Me entero del fallecimiento de Kate Millet con unos días de retraso, pero pienso que sigue mereciendo su pequeña necrológica. Publicó su célebre obra Política sexual el año de mi nacimiento, 1970, y seguramente ha sido una de las tesis doctorales mejor aprovechadas de la historia mundial reciente. Allí esbozaba las líneas maestras de lo que después se conocería como “feminismo radical” en relación con el análisis de la novelística de ciertas vacas sagradas de la Literatura del s. XX. Enseguida este enfoque culturalista quedó eclipsado en favor de las posiciones más extremas del libro, que se contaron con un lema, “lo personal es político”, que las haría famosas en todo el mundo. Se trata de una postura, y un lema, muy deudores de cierta interpretación de la lectura del pensamiento de Michel Foucault, que por aquel entonces estaba pegando fuerte. De hecho, el feminismo radical se distingue de otros feminismos más moderados, estratégicos o institucionales en el uso que hace todavía hoy de Foucault entendido como un autor constructivista. Si toda formación social o cultural es construida históricamente, y depende de un cierto régimen del discurso que se sobrepone a la realidad, entonces es claro que el heteropatriarcalismo no se corresponde a ningún estado de cosas natural del mundo y que puede ser cuestionado, depuesto y finalmente sustituido. Lo personal es político porque en el ámbito de las relaciones llamadas “privadas” existen las mismas fuerzas de estructuración del discurso patriarcal que definen la ideología de nuestras sociedades a nivel político y social. Lo micro es macro y lo macro es micro. Esto, sin duda, es cierto, pero ni es todo Foucault ni, ciertamente, acaba con toda la filosofía que es posible acometer sobre estos asuntos tan delicados e importantes. En mi opinión, el constructivismo sólo se encarga de la primera parte del problema, puesto que no tiene en cuenta que lo construido en todo caso funciona en prácticas de saber/poder determinadas y muy arraigadas, para abrir las cuales al debate no es suficiente con cursar su denuncia formal.
La propia Millet, tras su boom, se consagró al activismo y a un cierto culto de sus propias experiencias personales revolucionarias. Fue autobiógrafa, escultora, cineasta y varias cosas más. El feminismo actual le debe mucho, y el feminismo es mucho más que un movimiento fragmentario, parcial, de las mujeres interesadas en su propia liberación, lo cual ya sería fundamental y necesario. Es, también, una forma de racionalidad, aquella que complementa a las que ya conocíamos porque ilumina aspectos gigantescos del mundo que estaban ignorados o pasaban desapercibidos, hablando al margen de culpabilidades históricas. En tanto perspectiva de la racionalidad humana, debe ser compartida por todo aquel que crea en eso, en que la racionalización de las costumbres del ser humano en un mundo globalizado es deseable y necesaria o iremos una vez más por mal camino. El feminismo es hoy un movimiento de interés universal, y la contribución de Kate Millet sobre todo en los años sesenta y setenta tuvo mucho que ver con esa crucial toma de conciencia. Descanse en paz…