una mirada propia, escéptico, un poco reactivo a un mundo que no le gustaba demasiado, pesimista, reacio a creerse relatos religiosos o totalitarios que tan frecuentes fueron en los años que le tocó vivir y que tanto obligaban a tomar partido y luego a bambolearse tanto y tan trágicamente como le pasó a Unamuno o Ortega, por ejemplo.

    Quizá se le podía achacar que era un poco tibio, algo que nunca ha gustado a las ideologías “duras”. Alguien que vivía un poco apartado y quizá amargado, que evitaba meterse en algunos líos en los que parecía que todo el mundo estaba obligado a meterse, quizá por su personalidad, entre otras cosas. Tampoco secundaba consignas oficiales y no solo políticas, sino también de modas literarias o filosóficas. Aunque se equivocara a veces con textos como ese de 1938 (“Comunistas, judíos y demás ralea”) que prologó Gimenez Caballero, de lo que lo peor es el título que él dijo que no puso. Aunque hay que ver lo que escribían otros por aquella época. (En “Las armas y las letras” se pueden leer donde quedaron algunas ideas de muchos intelectuales y lo que la guerra y el tiempo hizo con ellas. Con muchas sorpresas)

    Pero lo que me interesa es que no creo que haya ninguna contradicción entre aceptar unas reglas de juego comunes y ser individualista. Como tampoco creo que ser individualista suponga ser anarquista. Es más creo que solo los sistemas políticos que permiten que los individuos puedan intentar vivir la vida que ellos eligen, sin dar demasiadas explicaciones a nadie, por supuesto respetando esas reglas de juego (que pueden irse mejorando), son los preferibles.

    Otra cosa. La calidad literaria muy a menudo es ajena a la ideología, aunque muchos lectores puedan juzgarla a partir de ella. Pero eso es una cuestión de fases de la vida y de gustos. Gustos que a menudo también van cambiando con el tiempo.

    Y creo que Don Pío no escribía nada mal. “El árbol de la ciencia” por ejemplo me parece una buena novela, que merece la pena leer actualmente, entre otras cosas para saber de donde venimos.

  7. says: Óscar S.

    Venimos de la proverbial mierda, y por eso seguimos votando lo que votamos. Ortega, ya que lo mencionas, escribió un “Ideas sobre Pío Baroja” (parece que fueron amigos un temporada, de esos que se citan para pasear por el agro) donde se trata de dar cuenta de la sociología en la que brota un Andrés Hurtado, contra la que Ortega pretendía luchar.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *