Trump, Shakespeare y la muerte

Algún día rodarán “Trump: la teleserie”. Todos los ingredientes del guión están puestos ya, sólo falta encontrar al actor capaz de encarnar a la otra “ambición rubia” sin quedar encasillado –Alec Baldwin parece que ya se lo sabe… Donald Trump es ya el payaso de sí mismo, el macho de pacotilla que representa un papel en el escenario mundial para su propio y exclusivo lucimiento. Si yo creyera algo en las cositas que dijo Freud, diría que Trump es nuestra pulsión tanática, que los norteamericanos le han elegido porque en el fondo del alma de águila calva de EEUU existe una comezón por autodestruirse de una vez por todas y dar paso a China Superstar, porque hasta ellos están cansados de su propia pesadilla -que no sueño- americana. Tenemos, por un lado, a Steven Pinker, el panglosiano, diciéndonos que todo va bien, que la especie humana evoluciona, y sus libros son como el impulso erótico de los tiempos actuales; y está, por otro lado, Donald Trump, que viene servir de indicador justamente de lo contrario, y que representa, junto con Bolsonaro y otros, nuestro impulso tanático latente. Porque… ¿si Pinker tiene razón por qué Trump? ¿Si el feminismo está en alza por qué Trump? ¿Si estamos a las puertas de la Inteligencia Artificial y tal entonces por qué Trump? Esa teleserie futura tratará de responder a todas esas incógnitas. Eso si es que le hemos sobrevivido, si es que hay un porvenir después del huracán Trump…

 

 

Como cada 1 de Noviembre, día de difuntos, nos toca recordar la muerte, ¡memento mori! Todos los grandes clásicos de la literatura occidental han hablado de un modo u otro de la muerte, pero sólo el centro del canon, el autor supremo, según el vendelibros de Harold Bloom, lo ha hecho más de una vez y magníficamente. A mí me gusta imaginarme a William Shakespeare como un tipo normal, del todo inconsciente de su genio, o por lo menos inconsciente de que ese genio signifique nada más que una cierta inteligencia artesanal aplicada a la carpintería escénica. Claro, sí, los actores de su compañía, entre los que se contaba, le adorarían, seguramente, y quizá dos centenares de personas más de la época isabelina que acudirían una y otra vez al estreno de cada una de sus obras, pero eso no podía informarle a él del extraordinario predicamento cultural que iba a adquirir tras su muerte. Shakespeare, como buen autor y empresario, seguramente sólo deseaba que su público aplaudiese, y no creía que su propio destino personal importase una higa al mundo. Obtuvo algún gran honor de la reina, pero hasta eso tenía un aire algo provinciano. Sin embargo, concebía a sus grandes personajes con un Destino formidable, como titanes capaces de emular a los de la Ilíada, pero mucho más sinuosos y humanos (Rafael Sánchez Ferlosio distingue entre personajes “de carácter” y personajes “de destino”: creo que muchos de los shakespirianos, como el gordo y borrachín Falstaff, que reaparece en varias obras, reúnen ambas condiciones). Shakespeare escribió muchas palabras sobre la muerte, y muy poco cristianas, por cierto, pero mi favorita no es el soliloquio de Hamlet, que es sin duda una obra maestra, sino este parlamento inserto como quien no quiere la cosa en mitad de Medida por medida que descubrí hace poco:

(Léanlo con el corazón en un puño, como merece un día como el de hoy, pensando no tanto en Trump, que sería incapaz de apreciarlo -y nunca jamás lo pronunciará en su futura teleserie-, sino en el dios griego de la destrucción lenta e imperceptible Tánatos, que no es más que la otra cara de Donald Trump cuando este llega a cualquiera de sus hoteles horteras ahíto de carne de vacuno y, acariciando con la mano izquierda el botón nuclear, decide teclear con la derecha otro tuit incendiario…)

 

 

  

DUQUE

 

¿Así que esperáis que os indulte el Signor Angelo?

 

CLAUDIO

 

La esperanza es la sola medicina
de los míseros. Espero vivir
y para morir estoy preparado.

 

DUQUE

No dudéis de vuestra muerte: así será
más grata muerte o vida. Decidle a la vida:
si te pierdo, pierdo algo que tan solo
querrían tener los necios. Aliento eres,
esclava de celestes influencias,
que afliges de continuo la morada
que te aloja. Eres juguete de la muerte:
en tu fuga te empeñas en rehuirla,
mas corres a su encuentro. No eres noble,
pues todas tus prendas y aderezos
se nutren de lo bajo. Ni valiente,
pues te asusta el blando dientecillo
de una sierpe. Tu mejor reposo es el sueño,
al que invitas a menudo, mas con simpleza
temes a la muerte, que no es más. No eres tú misma,
pues te nutres de un sinfín de granos
que brotan de la tierra. No eres feliz,
pues te afanas por lograr lo que no tienes
y olvidas lo que tienes. No eres firme,
pues tu índole varía de un modo extraño
con las fases de la luna. Si rica, eres pobre,
pues, cual asno cuyo lomo se dobla bajo el oro,
tú llevas tus pesadas riquezas solo un viaje
y la muerte te descarga. Amigos no tienes,
pues la sangre que a ti te llama padre
y que es emanación de tus entrañas
maldice la gota, el impétigo, el catarro,
porque tardan en matarte. No eres vejez
ni juventud, sino una especie de siesta
que sueña con las dos, pues tu feliz juventud
se vuelve como vieja que mendiga
a la tullida vejez, y, cuando eres vieja y rica,
no tienes ardor, pasión, belleza o movimiento
que deleiten tu riqueza. ¿Qué hay en todo esto
digno de llamarse vida? Pues en tal vida
nos acechan mil muertes más, pero tememos
la muerte que allana adversidades.

 

CLAUDIO

Os lo agradezco. Anhelando vivir
busco la muerte, y deseando morir
encuentro vida. Que venga.

 

 

 

                                   (Traducción de Ángel Luís Pujante, Austral).

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