Yo, Polanski

A juicio de algunos críticos El oficial y el espía, última película de Roman Polanski (París 1933), subtitulada en Francia y en otros países como J`acuse, debería de haberse denominado como Yo, Polanski. En la medida en que, a su juicio crítico, altamente discutible, el director polaco se toma en esta su última película una particular venganza en su personal calvario procesal.

Calvario procesal y vital consecuencia de las acusaciones sostenidas en Estados Unidos, por abusos sexuales cometidos a una menor, como fuera Samantha Geimer, en 1977. Una descompensación que retrata los años de excesos que transcurren entre 1969 en que su mujer Sharon Tate fue asesinada por el grupo de la Familia Mason y el 1977 de los hechos perseguidos. Esa visión de la locura americana emerge lateralmente en la película de Quentin Tarantino Érase un vez Hollywood, ganadora reciente del Globo de oro a su categoría.

Fruto de tal acusación penal fue su huida de los Estados Unidos y su establecimiento en Francia, en evitación de su ingreso en prisión. Cerrando con ello, su historia cinematográfica americana, país que no ha vuelto a pisar desde entonces, y que le impidió la correcta finalización de Chinatown (1977), donde emerge en un cameo lateral, de una suerte de chivatillo menor, que da replica al investigador que representa Jack Nicholson. El agua oculta, la corrupción catastral y los naranjos de California habrían sido bazas suficientes para invocar su pretendida inocencia, y sin embargo no comparecieron tales argumentos.

Esa película que cerraría su trayecto americano , estuvo precedida el año anterior del asesinato de Sharon Tate, por la incomparable Rosemary´s Baby, una prueba de madurez cinematográfica para un director de sólo 35años. Películas ambas, que bastarían para situar a Roman Polanski en un lugar destacado de la historia del cine. Por no hablar de las dos primeras realizaciones de sus largometrajes –obvio los cortos de los primeros sesenta y últimos cincuenta– en blanco y negro: El cuchillo en el agua (1962) filmada en Polonia, y Repulsión (1965) rodada en Inglaterra.

Pretender como pretenden tales lectores apresurados que El oficial y el espía, se constituye como una descarga diferida y aplazada, en defensa propia, como si Polanski fuera una prolongación del capitán Alfred Dreyfuss, no deja de ser una lectura oblicua de lo que simplemente es la exposición razonada del conocido como Caso Dreifuss, en que se vieron los entresijos purulentos de la Tercera República francesa, con un fondo de antisemitismo latente en la sociedad y en el ejército galo, muy golpeado por la derrota de la guerra franco-prusiana. Un antisemitismo visualizado con su particular Noche de los cristales rotos en el París de 1898, y con la quema ritual de las obras de Zola en la plaza pública, como denunciante de la gazmoñería hipócrita de la sociedad francesa, con el impecable artículo J`acuse, publicado en el diario L`Aurore.

Aunque a los críticos suspicaces de la historia filmada, les faltaría reconocer quien habrá sido el Emile Zola del Caso Polanski y quien desempeña el papel de hombre independiente y sin prejuicios del coronel de Estado Mayor Georges Picquart. ¿Tuvo Polanski en su proceso penal americano por un delito sexual sobre una menor, un defensor equivalente al que tuvo Dreyfuss con el escritor Zola? Y ¿Quién creyó en la impostura de la acusación sostenida, una vez que Polanski fue perdonado por la citada Samantha Geimer?

Tal suspicacia de trasuntos defensivos, podrían haberse leído de la película filmada de forma coetánea a la acusación americana de relaciones ilícitas con una menor, como habría sido la citada Chinatow, donde la presencia del director no es sólo una coincidencia.; circunstancia que vuelve a repetirse en la fiesta solemne de El oficial y el espía, con un Polanski uniformado de gala en una de las fiestas similares a las relatadas por Marcel Proust.

Pensar, por otra parte, que Polanski habría tenido que esperar cuarenta y dos años para levantar su voz por una condena sexual, es forzar demasiado la historia del cine del director polaco. Quien a sus 86 años sigue mostrando una rara habilidad para contar historias de forma personal, sin confundir la forma personal de narrar una historia con los problemas personales. Esta circunstancia de una obra dilatada en una edad en que los varones occidentales están al borde del abandono vital y del hundimiento existencial, le emparenta con otro octogenario memorable del cine actual, como es Woddy Allen. Quien, mire usted que cosas, tiene la coincidencia con Polanski de soportar acusaciones de conductas sexuales excesivas y criticables sobre menores, como si ambos fueran menoreros en edad provecta. Pero con una capacidad envidiable de seguir realizando una película anual. La salvedad es que Allen en sus múltiples realizaciones, hace siempre la misma película; mientras que Polanski salta de un género a otro con una endiablada facilidad, para desconcertar a los críticos y pensar que ¿quién será quien dirija esta película? ¿Es la misma persona o sólo es un camuflado?

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2 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    El propio Proust, que mencionas, defendió también, si no recuerdo mal, a Dreyfus, pues era judío como él. Zola salió bastante beneficiado de su concurrencia en este caso, y se ha dicho siempre que con ello forjó la categoría del intelectual tal como la entendemos desde entonces, es decir: el escritor que hace también periodismo para ejercer de conciencia crítica, a la manera paradigmática de Sartre. No sé yo, a bote pronto, si eso es tan buena idea como parece: ¿por qué un señor que acuna ficciones va a ser un buen juez de las incidencias públicas? ¿Os imaginais a Hemingway dando un mitín con una botella de chablis en la mano? Sin embargo, se ha convertido en habitual y bien recibido eso de la proclama firmada por 100 intelectuales ilustres y Joaquín Sabina acerca de lo que sea. Zola, al menos, ya pensaba en político desde la entraña misma de sus novelas…

  2. says: Ramón González Correales

    Vi ayer la película y me pareció magnífica, racional, contenida, muy bien narrada. Lo que quiere decir que me inquietó sumamente porque muestra hasta qué punto los individuos estamos indefensos ante el poder y también la fuerza de los prejuicios que pueden sesgar las mejores cabezas. Eso que ya ha ocurrido muchas veces y ha sido reflejado por la literatura en novelas como “El cero y el infinito” de Arthur Koestler.

    Sin embargo la valentía que en su día tuvo Zola y que le costó el exilio y probablemente que lo asesinaran, no parece que supusiera una vacuna definitiva contra casos similares ni siquiera en su propio país. Todo esto volvió a ocurrir con mucha mayor intensidad a lo largo del siglo XX y podría volver a ocurrir ahora con medios mucho más eficaces para fabricar pruebas falsas y manipular la siempre frágil verdad. Y sin voces poderosas para defender a las víctimas.

    Porque además existe algo sumamente inquietante en la condición humana que es la tendencia al gregarismo, a seguir mayoritariamente las voces de la tribu a que pertenecemos, muchas veces por estupidez, pereza intelectual o diversas variantes del fanatismo. O sobre todo por el miedo a meterse en líos con “los amigos” y perder su favor o incluso los afectos más cercanos. Por miedo a sufrir esas represalias que pueden ser tan trágicas cuando además los tiempos son postheroicos y parecen haber desaparecido los cielos que justifiquen los sacrificios.

    La ley del palo y la zanahoria que tan pronto aprenden los colectivos que fueron oprimidos cuando adquieren poder y pueden ejercerlo. A veces con la vehemencia de los neófitos que se sienten con la superioridad moral de las víctimas. Lo que no parece haber progresado con el tiempo o sigue una inquietante ley del péndulo que suele llevarse a inocentes por delante.

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