El instinto de la felicidad

Un paseo feliz

Aceptemos que los seres humanos somos los animales más evolucionados que conocemos. Al menos somos los únicos de este planeta capaces de escribir y entender esta frase. Y muchas más cosas, como llorar con lágrimas contemplando una escena de amor en su Smart TV, una tarde de domingo, tras una comida oronda y una siesta reconfortante.

Hay quien dice que todo ese desarrollo se debe a que, hace mucho, mucho tiempo… 

a una criatura con poco pelo y mucha curiosidad, le dio por caminar por una pradera plana, de fina hierba mullida, al atardecer de un día luminoso, con buena temperatura y leve brisa, el cielo sosegado y el horizonte limpio, lentamente, sin prisa, sorprendiéndose por una florecita acá, una plantita allá, y al final del paseo… 

que duró un millón de años… 

se sentó a descansar en una hamaca mullida, ante una mesa bien servida de agua fresca y fruta madura, sobre la que reposaba un par de libros, lo que compartió con una persona querida, y ambas se sintieron seguras, satisfechas y alegres. 

Eso dicen que es la felicidad.

Fotografía Jacques-Henry Lartigue

Un instinto universal

A lo largo de ese dilatado paseo sucedió que lo que era hambre se convirtió en apetito, lo que era sexo se convirtió en sexualidad, lo que era señal se convirtió en lenguaje, lo que era belleza se convirtió en arte. Los instintos se sofisticaron, del impulso a la tendencia, de la tendencia a la conducta y de ésta al uso, al abuso, a la carencia y la necesidad.

Por eso ahora, todas las personas llevamos de serie en los genes un sofisticado instinto, que reúne los sentimientos de seguridad, satisfacción y alegría, al que hemos dado en llamar instinto de felicidad

Pero no todas las criaturas humanas lo ostentan ni sienten de la misma manera. Hay algunas que lo desarrollan y expresan fácilmente. No hay más que verlas sonreír desde su más tierna infancia, y disfrutar de la vida con sencillez y gozo. Otras lo tienen en potencia, pero les cuesta desarrollarlo, expresarlo y disfrutarlo. Pero lo que todas comparten es que tienden, tendemos, hacia ella con denodada insistencia.

Fotografía Jacques-Henry Lartigue

La felicidad también es en una adquisición cultural que se incorpora a los memes compartidos por personas, familias o sociedades. Para ello usamos otro instinto muy sofisticado, el instinto de aprender, y aprendiendo y recordando somos felices. 

Y es que aprender y ser felices son prácticamente sinónimos. Aprender es una palabra misteriosa, que deriva de un antiquísimo término indoeuropeo que alude a lo que siente un gato cuando “aprehende” a un ratón. ¿Qué siente?: “Felicidad”.

Lo contrario es la infelicidad, una mezcla de inseguridad, infertilidad y sufrimiento. Los tres forman parte de las vidas de todas las personas, pero de algunas mucho más. Concretamente de las más débiles, menos fecundas y más desafortunadas. 

Fotografía Jacques-Henry Lartigue

La felicidad es para ellas una aspiración casi etérea, una cosa tan distante que casi les parece inalcanzable. Por eso recurren a todo tipo de trucos y tretas para conseguirla. A veces son consolaciones filosóficas o religiosas, otras son posesiones económicas o materiales y otras remedios naturales o farmacológicos.

Entre esos buscadores desasosegados de felicidades han descollado muchos filósofos, místicos, artistas, científicos… personas de enorme prestigio y sabiduría que, partiendo de sus propios sufrimientos y alegrías, se aplicaron a buscarlas y aprenderlas para luego enseñarnos sus propias fórmulas.

De todos ellos, de los sufridores y de los buscadores, hemos aprendido que no hay ninguna fórmula perfecta para alcanzar la FELICIDAD, pero sí las hay para evitar los sufrimientos, esquivar las adversidades y tender hacia las felicidades menudas con determinación y valentía. Esa propensión y esa pretensión sí son realistas y factibles, se pueden aprender y disfrutar. 

Fotografía Jacques-Henry Lartigue

Las tres efes

Inventar es una tentación irresistible de la inteligencia humana. Inventar una fórmula mágica es una tentación apasionante, quizá excesiva, de la creatividad humana. Inventarla y que además sirva para algo es un reto y un logro extraordinario. Pero en materia de felicidad, hemos de aceptar que proponer un método que ayude a conseguirla y mantenerla es una pretensión inmoderada y desatinada. No es la búsqueda de la felicidad lo que se debe pretender, sino de algunos componentes esenciales de la vida buena, como son los ya dichos, la seguridad, la satisfacción y la alegría.

Esas son las garantías de la fórmula, que más bien es una humilde receta de boticario de las letras, que contiene el libro que os presenta este autor. 

Es una fórmula que ha nacido del sufrimiento propio y ajeno, de las búsquedas y los encuentros, de las carencias y las necesidades, y que ha evolucionado, como la misma tendencia hacia la felicidad, a costa de tesón y años hasta que, por alguna razón, no muy diferente a la del feto que llegado su tiempo lucha por salir del útero materno, le ha llegado el momento de salir de los cajones privados para ser compartida. 

Fotografía Jacques-Henry Lartigue

Es una receta muy sencilla, hecha como aquellas fórmulas magistrales que prescribían los médicos antiguos con mejor voluntad que letra, y formulaban los viejos boticarios con más habilidad que ciencia. 

Se basa en la suma de tres FACULTADES esenciales para la vida: FORTALEZA, FERTILIDAD y FORTUNA. 

Si tú eres de esas personas que tienen esas tres efes de serie, puedes sentirte feliz. Ahora bien, casi todos tenemos algo de fortaleza, pero casi siempre insuficiente; algo de fertilidad, aunque no demasiada; y algo de fortuna, aunque siempre menos de la que desearíamos.

¿Podemos cambiar estas precariedades por suficiencias? Sí, por supuesto.

Fotografía Jacques-Henry Lartigue

De la fórmula al método

Los animales humanos tenemos instintos prefijados, pero a diferencia de otros animales, podemos atenuarlos o potenciarlos, podemos simplificarlos o complicarlos. El instinto de felicidad es complejo, no se nota como una sensación concreta, como el hambre o la sed, pero se percibe como una sensorialidad psico-física global, como un estado afectivo o emocional, que colorea toda nuestra vida, haciendo que nos sintamos bien cuando aumenta y mal cuando disminuye. Pero todos los seres humanos, al menos desde que tenemos conciencia sensorial y emocional, lo percibimos y lo ansiamos. Queremos ser y estar felices, y para ello hacemos cosas conscientes o inconscientes, voluntarias o involuntarias, rutinarias o especiales. Pero, si nos lo proponemos con voluntad y compromiso podemos percibirlo, tasarlo y mejorarlo.  Podemos mejorar nuestros rasgos de temperamento y carácter, o podemos mejorar nuestras condiciones de vida, evitar los ingredientes que nos hacer estar y ser más infelices o promover los que nos hacen sentirnos más felices.

Un buen ejemplo de cómo llevar a cabo este proceso es el de esas suculentas recetas de los cocineros de la tele. Lo primero es conseguir los ingredientes e instrumentos apropiados, luego seguir fielmente sus instrucciones y, al final, presentarlo con esmero, con lo cual casi siempre te sale un guiso estupendo, incluso sin ser muy cocinilla. Pero además hay que ponerse en modo cocina, hay que potenciar las facultades que cada uno tiene. 

Fotografía Jacques-Henry Lartigue

Los ingredientes son las cosas propias de la vida de cada persona, las opciones, posibilidades, recursos, que pone la vida a tu alcance. Las tres efes son los mecanismos propios, las facultades personales que nos sirven para manejar los ingredientes adecuadamente y que el resultado del guiso sea el esperado. 

Pero a menudo ocurre que tenemos los ingredientes de la vida, pero no tenemos las tres efes, o si las tenemos no les prestamos demasiada atención, o no las usamos convenientemente, así que casi nunca nos acaba de salir del todo bien el potaje. 

Pero eso se puede cambiar, pues si bien los ingredientes no siempre dependen de nosotros, el reconocimiento y la potenciación de las tres efes sí depende en su mayor parte de nosotros mismos. 

Fotografía Jacques-Henry Lartigue

Si nos ponemos a ello con decisión y constancia, casi siempre lo conseguimos. Y si aun así nos falta una pizca de sal, ese casi-casi, esa pequeña y bonita palabra-pimienta que ya he repetido varias veces, no pasa nada, pues esa mínima carencia, esa casi imperfección, es lo que le da gracia y originalidad al guiso peculiar de cada uno. 

Pero, ¿qué autoridad tiene el autor, yo, para enseñar a alguien a ser más feliz? Ninguna. La felicidad es de esas cosas que, como diría Oscar Wilde, son tan importantes que no se pueden enseñar, pero eso no quiere decir que no se puedan aprender. Y eso es lo que cualquier persona tiene que hacer, aprender a ser un poco más feliz, o un poco menos infeliz, y para ello sirven las tres efes, que el propio autor ha ido descubriendo a lo largo de años de trabajo como psiquiatra con miles de personas que carecían de ellas.

Fotografía Jacques-Henry Lartigue

Cualquier método tiene que tener voluntad didáctica, pasar de la teoría a la técnica, para conseguir resultados prácticos. Ese es el estilo que el autor ha tratado de usar, y que se desarrolla en el meollo del libro, que, lógicamente no cabe en este resumen. De ahí la voluntad nemotécnica que se ha tratado de aplicar: las tres efes, que a su vez se desgranan en otras dos cada una de ellas, las cuales tienen componentes concretos… y así hasta desmenuzarlas para que sean manejables y modificables en la vida cotidiana. 

Si uno atiende con cuidado y compromiso a como son y están esos componentes en su vida, y se aplica con constancia a promoverlos o cambiarlos, seguro que al final, notará que de las tres efes salen los tres efectos enunciados anteriormente: seguridad, satisfacción y alegría. 

Esas tres cosas son las que, personalmente, el autor desearía poseer y mantener en su vida, y con ellas basta. Incluso hay quien sostiene, y no sin razón, que al final de todo, lo que de verdad cuenta para ser felices es la alegría, pero puede que ésta sea un elemento demasiado voluble y poco controlable, y, aun así, qué sal tan buena es para el guiso de la vida.

Por eso el autor se siente alegre y agradecido porque usted haya leído esta sinopsis, y le ruega que si la fórmula le acomoda trate de mejorarla y compartirla, con lo cual, sin duda, ganará en valor sin aumentar de precio.

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