Con esa cara de memo enmarcando unos ojillos azules, y un apellido que recuerda al graznido de los gansos, Tom Hanks es el actor estadounidense más taquillero de todos los tiempos. Ganó dos Oscars seguidos en los años noventa, por Forrest Gump y Philadelphia, y no creo que se pueda decir, por muy crítico que se sea, que fueron enteramente inmerecidos. Esa inolvidable escena de la segunda en la que suena La mamma morta y él narra el argumento del aria a su abogado (¿era a Denzel Washington, o era a su novio, Antonio Banderas?) mientras se conmueve de belleza y llora de autocompasión bien vale un gran premio, al igual que todo el papel que da nombre a la primera, tan anti-intelectual del Tea Party -y tan de realismo mágico, por cierto, trasplantado al Norte rico-, en el que se pretende demostrar que en los EEUU cualquiera, incluso un disminuido mental, puede vivir una gran vida con tal de que sea el feliz propietario de una buena voluntad… A mí me gusta Tom Hanks, creo que ha hecho una carrera realmente fantástica en el cine de los últimos 35 años, pese a que me consta que únicamente protagoniza películas “blancas”, es decir, totalmente neutras desde un punto de vista político, y en las que él en gran medida toma el relevo histórico de James Stewart, o sea, de la representación cinematográfica del hombre medio que afronta las desgracias con candidez, bonhomía y entereza. Pero tampoco esto es del todo cierto, porque actúo como protagonista en La guerra de Charlie Wilson, una cinta bastante olvidada donde encarnaba a un tipo alegre y emprendedor, pero turbio y manipulador en el fondo…
Ayer volví a ver Big, después de muchos años, y la encontré muy bien guionizada, pero todavía mejor interpretada. Una semana antes había revisitado Náufrago, que no tiene nada que ver, y me enterneció bastante su desenlace, debo reconocerlo. Me refiero tanto al desenlace de la pérdida de Wilson, la pelota de fútbol, como al desenlace de la relación con su ex novia, ambos a la par, es difícil saber cuál de los dos resulta más triste. Sólo Hanks podría haber conseguido eso: que nos creamos que es siempre tan buen chico, tan sumamente legal y afectuoso, con ambas relaciones, la apócrifa y la real, lo mismo de vulnerable con un trozo de cuero como con un trocito de humanidad, a cuya escenificación él consigue aportar sentido, sensibilidad y no poco drama. El lince de Steven Spielberg le echó el ojo a Hanks y rodó tres películas con él, porque le hacía falta esa capacidad de poner cara de no hundirse con las circunstancias y así llevar el espíritu de la ingenuidad americana a todos los rincones del globo. Ignoro si los pobladores de la Tierra de las Oportunidades (y los Negocios) son, en realidad, así de ingenuos, pero está claro que a ellos les gusta pensarlo, como en tiempos de la antropología comparada propia de la caudalosa literatura de Henry James. En eso, pienso, siempre terminan venciéndonos, porque en Europa o Latinoamérica parece que nos gusta más dárnoslas de resabiados, y para ello componemos fábulas en las que Marcelo Mastroianni o Ricardo Darín o José Coronado van de machos duros y despabilados, a la vez que nos muestran descarnadamente su patética vida cotidiana. Los americanos son más listos en esto, sin duda, porque ellos hacen películas en las que hasta la vida cotidiana contiene gestos significativos, y no sólo desangeladamente realistas, y así Tom Hanks en Apolo XIII, por volver a nuestro caso, goza de una vida familiar que no es del todo irreal, y que sin embargo resulta en todo punto idílica y deseable.
Hanks no es Robert de Niro, otra inmensa trayectoria del cine mundial, no impone su personalidad a sus personajes, no se le contrata porque el director sepa que tiene un valor seguro en un hombre que siempre cumple con su estereotipo y mantiene en vilo una y otra vez al espectador (una vez leí que De Niro estuvo a punto de ser el Guillermo de Baskerville de El nombre de la rosa, pero las negociaciones fracasaron porque el actor no entendió la historia y se empeñaba en interpretar un duelo final a espada desnuda con el alto magistrado de la Inquisición). Al contrario: Tom Hanks es arcilla es las manos de su director, da la impresión de que hace exactamente lo que le piden, dócilmente, con modestia, pero que lo hace bien, y en eso es también un valor seguro. Estuvo impresionante, no hace mucho, en Capitán Philips, que es una película muy violenta, pero de una violencia verídica, no impostada según las convenciones de las películas de acción. Las únicas historias en las que no veo en absoluto a Tom Hanks, en que me parece que abusa de su fama para meterse en una piel que no le corresponde, son las de la saga de las novelas de Dan Brown. Pero, bueno, no se puede acertar siempre en todo, y esas darían también su buen dinerillo… Tom Hanks es un tío que ha llevado una vida personal sin mácula, y si tuviese que recomendar una película suya, de las últimas y poco vista, sería una trivial, irrelevante, Larry Crowne…
Anteayer vi “Esperando al rey”, que no conocía. Es una película que promete mucho, pero que se cierra abruptamente. No obstante, se pasa un buen rato, y Hanks hasta casi chinga frente a la cámara, pero, claro, no…