Salir de casa, muy lejos, por ejemplo de Texas a New York, soltarse la melena, abrirse a otros valores, a otras experiencias, ser otra, encontrar al príncipe azul. Gozar de la vida y el amor imprescindible que ya no quiere abandonarse el resto de la vida. Así que ese hombre educado (James McKay: Gregory Peck), urbano, contenido, liberal, va a buscar a esa chica (Pat Terrill: Carroll Baker) a su tierra, a la que ha vuelto, para casarse con ella. Pero ya no es exactamente la misma. Ha vuelto a su casa y ha mudado la piel, vuelve a ser la que era y añora a ese hombre desde su nuevo estado, esperando en el fondo que sea otro y que se adapte a su viejo mundo. Al mundo de su padre (Henry Terrill: Charles Bickford), un hombre hecho a sí mismo, duro, fuerte, autoritario, con un rancho muy grande y un capataz feroz (Steve Leech: Charlton Heston) que la ama desde siempre porque constituye su sueño de ascenso social.
El conflicto entre el señorito del este, que detesta la violencia, con sombrero de hongo y buenos modales, y los vaqueros del oeste acostumbrados a jugar con ella es previsible desde el principio. Nada más llegar lo atacan y él no se defiende, se niega a jugar en un terreno que detesta y para el que no parece preparado. Esto comienza a defraudar a su novia que piensa que un hombre de verdad deber saber defenderse con los puños e intimidar a los enemigos. Tampoco le gusta a su padre y, por supuesto, desata las provocaciones del capataz que se siente superior a él y, por tanto, se cree merecedor de la chica. Pero todo poder genera un contrapoder y al otro lado del rio hay otro ranchero fuerte y duro (Rufus Hannassey: Burl Ives) que pugna por unas tierras por las que pasa un rio que alimenta las reses de los dos ranchos. Estas tierras son propiedad de Julie Maragon (Jean Simmons) una profesora, amiga de Patricia que conocerá a James McKay.
Es asombroso lo que puede contener un western. En “Horizontes de grandeza” se incluyen los grandes dilemas que marcan nuestra cultura: la pugna entre la racionalidad y la barbarie, las distintas posibilidades que fundamentan el amor, lo que pueden llegar a ser los hombres cuando se ven arrastrados por las circunstancias o la avaricia, la nobleza bajo las apariencias más viles, la importancia del valor y de la fuerza para hacer caer las tiranías.
William Wyler dirige una historia basada en una novela de Donald Hamilton, una película larga (159 minutos) e inmensa, llena de ambición, donde caben muchas cosas, donde las historias se ramifican y los personajes, magníficamente interpretados, se van haciendo cada vez más complejos y buscan alguna forma de redención o también de autodestrucción. Tragedias vitales que, en su resolución, pueden construir mundos más habitables y también una forma más lúcida de amar.
Una película maravillosa para la sobremesa o la noche de este sábado …